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APOCALIPSIS APOCALIPSIS

APOCALIPSIS
INTRODUCCIÓN
El último libro del Nuevo Testamento es este, llamado Apocalipsis (=Ap). Este título, dado a su libro por el propio autor (1.1), significa “revelación”. El libro se presenta, casi en su totalidad, como una serie de visiones que el autor declara haber recibido de parte de Dios o de Jesucristo (1.1-2; 22.6,16). Cada una de ellas es de carácter simbólico, y juntas forman una especie de gran drama que, a lo largo de varios actos, se desarrolla en toda la amplitud del universo.
El Apocalipsis está escrito en un lenguaje notablemente diferente del utilizado en otros libros del Nuevo Testamento. Para poder entender dicho lenguaje, el lector moderno debe tener previamente en cuenta algunas consideraciones.
Ante todo, el Apocalipsis pertenece a un género de literatura ya conocido con anterioridad. Así, en la literatura profética del Antiguo Testamento se encuentran a menudo relatos semejantes de visiones, algunas de las cuales ofrecen muchos puntos de contacto con las que hallamos en el Apocalipsis (cf. Ez 1; 40–48; Dn 7–12; Zac 1–6). Muchos de los símbolos presentes en los libros proféticos reaparecen (a veces bastante modificados) en el Apocalipsis. Y junto a estos elementos, se encuentran otros –importantes en la literatura profética– que también influyen en el Apocalipsis, como son los anuncios del “día del Señor”, el día del juicio, que es el día de castigo para los enemigos de Dios y de su pueblo, y de salvación para quienes le son fieles (cf., por ej., Is 24–27; Jl 2; Zac 14).
Por otra parte, en el judaísmo del periodo cercano al comienzo de la era cristiana se desarrolló una abundante literatura religiosa que usaba un lenguaje muy semejante al del Apocalipsis, y a la que, por tal razón, se la conoce con el nombre de “literatura apocalíptica”. Este género literario nació en momentos de gran sufrimiento y desánimo, y su objetivo fue sostener la fe del pueblo y asegurarle la victoria final de Dios sobre sus enemigos, prometiéndole también que, después de una época de desgracias, Dios haría venir una era de paz y felicidad.
El Apocalipsis, pues, utiliza un lenguaje conocido en el judaísmo del siglo I, y del que judíos y cristianos siguieron valiéndose por algún tiempo.
Otra consideración importante para poder entender el libro del Apocalipsis es que, escrito en una situación histórica concreta, estaba dirigido a lectores igualmente concretos: siete iglesias de la provincia romana de Asia (cf. 1.4).
Muchas de las alusiones que se encuentran en el Apocalipsis solo pueden comprenderse si se tiene presente el rechazo total, e incluso el horror, que causaba entre judíos y cristianos la creciente divinización del emperador romano, más extendida en las provincias del oriente que en la misma Roma. Al emperador se le daban títulos divinos, se le levantaban templos y se le ofrecían sacrificios como a un dios.
Esta situación había de llevar inevitablemente a un agudo conflicto con la fe cristiana. Esta aparecía como enemiga de la religión imperial, y los cristianos empezaron a sufrir, en forma cada vez más dura y generalizada, la persecución a causa de su fe. El mismo Juan, autor del libro, debió de sufrir por este motivo (1.9-10).
El profeta Juan, aunque está profundamente imbuido de las ideas y los modos de expresión de los profetas del Antiguo Testamento, y aunque conoce y comparte muchas de las expectativas apocalípticas del judaísmo de su época, es un profeta cristiano. Sabe que Jesús, el descendiente de David, es el Mesías anunciado por los profetas; sabe que, con su muerte y resurrección, Jesús ha transformado la historia. Jesús no solamente es esperado al final de los tiempos como Juez, sino que ya es el vencedor y el que tiene la clave de los designios de Dios sobre la humanidad (5.5); por eso es reconocido como “Rey de reyes y Señor de señores” (19.16).
El Apocalipsis, como ya se ha dicho, está dirigido en primer término a siete iglesias de Asia. Pero son siete comunidades en las cuales queda simbolizada el conjunto de la iglesia universal. El autor se dirige a ellas para reavivarlas en la fe –amenazada en algunos casos, al parecer, por doctrinas y actitudes extrañas– y para infundirles ánimo en medio de las dificultades y persecuciones que ya están sufriendo o que él prevé que van a sufrir muy pronto. Les muestra cómo el juicio de Dios, que salva o condena, dando a cada uno “según lo que haya hecho” (2.23; 20.12-13; 22.12), empieza a realizarse ya en la historia presente. A lo largo del libro se van desarrollando muchos sucesos, pero siempre en el sentido de castigo para los rebeldes, para los enemigos de Dios, y de salvación para su pueblo. A la iglesia no se le promete por ahora paz y tranquilidad, sino persecución y muerte. Pero el triunfo de Dios y del Cordero es seguro. Las potencias enemigas serán vencidas y, al fin, el pueblo de Dios podrá gozar de la presencia eterna del Señor.
Aunque algunas de las alusiones concretas ya no son claras para nosotros, es necesario tratar de entender el libro a la luz de las circunstancias en que fue escrito y teniendo en cuenta el contexto general.
El autor se llama a sí mismo Juan, pero no se da ningún otro título particular (1.1,4,9; 22.8). Todo parece indicar que el libro fue escrito en la última década del siglo I. Ya en la antigüedad, Ireneo (cerca del año 180) señalaba que el libro había sido escrito en tiempo del emperador Domiciano (81–96 d.C.), indicación aceptada por muchos autores modernos.
En el libro aparece una clara predilección por el número siete. Basado en este principio de organización temática, aunque sin pretender darle un valor absoluto, se propone el siguiente esquema del contenido de Apocalipsis.
INTRODUCCIÓN (1.1-8)
I. Los mensajes a las siete iglesias (1.9–3.22)
II. Los siete sellos (4.1–8.1)
III. Las siete trompetas (8.2–11.18)
IV. Las señales simbólicas (11.19–15.1)
V. Las siete copas (15.2–16.21)
VI. Las visiones del juicio (17.1–21.1)
VII. La nueva Jerusalén (21.2–22.5)
Epílogo (22.6-21)

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