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CANTARES CANTAR DE LOS CANTARES

CANTAR DE LOS CANTARES
INTRODUCCIÓN
Cantar de los cantares (=Cnt) es la traducción literal de un hebraísmo que significa propiamente “el más bello de los cantares” o “el canto por excelencia”. En los poemas que integran el libro, dos jóvenes enamorados no cesan de manifestarse sus mutuos y apasionados sentimientos. Pero esos poemas no están redactados en un sencillo lenguaje popular, sino en el más elevado estilo poético y con una deslumbrante profusión de imágenes y metáforas. Así, la viña, la fuente y el jardín simbolizan a la joven (Cnt 1.6; 2.15$n.; 4.12-13; 8.12) y los frutos y las flores, el vino, la leche y la miel son recursos poéticos que describen la belleza de los enamorados (4.3; 5.13; 6.7; 7.7-8) o las delicias y alegrías del amor (4.11; 5.1; 6.2; 8.2). De este modo encuentran su expresión, en el lenguaje de la más depurada poesía lírica, los afectos y sentimientos más diversos: angustia por la ausencia de la persona amada (1.7; 3.1-3; 5.8), felicidad en el momento del encuentro (2.8-14; 3.4) y, sobre todo, deseos de entrega recíproca y de mutua posesión (1.2-4; 8.1-2).
Desde el primer poema hasta el último, este libro es un canto al amor del hombre y la mujer. Tanto entre los rebaños de los pastores (1.8) como en las calles de la ciudad (3.2), en los jardines, los viñedos, los campos y las casas (1.16; 2.4; 3.4; 7.12), el amor es el impulso irresistible que inspira las palabras de los enamorados y determina sus acciones. Y no es solo el varón el que toma las iniciativas, sino que también la joven manifiesta abiertamente sus deseos y hace oir su voz: ¡Corre, amado mío...! (8.14). ¡Dame un beso de tus labios! (1.2). ¡Llévame pronto contigo! (1.4).
La transparencia del lenguaje empleado en El Cantar deja pocas dudas acerca del sentido y la finalidad de estos cantos al amor humano. Sin embargo, la interpretación literal ha sido rechazada muchas veces, tanto por intérpretes judíos como cristianos. La razón aducida para fundamentar este rechazo es que en un libro sagrado como la Biblia no habría lugar para un conjunto de cantos profanos, dedicados exclusivamente a celebrar las excelencias del amor entre el hombre y la mujer.
Esta objeción ha condicionado durante siglos la interpretación de El Cantar de los cantares, pero es suficiente una simple observación para poner de manifiesto su inconsistencia. Porque basta con recorrer las primeras páginas de la Biblia para descubrir que el amor y la sexualidad, además de ser un don de Dios, desempeñan un papel fundamental en la realización del plan divino sobre la creación. Según el primer capítulo de Génesis, en efecto, la humanidad creada a imagen de Dios tiene como una de sus características esenciales la división y la complementariedad de los sexos (Gn 1.27-28); y de acuerdo con el relato de Gn 2, cuando Adán despierta de su sueño y se encuentra por primera vez con la mujer, descubre esa “ayuda” perfecta que no había hallado antes en ninguna otra criatura: ¡Esta sí que es de mi propia carne y de mis propios huesos! (Gn 2.23). Por lo tanto, no es nada aventurado afirmar que El Cantar de los cantares es una expansión y un desarrollo de aquel primer canto de amor nacido en los albores de la creación.
Por su expresión literaria y por el tema que tratan, los poemas reunidos en este libro están sin duda emparentados con los cantos que se entonaban en las fiestas de bodas (cf. Jer 25.10), fiestas que solían durar siete días (Gn 29.27-28; Jue 14.10,17) y en las que se dejaban oir los cantos de los novios (Jer 33.11).
Es importante señalar, sin embargo, que cuando El Cantar fue incluido en el canon de los libros sagrados, ya había sido puesto bajo el nombre de Salomón, el rey considerado por la tradición judía como prototipo y modelo del sabio (cf. 1$R 3.10-12; 4.29-34). Esto no quiere decir necesariamente que Salomón fuera el autor del libro, ya que la parte final del título (Cnt 1.1) lo mismo puede significar de Salomón que dedicado o concerniente a él. Pero la vinculación con el sabio por excelencia asignó a El Cantar de los cantares un lugar bien definido entre los escritos sapienciales de Israel. Esta asignación hizo que en la lectura de los poemas se pusieran de relieve, sobre todo, aquellas cualidades del amor humano que la enseñanza de los sabios valoraba y recomendaba como las más excelentes: no la mera pasión erótica, sino ese amor inquebrantable como la muerte (8.6), que se pone de manifiesto en la mutua donación de los esposos y en su fidelidad al compromiso matrimonial (cf. Pr 5.15-19).
Pero, por otra parte, la unión de los esposos es uno de los símbolos que la Biblia utiliza para expresar la relación de Dios con su pueblo. En el AT hay frecuentes referencias a Israel como la esposa del Señor (Os 1–3; Jer 2.1-3; Ez 16), y el Nuevo Testamento presenta a la iglesia como la esposa de Cristo (Ef 5.23-32; Ap 21.2,9). De ahí que El Cantar haya podido interpretarse como una alegoría o cadena de metáforas destinadas a celebrar el pacto del Señor con Israel, de Cristo con la iglesia, e incluso del alma con Dios. El texto bíblico no ofrece ninguna clave segura para fundamentar dicha interpretación. Pero estos cantos nupciales no habrían podido interpretarse en tal sentido, si no se hubiera visto en el amor del varón y la mujer un reflejo y un hermoso símbolo del amor de Dios.
La casi totalidad de los exégetas contemporáneos está de acuerdo en afirmar que la disposición de los poemas en El Cantar de los cantares no obedece a un plan determinado. La unidad y coherencia del libro, en efecto, no proviene de un esquema tal, sino del tema común y de la sostenida belleza del lenguaje poético. Por lo tanto, la mejor manera de leer El Cantar consiste en no imponer al conjunto del libro un esquema más o menos arbitrario, sino en dejarse llevar por la sencillez, la naturalidad y la transparencia tan características de estos cantos de amor.
El siguiente esquema ofrece una visión sinóptica del libro:
Título (1.1)
Primer canto (1.2–2.7)
Segundo canto (2.8–3.5)
Tercer canto (3.6–5.1)
Cuarto canto (5.2–6.3)
Quinto canto (6.4–8.4)
Sexto canto (8.5-14)

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