PENTECOSTÉSMuestra

Hubo muchos momentos en los que Jesús hablaba y, muy probablemente, los discípulos solo alcanzaban a entender una pequeña fracción de lo que decía. Pero al pensar en este instante, no puedo ni imaginar la confusión y la tristeza que ellos estaban sintiendo. Jesús se estaba despidiendo.

Ese hombre por el que habían decidido dejar sus redes, dejarlo todo y seguirlo, estaba a punto de marcharse. Habían sido testigos de sus milagros, habían escuchado sus palabras, le habían hecho incontables preguntas. Jesús, su amigo, su Maestro, su compañero, estaba por irse. Y en este preciso momento, Jesús les dice que llegó su hora de partir, pero que vendrá otro para consolarlos. Y él les promete una cosa: no estarán solos.

Él prometió que enviaría “otro Consolador”, lo que significa que mandaría la misma presencia de Jesús, pero ahora de una forma interior y constante. Siempre constante. El Espíritu Santo, el Consolador, llegaría para nunca irse.

Esa es la promesa de Jesús. Cada vez que tú y yo nos sentimos solos, vacíos o sin dirección, podemos recordar que Jesús no nos dejó un sustituto menor, sino que nos dio la misma presencia habitando en nosotros.

Él es nuestro Consolador, nuestro guía, el que sopla vida y nos recuerda a Jesús.

Oración: Jesús, gracias por no dejarnos huérfanos, que hoy podamos verte como nuestro Consolador y nuestra compañía constante. Enséñanos a reconocer tu voz y a descansar en tu presencia. Amén.

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Después de leer este devocional, escucha esta canción y haz de su letra tu oración: “No queremos nada más, solo tu presencia… venimos otra vez, como en Pentecostés.”