PENTECOSTÉSMuestra

Después de que Jesús cumplió lo que había dicho y ascendió, los discípulos se quedaron esperando al Consolador. Y en esa espera, buscando a la persona de la que Jesús les habló, de repente ocurrió el Pentecostés. Ese momento en el que el Espíritu Santo llegó para quedarse.

La promesa se cumplió: el Consolador descendió, no como una emoción pasajera, sino como fuego y como viento que llenó, transformó y preparó a los discípulos para lo que venía. Antes de esto, ellos estaban reunidos y escondidos en un mismo lugar porque tenían miedo, aún procesando todo lo que había sucedido y de luto por la partida de Jesús. Pero después de aquel momento, salieron de allí llenos de poder y valentía para hablar de Él.

El Espíritu Santo no solo consuela, también nos empodera. Nos da la valentía para hablar de Jesús, nos da dones espirituales y nos hace parte de la misión: la misión de llevar el evangelio al mundo entero. Llevar las buenas noticias de que hay un Salvador que descendió de los cielos, murió y resucitó para encontrarse con cada persona que decide creer en Él.

Así como encendió la llama en los discípulos, también quiere encender la llama en nuestra vida, para que llevemos a Jesús a cada lugar adonde vayamos.

Oración: Espíritu Santo, vengo a buscarte como en Pentecostés. Quita el temor y enciende tu fuego en mí. Dame la valentía para hablar de Jesús y para seguir sus pasos cada día de mi vida. Amén.