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APOCALIPSIS APOCALIPSIS

APOCALIPSIS
INTRODUCCIÓN
1. El libro y sus peculiaridades
Este último libro del NT y de la Biblia lleva por título la palabra griega con que comienza: apocalipsis, que significa “revelación”. En algunas iglesias cristianas se le denomina precisamente así: el libro de la Revelación. Revelar significa retirar el velo que oculta una cosa; en nuestro caso alude a la acción por la que Dios, a través de su Hijo Jesucristo, “descubre” a los suyos los misteriosos planes y proyectos con que va llevando a buen puerto la historia de la salvación.
Apocalipsis (en adelante se utilizará preferentemente la abreviatura Ap) es un libro al mismo tiempo desconcertante y seductor, tanto por su contenido como por su forma literaria. Se ha escrito de él que parece un libro para locos y para artistas. Y realmente los artistas se han inspirado muchísimo en él. Pero no hay que llamarse a engaño: Ap es ante todo y sobre todo un libro para creyentes cristianos, un libro en el que se corona y sintetiza de modo admirable el mensaje que Dios ha tenido a bien comunicar —revelar— a la humanidad. Aparentemente está dirigido a “las siete iglesias” (1,11). En realidad el número “siete” es número que indica plenitud, totalidad, y, por tanto, es toda la Iglesia la destinataria del libro. Un libro que, por otra parte, no fue aceptado de la misma manera por todas las iglesias cristianas de los primeros siglos. Mientras que las iglesias de Occidente lo incluyeron desde el principio en la lista de libros sagrados del NT, las de Oriente, en particular las de Siria y Palestina, no lo hicieron hasta bien entrado el siglo V.
La relación de Ap con el AT salta a la vista. Es verdad que no podemos hablar de citas explícitas —prácticamente no hay ninguna—, pero las citas implícitas y las alusiones son abundantísimas. Los libros más utilizados son Éxodo, Ezequiel y Daniel; lo que no debe sorprender si tenemos en cuenta que estos tres libros describen tres singulares experiencias de opresión sufridas por el pueblo israelita: esclavitud en Egipto, destierro en Babilonia, persecución en la época seléucida. Y el género literario al que pertenece Ap surgió —como diremos en seguida— para confortar al pueblo en momentos de tribulación.
Digamos, finalmente, que desde antiguo se ha relacionado a Ap con el cuarto evangelio, atribuyendo ambas obras al mismo autor, el apóstol Juan. En un apartado ulterior nos plantearemos la cuestión del autor de Apocalipsis. Constatemos únicamente aquí que las diferencias de estilo, de ambientación general y de contenido teológico en nada favorecen la unidad de autor. Pero no hay que descartar la pertenencia a una misma tradición a través de redactores vinculados a comunidades de origen joánico.
2. Género literario
Tanto el título del libro como determinados recursos literarios y una parte importante de su contenido nos encaminan claramente hacia “el género apocalíptico”. La literatura apocalíptica surge en Israel como un desarrollo particular de la corriente profética con el fin principal de alimentar y fortalecer la esperanza del pueblo en momentos especialmente críticos y difíciles. Para ello se hace eco de una serie de revelaciones divinas expresadas a través de visiones simbólicas y referidas a los planes misteriosos de Dios sobre la historia de la humanidad. Este tipo de literatura tiene sus antecedentes bíblicos en algunos textos proféticos de Isaías (Is 24—27; 34—35), Ezequiel (Ez 38—39), Joel (Jl 4,1-17) y Zacarías (Za 9—14). El libro de Daniel constituye su más eximio representante en el AT, pero es sobre todo en la literatura apócrifa extrabíblica de los siglos II a. C. al II d. C. donde el género “apocalipsis” conoce un florecimiento extraordinario.
El libro de Apocalipsis tiene sin duda mucho en común con este género literario. Sin embargo, presenta también notables diferencias que lo acercan al género literario “profecía”. De hecho, el mismo autor califica a su obra como mensaje profético (1,3; 22,7.10.18-19; ver 10,11), se incluye a sí mismo entre los profetas (10,7; 22,6.9) y describe su vocación según el modelo de la vocación profética (1,8-19; 10,8-11). Además, una parte importante del libro (2—3) se aproxima más a la predicación profética que al discurso apocalíptico. En cuanto a los rasgos característicos de la literatura apocalíptica (presencia masiva de visiones, lenguaje simbólico, perspectiva universal y cósmica, concepción pesimista y determinista de la historia presente), tienen, por supuesto, su reflejo en Ap, pero han sido profundamente revisados y reinterpretados a la luz del acontecimiento Jesucristo.
Por otra parte, abundan en el libro las resonancias litúrgicas. La visión inicial del libro se localiza en “el día del Señor”, aludiendo sin duda a la especial celebración litúrgica que tenía lugar en este día (1,10); el saludo de 1,4-6 parece el de quien preside la celebración; en 1,3 se sugiere la presencia de uno que lee y otros que escuchan. Los cps. 2—3 constituyen una especie de liturgia penitencial encaminada a que las iglesias —la Iglesia— se conviertan; igualmente los cps. 4—5 ofrecen toda la apariencia de una liturgia celeste según el esquema de las liturgias judías. Hay alusiones más o menos veladas a celebraciones cultuales: el bautismo (7,14; 22,14) y la cena del Señor (2,17; 3,20; 12,6). Se mencionan numerosos gestos y objetos de claro contenido litúrgico. La misma conclusión del libro con el Maranatha final —¡Ven, Señor Jesús!— parece evocar la celebración de una liturgia de la comunidad que adora (22,17-20).
Así pues, resumiendo, el libro de Ap, con un lenguaje ciertamente apocalíptico en un elevado tanto por ciento, se nos presenta como una revelación de alcance profético. Una revelación que tiene lugar en un marco litúrgico y que presenta a Jesucristo como aquel en quien, a través de su muerte y su resurrección, se ha hecho ya verdadera y definitiva la victoria de Dios sobre todos los poderes que intentan dominar la historia del mundo y de la humanidad.
3. Marco histórico
¿Qué circunstancias concretas rodearon la composición de este escrito tan singular? Una antigua tradición ha venido atribuyéndolo, aunque no de forma totalmente unánime, al apóstol Juan. Lo habría escrito en los últimos años de su vida y encontrándose desterrado en la isla de Patmos (en pleno mar Egeo, más o menos a la altura de las ciudades de Éfeso y Mileto) con motivo de la persecución desencadenada contra los cristianos por el emperador Domiciano en los años 91-96 d. C., que fueron los últimos de su reinado. Los destinatarios serían los cristianos situados en la órbita de esta persecución, a los que el autor quiere transmitir un mensaje de esperanza en la victoria definitiva de las fuerzas del bien —Dios Padre y Jesucristo, el Señor— sobre los poderes del mal.
En la actualidad, sin embargo, la mayoría de los estudiosos se resiste a identificar al autor de Ap con el apóstol Juan. El Juan de 1,1.4.9 sería más bien un cristiano perteneciente, eso sí, a los círculos joánicos, que escribe su obra al amparo del nombre y de la autoridad del apóstol. Un procedimiento bien conocido entre los escritores antiguos, especialmente entre los autores de “apocalipsis”, y que no puede tacharse de fraude o falsificación; simplemente el autor real establece una relación ideal con un personaje célebre del pasado al que admira profundamente y al que, en consecuencia, presenta como el auténtico autor del escrito.
En todo caso, sea quien sea el autor real, los destinatarios del libro sí parecen ser creyentes amenazados por la persecución y sometidos a múltiples pruebas. El marco de la persecución de Domiciano, al que hemos aludido más arriba, tiene efectivamente muchas probabilidades a su favor; el testimonio de Ireneo de Lyon al respecto es un dato más que debe tenerse en cuenta. Pero no deben descartarse peligros y amenazas procedentes también de dentro, es decir, de círculos cristianos que se han apartado de la verdadera fe y que están hostigando a quienes se han mantenido fieles. En cuanto al lugar donde pudo ser redactado Ap, cabría pensar en el entorno de las ciudades a las que el autor dirige las cartas de la primera parte del libro.
4. Contenido y mensaje del libro
El propio autor de Ap sugiere que su libro es algo así como un evangelio eterno que es preciso anunciar a los habitantes de la tierra (14,6). Es la “buena noticia” de que el reino de Dios se ha hecho realidad en Jesucristo, único Señor de la historia y único Salvador de la humanidad (5,5-14; 11,15-17; 12,10; 19,11-16). Los que reconocen a Cristo como tal Señor y Salvador participan ya de su victoria y conforman el nuevo pueblo de Dios (7,9-17; 14,1-5; 15,2-4; 19,1-9; 20,4-6). Los que lo rechazan, están destinados a la perdición (6,15-17; 9,20-21; 17,8-14; 18,9-19; 19,19-21; 20,7-9).
La Iglesia, por su parte, como nuevo pueblo de Dios, está definitivamente asociada a la persona y a la obra de Cristo; participa de su destino profético, martirial, triunfante y glorioso; debe incorporar a su existencia una serie de actitudes morales y espirituales que la colocan en permanente estado de éxodo y, por tanto, de esperanza (11,17-18; 12,10-12; 19,7-9; 22,17.20).
Apocalipsis, pues, constituye en conjunto un magnífico canto al poder soberano de Dios que conduce sabiamente los hilos de la historia, una espléndida revelación del papel que corresponde a Cristo en el desarrollo de este drama, y una urgente y apasionada invitación a una Iglesia perseguida y atribulada para que tome conciencia del momento concreto en que vive y sepa interpretarlo correctamente.
5. Pistas de interpretación y lectura
La complejidad literaria del libro de Ap y el misterioso contenido de buena parte de él, han dado lugar a distintas corrientes de interpretación, no siempre acertadas.
— Una primera tendencia ha pretendido leer Ap como “historia”. El libro —dicen— se reduce a una descripción en clave simbólica de la historia contemporánea del autor (problemas en el seno de las iglesias cristianas, persecución por parte de los poderes políticos, previsión de una pronta ruina del imperio romano). Hay, sin duda, aspectos verdaderos en esta línea de interpretación, pero necesita ser completada.
— Una segunda tendencia lee Ap como “profecía”, en el sentido popular del término, que es el de predicción del futuro. Ha sido la lectura más extendida entre el pueblo cristiano. A ella pertenecen las identificaciones concretas de sucesos o personajes de la historia con los consignados en el libro; y en ella se dan cita los “milenarismos” de todos los tiempos. Hay que ser cautos con este tipo de identificaciones, pues pueden traicionar fácilmente el pensamiento del autor y el significado último de los símbolos.
— Se ha propuesto un tercer tipo de lectura que puede calificarse como “lectura escatológica”: el mundo del más allá ha invadido, a partir de la resurrección de Cristo, el mundo presente y lo ha sometido a un proceso de transformación. Es una línea de interpretación válida, al menos en parte, que parece responder a una de las perspectivas profundas del autor.
— Y finalmente, hay una lectura-interpretación de Ap como “teología de la historia”. Interesa sobre todo el sentido teológico de “lo que sucede” o “va a suceder”, interesa la contemplación profunda de los sucesos históricos que afectaban a la Iglesia de aquel momento (y que son como anticipo de los que afectarán a la Iglesia de todos los tiempos) a la luz del juicio eterno de Dios en Cristo. Esta línea de interpretación ha sido desarrollada ampliamente en los últimos tiempos y en cierta manera engloba y utiliza lo que tienen de válido las otras tres.
En todo caso, para una lectura correcta y provechosa de Ap, es de importancia capital la comprensión adecuada de los símbolos tan masivamente presentes en el libro. El mismo autor proporciona algunas pistas para su interpretación. Al lector corresponde dejarse impresionar por su fuerza, extraer de cada símbolo su contenido teológico sin quitarle su poder de evocación, contrastar permanentemente los símbolos con los distintos momentos y situaciones de la historia de la Iglesia y de la vida del propio lector. Precisamente, los símbolos permiten que el lenguaje de Ap, a primera vista exotérico e intemporal, mantenga un valor a la vez universal y concreto para el creyente de todos los tiempos.
6. Estructura
Se discute si Ap es una obra homogénea o más bien el resultado de aglutinar varias piezas de diversa procedencia e independientes en su origen. Considerando el texto en su estado actual se han propuesto dos modelos principales de estructura:
a) Según el primer modelo, Ap consta de dos partes desiguales en extensión, una de carácter más profético (1,4—3,22) y otra más cercana al género apocalíptico (4,1—22,5), precedidas de una Introducción (1,1-3) y seguidas de una conclusión (22,6-21) en las que resaltan el tono solemne y las resonancias litúrgicas. En la segunda parte —la más extensa— podemos distinguir cinco secciones o momentos que desarrollan de principio a fin todo el proceso de la historia de la salvación a través de un sugerente juego de septenarios: siete sellos, siete ángeles que tocan siete trompetas, siete ángeles con siete copas llenas de la ira de Dios, siete visiones referidas al triunfo definitivo de Cristo sobre todas las fuerzas negativas de la historia.
b) Un segundo modelo de estructura articula el libro en siete partes: prólogo (1,1-3) y epílogo (22,6-21) más cinco septenarios organizados de manera concéntrica. Primer septenario: siete cartas para siete iglesias (1,4—3,22). Segundo septenario: los siete sellos (4,1—8,1). Tercer septenario: las siete trompetas (8,2—14,20). Cuarto septenario: las siete copas (15,1—19,10). Quinto septenario: las siete visiones (19,11—22,5).

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