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Rostros - Mujeres de la Biblia 1Muestra

Rostros - Mujeres de la Biblia 1

DÍA 1 DE 8

La mujer samaritana

La samaritana suele ser recordada por los lectores como la mujer de muchos maridos. Sin embargo, su vida privada es un detalle, casi una excusa, que le permite a Jesús entablar con ella un diálogo de potente contenido teológico.

El relato comienza diciendo que a Jesús le era necesario pasar por Samaria para ir a Galilea. La verdad es que existían otros caminos que usaba la mayoría de los judíos para evitar cualquier contacto con los samaritanos. Así que esa idea de necesidad no era geográfica sino más bien ministerial. Es decir, Jesús tenía que pasar por allí por «razones espirituales».

A partir de aquí, el texto plantea una serie de «caída de los límites».

A Jesús no le interesan los límites preestablecidos, no le importa el límite geográfico ni se hace cargo de las diferencias étnicas o de género; nada le impide hablar a plena luz del día con esta mujer extranjera.

Él mismo empieza la conversación con lo que aparenta ser un pedido simple: «Dame de beber» (v. 7). La mujer responde sorprendida, pues no comprende cómo un hombre judío le pide agua a ella, una mujer samaritana.

La respuesta de Jesús en el versículo 10 permite inferir, a partir del repetido uso de pronombres de segunda persona (te, tú), que es a ella en particular a quien va dirigido el don, el regalo (doreán, en griego) que Dios tiene reservado. La mujer no comprende el simbolismo que encierra la respuesta de Jesús, sin embargo, ya no lo ve como «un judío» (v. 9) sino que ahora es «Señor» (v. 11).

Jesús continúa explicando y, aunque la samaritana sigue sin comprender a cabalidad, por lo menos reconoce su necesidad. En ese momento, se invierten los roles del inicio del relato, ahora no es ella quien da sino quien pide agua.

En el versículo 18, Jesús demuestra que conoce la vida personal de la samaritana. Sabe cuántos maridos ha tenido, pero no menciona la causa de sus diversos matrimonios, tampoco se dice si era viuda o si debió padecer el repudio de sus esposos (no debe olvidarse que el pedido de divorcio era privilegio masculino).

Tampoco se juzga la vida de la mujer (no se pronuncian frases al estilo de «tus pecados te son perdonados», «vete y no vuelvas a pecar» o alguna por el estilo).

El penetrante conocimiento de Jesús le permite a la samaritana darse cuenta de que no está frente a un hombre cualquiera y por eso dice «Señor, me parece que tú eres profeta» («veo» en el original, v. 19). Este reconocimiento, a su vez, lleva la conversación hacia temas teológicos, en especial, aquel que, entre otros, dividía a judíos de samaritanos: el lugar de adoración. Jesús deja en claro que también esa es una barrera que no lo limita, porque Dios no se circunscribe a una ubicación geográfica, él necesita adoradores en espíritu y en verdad (vv. 23-24).

Finalmente, el versículo 26 descubre la mayor verdad que la samaritana pudiera oír: por primera vez, en el cuarto evangelio, Jesús pronuncia el inconmensurable «yo soy» (Ex 3.14-16, Jn 6.35; 8.12; 11.25; 14.6).

Como no podría ser de otro modo, la frase produce su resultado: La mujer deja su cántaro y corre a compartir la buena nueva con sus conciudadanos.

Así como los discípulos varones dejaron la red de pesca para ir con Jesús a «pescar hombres» (Mr 1.16-20), del mismo modo la samaritana dejó su cántaro que solo podía contener agua del pozo, para convertirse en una transmisora de la verdad revelada del agua de vida eterna. Se transforma así en la primera predicadora en tierra samaritana.

Muchos creyeron en Jesús a partir de su testimonio (v. 39). Muchos más creyeron al oír a Jesús en persona, porque nada se compara con su propia palabra.

Así, Jesús que había comenzado en el versículo 9 siendo un simple judío, llega a ser en el versículo 42 el «Salvador del mundo, el Cristo».

Escrituras

Día 2

Acerca de este Plan

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Nos gustaría agradecer a la Iglesia la Gran Cosecha por proporcionar este plan. Para mayor información por favor visite: https://tiendabiblica.com/

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