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Eclesiástico 51

51
Himno de acción de gracias
1Te doy gracias, mi Dios y salvador;
alabo tu nombre, mi rey soberano.
2Me has librado de la muerte,
me has protegido de las mentiras
que mis enemigos decían de mí.
3-5Por tu gran misericordia
me libraste de los enemigos,
que querían quitarme la vida;
me libraste de la angustia,
del fuego y de muchos sufrimientos;
me libraste de las mentiras,
que hieren como flechas mortales;
¡me libraste de caer en el sepulcro!
6Yo estaba a punto de morir.
7Busqué alguien que me ayudara,
pero nadie vino en mi ayuda.
8Me acordé entonces de tu amor,
y de que nunca dejas de amarnos;
me acordé de que tú salvas
y libras de todos los peligros
a los que confían en ti.
9Cuando elevé a ti mi oración
para que me libraras de la muerte,
10te dije: «Mi Dios y padre,
no me dejes desamparado;
¡tú puedes salvarme del peligro
en los momentos de angustia!
¡Yo te alabaré por siempre;
te cantaré himnos de gratitud!»
11Y tú escuchaste mis ruegos
y me salvaste del peligro.
12Por eso siempre te daré gracias,
y cantaré himnos a tu nombre.
Otro canto de acción de gracias
Alaben a Dios, porque él es bueno.
¡Dios nunca deja de amarnos!
Alaben al que es digno de alabanzas.
¡Dios nunca deja de amarnos!
Alaben al protector de Israel.
¡Dios nunca deja de amarnos!
Alaben al que hizo todas las cosas.
¡Dios nunca deja de amarnos!
Alaben al que ha salvado a Israel.
¡Dios nunca deja de amarnos!
Alaben al que reúne a los israelitas
que andan dispersos por el mundo.
¡Dios nunca deja de amarnos!
Alaben al que devolverá a David
la grandeza de su reino.
¡Dios nunca deja de amarnos!
Alaben al que eligió como sacerdotes
a los descendientes de Sadoc.
¡Dios nunca deja de amarnos!
Alaben al protector de Abraham.
¡Dios nunca deja de amarnos!
Alaben al defensor de Isaac.
¡Dios nunca deja de amarnos!
Alaben al Dios fuerte de Jacob.
¡Dios nunca deja de amarnos!
Alaben al que eligió a Jerusalén
para tener allí su templo.
¡Dios nunca deja de amarnos!
Alaben al Rey de reyes.
¡Dios nunca deja de amarnos!
Dios dio poder a los israelitas,
su pueblo fiel y cercano,
para que siempre lo alaben.
¡Alabado sea Dios!
Hay que buscar la sabiduría
13Cuando yo era joven,
antes de andar por el mundo,
le pedí a Dios en oración
que me permitiera llegar a ser sabio.
14Se lo pedí a la entrada del templo,
y no descansé hasta llegar a serlo.
15Cuando la sabiduría maduró en mí,
como maduran las frutas en el árbol,
mi corazón se llenó de alegría,
pues la busqué desde mi juventud,
y me llevó por el buen camino.
16-18En cuanto llegué a ser sabio,
decidí actuar siempre con sabiduría,
y gracias a ella pude progresar.
19Me esforcé mucho por alcanzarla,
y cumplí fielmente sus enseñanzas.
Oré a Dios con las manos en alto,
pero con gran dolor me di cuenta
que me faltaba mucho por aprender.
20-21Me dediqué a buscar la sabiduría,
pues para mí valía más que un tesoro.
La sabiduría me dio inteligencia,
y por eso Dios no me abandonará.
22El premio que Dios me dio
fue poder alabarlo con mis labios.
23-24Ustedes, que no tienen sabiduría
pero que quieren alcanzarla,
vengan y entren en mi escuela.
No digan que no pueden encontrarla.
25Yo estoy dispuesto a hacerlos sabios,
y no tienen que pagarme nada.
26-28La sabiduría está cerca de nosotros,
tan cerca que es posible alcanzarla.
Fíjense en mí:
con muy poco esfuerzo
he alcanzado esta gran felicidad.
Aun si tuvieran que pagar mucho,
no les conviene dejar de aprender,
porque así obtendrán mayores riquezas.
29Alégrense en el amor de Dios,
y nunca se avergüencen de alabarlo.
30Cumplan con lo que deben hacer
antes de que les llegue la muerte,
y Dios, a su debido tiempo,
les dará el premio que merecen.
Esta es la Sabiduría de Jesús hijo de Sirac.

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