La Biblia es una historia de la relación de Dios con las personas. En su pacto con el pueblo de Israel, en la travesía a la tierra prometida y al enviarnos a Jesucristo, vemos a Dios acercándose a nosotros, tratando de reunirnos en torno a Él, para vivir con Él y ser cuidados por Él. 

Y sin embargo, desde el principio mismo, las personas han tratado de ir por sus propios caminos. Con frecuencia pensamos que sabemos mejor que Dios lo que es bueno para nosotros, y así lo hemos dejado atrás, dispersándonos para tratar de descubrirlo. 

Al igual que los pollos, somos capaces de sobrevivir solos: rascando el suelo, tratando de sobrevivir. Pero, al igual que los pollos, nuestras vidas son mejores cuando estamos cuidados por alguien —y Dios quiere ser ese alguien—. 

A medida que envejecemos, algunas de nuestras actividades pueden acabarse, pero también pueden abrirse nuevas oportunidades de amor y vida, a la vez que una conciencia de las debilidades del pasado. Cual sea nuestra edad, Dios está allí para nosotros y siempre lo estará.

En Isaías 46, en tiempos de crisis, Dios recuerda a la nación de Israel, a través de Isaías, que él estaba allí cuando comenzó la nación y también cuando cada individuo fue concebido y nacido. Cuales sean los conflictos que tengamos en la vida, ¿quién más sino Dios puede conducirnos por la vida, desde el nacimiento hasta que tengamos canas?

Reflejar:

Al caminar con Jesús nos volvemos más como él y podemos demostrarnos mejor unos a otros lo que significa tener una “vida con Jesús”.