Eunice y Loida, madre y abuela.

Timoteo es considerado uno de los más sobresalientes colaboradores y compañeros de misión de Pablo. A los escritores bíblicos en general no les interesa registrar los lazos de parentesco de las personas sobresalientes en la historia del Evangelio, por eso llama la atención que en el caso de Timoteo se da a conocer no solo el nombre de su madre, sino también el de su abuela.

El primer contacto con la madre del joven se produce de un modo indirecto y anónimo en Hechos 16.1-3, donde se la menciona en ocasión del encuentro de Timoteo con Pablo y la posterior circuncisión del muchacho. Allí se da a conocer su calidad de judía ya convertida en Listra, casada con un hombre de origen griego. Del padre de Timoteo nada vuelve a decirse, y por eso algunos consideran que tal vez hubiera muerto cuando Timoteo era todavía un niño.

Es en la segunda carta a Timoteo donde aparece el nombre de esta mujer: Eunice, que en griego significa «buena victoria». Pero, lo sobresaliente de 2 Timoteo 1.5 es el elogio de Eunice. El escritor de la carta identifica la fe de Timoteo como aquella que supieron transmitirle su madre Eunice y su abuela Loida. Así visto, madre y abuela se convierten en las primeras maestras y predicadoras del Evangelio en la vida del futuro misionero.

Tal vez ellas no misionaron como Priscila, quizás no fueron cabeza de iglesia como Lidia, probablemente no dejaron todo en pos de la predicación del Evangelio, como Juana, pero una cosa es segura: Desde el espacio de la casa, como madre y abuela, hicieron suyo el pasaje de Proverbios 22.6: «Instruye al niño en su camino, y aún cuando fuere viejo no se apartará de él».

Estas mujeres supieron transmitir al niño la verdad del Evangelio y una fe inconmovible. Por lo tanto, se hicieron merecedoras del elogio del escritor, tal como la mujer de Proverbios 31.31: «alábenla en las puertas sus hechos».