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LUCAS 9:10-36

LUCAS 9:10-36 BLP

Cuando volvieron los apóstoles, contaron a Jesús todo lo que habían hecho. Jesús se los llevó aparte, a un pueblo llamado Betsaida. Pero la gente se dio cuenta y lo siguió. Jesús los acogió, les habló del reino de Dios y curó a los enfermos. Al comenzar a declinar el día, los Doce se acercaron a Jesús y le dijeron: —Despide a toda esa gente para que vayan a las aldeas y caseríos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en despoblado. Jesús les contestó: —Dadles de comer vosotros mismos. Ellos replicaron: —Nosotros no tenemos más que cinco panes y dos peces, a menos que vayamos y compremos comida para toda esta gente. Eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos: —Haced que se recuesten en grupos como de cincuenta personas. Ellos siguieron sus instrucciones, y toda la gente se recostó. Luego Jesús tomó los cinco panes y los dos peces y, mirando al cielo, los bendijo, los partió y se los fue dando a sus discípulos para que los distribuyeran entre la gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos, y todavía se recogieron doce cestos llenos de trozos sobrantes. En una ocasión en que Jesús se había retirado para orar a solas, los discípulos fueron a reunirse con él. Jesús, entonces, les preguntó: —¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos contestaron: —Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que uno de los antiguos profetas que ha resucitado. Jesús insistió: —Y vosotros, ¿quién decís que soy? Entonces Pedro declaró: —¡Tú eres el Mesías enviado por Dios! Jesús, por su parte, les encargó encarecidamente que a nadie dijeran nada de esto. Les dijo también: —El Hijo del hombre tiene que sufrir mucho; va a ser rechazado por los ancianos del pueblo, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley que le darán muerte; pero al tercer día resucitará. Y añadió, dirigiéndose a todos: —Si alguno quiere ser discípulo mío, deberá olvidarse de sí mismo, cargar con su cruz cada día y seguirme. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que entregue su vida por causa de mí, ese la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si él se pierde o se destruye a sí mismo? Pues bien, si alguno se avergüenza de mí y de mi mensaje, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga rodeado de su gloria, de la gloria del Padre y de la de los santos ángeles. Os aseguro que algunos de los que están aquí no morirán sin antes haber visto el reino de Dios. Unos ocho días después de esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras Jesús estaba orando, cambió el aspecto de su rostro y su ropa se volvió de una blancura resplandeciente. En esto aparecieron dos personajes que conversaban con él. Eran Moisés y Elías, los cuales, envueltos en un resplandor glorioso, hablaban con Jesús del éxodo de este, que iba a ocurrir en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se sentían cargados de sueño, pero se mantuvieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y a los dos personajes que estaban con él. Luego, mientras estos se separaban de Jesús, dijo Pedro: —¡Maestro, qué bien estamos aquí! Hagamos tres cabañas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. En realidad, Pedro no sabía lo que decía. Aún estaba hablando Pedro, cuando quedaron envueltos en la sombra de una nube, y se asustaron al verse en medio de ella. Entonces salió de la nube una voz que decía: —Este es mi Hijo elegido. Escuchadlo. Todavía resonaba la voz cuando Jesús se encontró solo. Los discípulos guardaron silencio y por entonces no contaron a nadie lo que habían visto.

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