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ROMANOS 7:1-8

ROMANOS 7:1-8 La Palabra (versión española) (BLP)

Bien sabéis, hermanos, —estoy hablando a quienes conocen la ley—, que una persona está bajo el yugo de la ley solo mientras vive. Así, la mujer casada permanece legalmente ligada a su marido mientras él vive. Muerto el marido, la esposa queda libre de esa ley. Por tanto, si en vida del marido la mujer se entrega a otro hombre, se la considera adúltera; pero, si muere el marido, esa ley ya no la obliga; podrá casarse con otro hombre sin ser por ello adúltera. De modo semejante, también vosotros, hermanos míos, por la muerte corporal de Cristo, habéis muerto a la ley. Sois, pues, libres para entregaros a otro, al resucitado de entre los muertos, a fin de producir frutos para Dios. Mientras vivíamos sometidos a nuestras desordenadas apetencias humanas, éramos terreno abonado para que nuestras bajas pasiones, activadas por la ley, produjeran frutos de muerte. Ahora, en cambio, muertos a la ley que nos tenía bajo su yugo, hemos quedado liberados de ella y podemos servir a Dios, no según la letra de la vieja ley, sino conforme a la nueva vida del Espíritu. ¿Querrá todo esto decir que la ley es pecado? ¡De ningún modo! Claro que, sin la ley, yo no habría experimentado el pecado. Por ejemplo, yo ignoraba lo que es tener malos deseos, hasta que vino la ley y dijo: No tengas malos deseos. Fue el pecado el que, aprovechando la ocasión que le proporcionaba el mandamiento, despertó en mí toda clase de malos deseos; sin la ley, pues, el pecado sería ineficaz.

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ROMANOS 7:1-8 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Hermanos, vosotros conocéis la ley, y sabéis que solo en vida de una persona tiene la ley poder sobre ella. Por ejemplo, una mujer casada está sujeta por la ley a su esposo mientras él vive; pero si el esposo muere, la mujer queda liberada de esa ley por la que le estaba sujeta. Por eso, si la mujer, en vida de su esposo, tiene relaciones con otro hombre, comete adulterio; pero si el esposo muere, ella queda liberada de esa ley y puede casarse con otro sin cometer adulterio. Así también vosotros, hermanos míos, al incorporaros a Cristo habéis muerto con él a la ley, para pertenecer así a otro esposo: ahora sois de Cristo, de aquel que resucitó. De este modo, nuestra vida será útil delante de Dios. Porque mientras vivíamos conforme a nuestra naturaleza pecadora, la ley sirvió para despertar en nuestro cuerpo los malos deseos, y eso nos llevó a la muerte. Pero ahora hemos muerto a la ley que nos tenía bajo su poder, quedando libres para servir a Dios conforme a la nueva vida del Espíritu y no conforme a una ley ya anticuada. ¿Vamos a decir por esto que la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Sin embargo, yo no habría conocido el pecado si no hubiera sido por la ley. En efecto, jamás habría sabido lo que es codiciar si la ley no hubiera dicho: “No codicies.” Pero el pecado, valiéndose del propio mandamiento, despertó en mí toda clase de malos deseos; pues mientras no hay ley, el pecado es cosa muerta.

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ROMANOS 7:1-8 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Hermanos, os hablo como a quienes conocen la ley. ¿Acaso no sabéis que uno está sujeto a la ley solamente en vida? Por ejemplo, la casada está ligada por ley a su esposo solo mientras este vive; pero, si su esposo muere, ella queda libre de la ley que la unía a su esposo. Por eso, si se casa con otro hombre mientras su esposo vive, se la considera adúltera. Pero, si muere su esposo, ella queda libre de esa ley, y no es adúltera aunque se case con otro hombre. Así mismo, hermanos míos, vosotros moristeis a la ley mediante el cuerpo crucificado de Cristo, a fin de pertenecer al que fue levantado de entre los muertos. De este modo daremos fruto para Dios. Porque, cuando nuestra naturaleza pecaminosa aún nos dominaba, las malas pasiones que la ley nos despertaba actuaban en los miembros de nuestro cuerpo, y dábamos fruto para muerte. Pero ahora, al morir a lo que nos tenía subyugados, hemos quedado libres de la ley, a fin de servir a Dios con el nuevo poder que nos da el Espíritu, y no por medio del antiguo mandamiento escrito. ¿Qué concluiremos? ¿Que la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Sin embargo, si no fuera por la ley, no me habría dado cuenta de lo que es el pecado. Por ejemplo, nunca habría sabido yo lo que es codiciar si la ley no hubiera dicho: «No codicies». Pero el pecado, aprovechando la oportunidad que le proporcionó el mandamiento, despertó en mí toda clase de codicia. Porque aparte de la ley el pecado está muerto.

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