Cumple, hijo mío, los mandatos de tu padre y no desprecies las enseñanzas de tu madre. Llévalos siempre grabados en tu mente y átalos alrededor de tu cuello. Cuando camines, te guiarán; cuando te acuestes, te protegerán; cuando despiertes, conversarán contigo. Porque el mandato es lámpara, la enseñanza es luz y la reprensión que corrige es camino de vida. Te protegerán de la mujer mala, de la lengua melosa de la extraña. No te dejes seducir por su belleza, ni te dejes cautivar por sus miradas. Pues a la prostituta basta una hogaza de pan, mas la casada persigue a personas valiosas. Nadie puede llevar fuego en su pecho sin que se le queme la ropa; nadie puede caminar sobre ascuas sin abrasarse los pies; así sucede a quien va tras la mujer del prójimo: quien la toque no quedará impune. Al ladrón se le desprecia aunque robe para saciar el estómago hambriento; si lo sorprenden, pagará siete veces y entregará todos los bienes de su casa. El adúltero es un insensato, actuando así arruina su vida
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