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JUECES 13:1-25

JUECES 13:1-25 Reina Valera 2020 (RV2020)

Los hijos de Israel volvieron a hacer lo malo ante los ojos del Señor, y el Señor los entregó en manos de los filisteos durante cuarenta años. En Zora, de la tribu de Dan, había un hombre que se llamaba Manoa. Su mujer nunca había tenido hijos, porque era estéril. A esta mujer se le apareció el ángel del Señor y le dijo: —Tú eres estéril y nunca has tenido hijos, pero concebirás y darás a luz un hijo. Ahora, pues, no bebas vino ni sidra, ni comas cosa inmunda, pues quedarás embarazada y darás a luz un hijo. No pasará navaja sobre su cabeza, porque el niño será nazareo consagrado a Dios desde antes de nacer, y comenzará a salvar a Israel de manos de los filisteos. La mujer fue y se lo contó a su marido: —Un hombre de Dios vino a mí, cuyo aspecto era muy temible, como el de un ángel de Dios. No le pregunté de dónde venía ni quién era, ni tampoco él me dijo su nombre. Pero sí me dijo: «He aquí que tú concebirás y darás a luz un hijo; por tanto, desde ahora no bebas vino ni sidra, ni comas cosa inmunda, porque este niño será nazareo consagrado a Dios desde antes de nacer hasta el día de su muerte». Entonces oró Manoa al Señor: —Ah, Señor mío, yo te ruego que aquel hombre de Dios que enviaste regrese ahora a nosotros y nos enseñe lo que debemos hacer con el niño que ha de nacer. Dios oyó la voz de Manoa. Se hallaba la mujer en el campo, y el ángel de Dios vino otra vez a ella; pero Manoa, su marido, no estaba presente. La mujer corrió prontamente a avisar a su marido, y le dijo: —Mira que se me ha aparecido aquel hombre que vino a mí el otro día. Se levantó Manoa y fue con ella a donde estaba el hombre, y le dijo: —¿Eres tú el hombre que habló con mi mujer? Él respondió: —Yo soy. Entonces Manoa le preguntó: —Cuando tus palabras se cumplan, ¿cuál debe ser la manera de vivir del niño y qué debemos hacer con él? El ángel del Señor respondió a Manoa: —La mujer se guardará de todas las cosas que yo le dije: No tomará nada que proceda de la vid, no beberá vino ni sidra, ni comerá cosa inmunda. Guardará todo lo que le mandé. Entonces Manoa dijo al ángel del Señor: —Te ruego que nos permitas retenerte, y te prepararemos un cabrito. El ángel del Señor respondió a Manoa: —Aunque me retengas, no comeré de tu pan; pero si quieres hacer un holocausto, ofrécelo al Señor. (Manoa no sabía aún que aquel hombre era el ángel del Señor.) Entonces preguntó Manoa al ángel del Señor: —¿Cuál es tu nombre, para que cuando se cumpla tu palabra te honremos? El ángel del Señor respondió: —¿Por qué preguntas por mi nombre, que es oculto? Tomó, pues, Manoa un cabrito y una ofrenda, y los ofreció sobre una peña al Señor. Entonces el ángel hizo un milagro ante los ojos de Manoa y de su mujer. Porque aconteció que cuando la llama del altar subía hacia el cielo, Manoa y su mujer vieron al ángel del Señor subir en la llama del altar. Entonces se postraron rostro en tierra. Y el ángel del Señor no se les volvió a aparecer ni a Manoa ni a su mujer. Manoa supo en aquel instante que era el ángel del Señor. Y dijo Manoa a su mujer: —Seguro que vamos a morir, porque hemos visto a Dios. Su mujer le respondió: —Si el Señor nos quisiera matar, no aceptaría de nuestras manos el holocausto y la ofrenda, ni nos hubiera mostrado todas estas cosas, ni ahora nos habría anunciado esto. Y la mujer dio a luz un hijo y le puso por nombre Sansón. El niño creció y el Señor lo bendijo. Y el espíritu del Señor comenzó a manifestarse en él, en los campamentos de Dan, entre Zora y Estaol.

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JUECES 13:1-25 La Palabra (versión española) (BLP)

Los israelitas volvieron a hacer lo que desagrada al Señor y el Señor los dejó a merced de los filisteos durante cuarenta años. Había un hombre en Sorá, de la tribu de Dan, llamado Manóaj. Su mujer era estéril y no había tenido hijos. El ángel del Señor se apareció a esta mujer y le dijo: —Mira, eres estéril y no has tenido hijos, pero vas a concebir y darás a luz un hijo. En adelante guárdate de beber vino o bebidas fermentadas y no comas nada impuro. Porque vas a concebir y a dar a luz un hijo. No pasará la navaja por su cabeza, porque el niño será un consagrado a Dios desde el vientre de su madre. Él librará a Israel del dominio filisteo. La mujer fue a decírselo a su marido: —Un hombre de Dios ha venido a verme; su aspecto era sobrecogedor, como el de un ángel de Dios. No le he preguntado de dónde venía ni él me ha manifestado su nombre. Pero me ha dicho: «Vas a concebir y a dar a luz un hijo. En adelante no bebas vino ni bebida fermentada y no comas nada impuro, porque el niño será un consagrado a Dios desde el vientre de su madre hasta el día de su muerte». Manóaj invocó al Señor de esta manera: —Te ruego, Señor, que el hombre de Dios que has enviado venga otra vez a vernos y nos instruya sobre lo que tenemos que hacer con el niño cuando nazca. Dios escuchó a Manóaj y el ángel de Dios se le presentó otra vez a la mujer cuando estaba ella sentada en el campo. Su marido Manóaj no estaba con ella. La mujer corrió enseguida a informar a su marido: —Mira, aquel hombre que vino a verme el otro día, se me ha aparecido. Manóaj se levantó y, siguiendo a su mujer, llegó donde estaba el hombre y le dijo: —¿Eres tú el que ha hablado con esta mujer? Él respondió: —Yo soy. Le dijo Manóaj: —Cuando tu palabra se cumpla, ¿cuál deberá ser el estilo de vida y la conducta del niño? El ángel del Señor respondió a Manóaj: —Deberá abstenerse de todo lo que indiqué a esta mujer. No probará nada de lo que procede de la vid, no beberá vino ni bebida fermentada, ni comerá nada impuro; así observará todo lo que le he mandado. Manóaj dijo entonces al ángel del Señor: —Por favor, permanece un poco más con nosotros y te prepararemos un cabrito. Porque Manóaj no sabía que era el ángel del Señor. Pero el ángel del Señor dijo a Manóaj: —Aunque me obligues a quedarme, no probaré tu comida. Pero, si quieres, prepara un holocausto y ofréceselo al Señor. Manóaj preguntó entonces al ángel del Señor: —¿Cómo te llamas, para que, cuando se cumpla tu palabra, te lo podamos agradecer? El ángel del Señor le respondió: —¿Por qué me preguntas el nombre? Es misterioso. Manóaj tomó el cabrito y la ofrenda y se lo ofreció sobre la roca en holocausto al Señor, el que actúa misteriosamente, mientras Manóaj y su mujer lo contemplaban. Cuando la llama se elevó desde el altar hacia el cielo, el ángel del Señor subió en la llama. Manóaj y su mujer, que lo estaban contemplando, cayeron rostro en tierra. Al desaparecer el ángel del Señor de la vista de Manóaj y de su mujer, Manóaj comprendió que era el ángel del Señor. Y dijo Manóaj a su mujer: —Seguro que vamos a morir, porque hemos visto a Dios. Su mujer le respondió: —Si el Señor hubiera querido matarnos, no habría aceptado de nuestra mano el holocausto ni la ofrenda, ni nos habría revelado todas estas cosas, ni nos habría hecho oír cosa semejante. La mujer dio a luz un hijo y le puso de nombre Sansón. El niño creció y el Señor lo bendijo. Y el espíritu del Señor comenzó a actuar por medio de él en el Campamento de Dan, entre Sorá y Estaol.

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JUECES 13:1-25 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Pero los israelitas volvieron a hacer lo malo a los ojos del Señor, y el Señor los entregó al poder de los filisteos durante cuarenta años. En Sorá, de la tribu de Dan, había un hombre que se llamaba Manoa. Su mujer nunca había tenido hijos, porque era estéril. Pero el ángel del Señor se le apareció y le dijo: “Tú nunca has podido tener hijos, pero ahora vas a quedar embarazada y tendrás un niño. Pero no tomes vino ni licor, ni comas nada impuro, pues vas a tener un hijo al que no se le deberá cortar el cabello, porque ese niño estará consagrado a Dios como nazareo desde antes de nacer, para que sea él quien comience a librar a los israelitas del poder de los filisteos.” La mujer fue a contárselo a su marido, y le dijo: –Un hombre de Dios vino a donde yo estaba, y me impresionó mucho pues parecía el ángel mismo del Señor. Ni yo le pregunté quién era ni tampoco él me lo dijo. Lo que sí me dijo fue que yo voy a tener un hijo, y que desde ahora no debo tomar vino ni licor, ni comer nada impuro, porque el niño va a estar consagrado a Dios como nazareo desde antes de nacer y hasta su muerte. Entonces Manoa dijo al Señor en oración: “Yo te ruego, Señor, que envíes otra vez ese hombre a nosotros, para que nos diga qué debemos hacer con el niño que va a nacer.” Dios respondió a la petición de Manoa, y su ángel se apareció otra vez a la mujer, cuando estaba en el campo. Como Manoa no estaba allí, ella fue corriendo a decirle: –¡Oye, el hombre que vi el otro día se me ha vuelto a aparecer! Manoa se levantó y fue con ella a donde estaba el hombre, al cual dijo: –¿Eres tú el que habló con mi mujer el otro día? Aquel hombre contestó: –Sí, yo soy. Entonces Manoa le dijo: –Cuando se cumpla lo que nos has dicho, ¿cómo debemos criar al niño? ¿Qué tendremos que hacer con él? El ángel del Señor respondió: –Que tu mujer haga todo lo que le he dicho: que no tome vino ni ningún otro producto de la vid, ni licor, ni coma nada impuro. Simplemente, que haga lo que le he ordenado. Manoa, sin saber que aquel hombre era el ángel del Señor, le dijo: –Por favor, quédate con nosotros a comer un cabrito que vamos a prepararte. El ángel le contestó: –Aunque me quedara, no podría compartir contigo tu comida. Pero puedes ofrecer el cabrito en holocausto al Señor. Entonces Manoa dijo al ángel: –Dinos al menos cómo te llamas, para que te estemos agradecidos cuando se cumpla lo que nos has dicho. Pero el ángel le respondió: –¿Para qué quieres saber mi nombre? Es un secreto admirable. Manoa tomó el cabrito y la ofrenda de cereales, los puso sobre una roca y los ofreció en holocausto al Señor. Entonces el Señor hizo algo maravilloso ante los ojos de Manoa y de su mujer: cuando el fuego subió del altar, Manoa y su mujer vieron al ángel del Señor elevarse al cielo en medio de las llamas. Entonces se inclinaron hasta tocar el suelo con la frente. Manoa se dio cuenta de que aquel hombre era el ángel del Señor, pues no se les volvió a aparecer ni a él ni a su mujer; y dijo Manoa a su mujer: –Con toda seguridad vamos a morir, porque hemos visto a Dios. Pero ella le contestó: –Si el Señor nos hubiera querido matar, no habría aceptado nuestro holocausto ni nuestra ofrenda, ni nos habría dejado ver estas cosas. Tampoco nos habría anunciado todo esto. A su tiempo, la mujer tuvo un hijo, y le puso por nombre Sansón. El niño crecía y el Señor lo bendecía. Y un día en que Sansón estaba en el campamento de Dan, entre Sorá y Estaol, el espíritu del Señor comenzó a manifestarse en él.

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JUECES 13:1-25 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Una vez más los israelitas hicieron lo que ofende al SEÑOR. Por eso él los entregó en manos de los filisteos durante cuarenta años. Cierto hombre de Zora, llamado Manoa, de la tribu de Dan, tenía una esposa que no le había dado hijos porque era estéril. Pero el ángel del SEÑOR se le apareció a ella y le dijo: «Eres estéril y no tienes hijos, pero vas a concebir y tendrás un hijo. Cuídate de no beber vino ni ninguna otra bebida fuerte, ni tampoco comas nada impuro, porque concebirás y darás a luz un hijo. No pasará la navaja sobre su cabeza, porque el niño va a ser nazareo, consagrado a Dios desde antes de nacer. Él comenzará a librar a Israel del poder de los filisteos». La mujer fue adonde estaba su esposo y le dijo: «Un hombre de Dios vino adonde yo estaba. Por su aspecto imponente, parecía un ángel de Dios. Ni yo le pregunté de dónde venía ni él me dijo cómo se llamaba. Pero me dijo: “Concebirás y darás a luz un hijo. Ahora bien, cuídate de no beber vino ni ninguna otra bebida fuerte, ni de comer nada impuro, porque el niño será nazareo, consagrado a Dios desde antes de nacer hasta el día de su muerte”». Entonces Manoa oró al SEÑOR: «Oh Señor, te ruego que permitas que vuelva el hombre de Dios que nos enviaste, para que nos enseñe cómo criar al niño que va a nacer». Dios escuchó a Manoa, y el ángel de Dios volvió a aparecerse a la mujer mientras esta se hallaba en el campo; pero Manoa su esposo no estaba con ella. La mujer corrió de inmediato a avisar a su esposo: «¡Está aquí el hombre que se me apareció el otro día!» Manoa se levantó y siguió a su esposa. Cuando llegó adonde estaba el hombre, le dijo: ―¿Eres tú el que habló con mi esposa? ―Sí, soy yo —respondió él. Así que Manoa le preguntó: ―Cuando se cumplan tus palabras, ¿cómo debemos criar al niño? ¿Cómo deberá portarse? El ángel del SEÑOR contestó: ―Tu esposa debe cumplir con todo lo que le he dicho. Ella no debe probar nada que proceda de la vid, ni beber ningún vino ni ninguna otra bebida fuerte; tampoco debe comer nada impuro. En definitiva, debe cumplir con todo lo que le he ordenado. Manoa le dijo al ángel del SEÑOR: ―Nos gustaría que te quedaras hasta que te preparemos un cabrito. Pero el ángel del SEÑOR respondió: ―Aunque me detengas, no probaré nada de tu comida. Pero, si preparas un holocausto, ofréceselo al SEÑOR. Manoa no se había dado cuenta de que aquel era el ángel del SEÑOR. Así que le preguntó: ―¿Cómo te llamas, para que podamos honrarte cuando se cumpla tu palabra? ―¿Por qué me preguntas mi nombre? —replicó él—. Es un misterio maravilloso. Entonces Manoa tomó un cabrito, junto con la ofrenda de cereales, y lo sacrificó sobre una roca al SEÑOR. Y, mientras Manoa y su esposa observaban, el SEÑOR hizo algo maravilloso: Mientras la llama subía desde el altar hacia el cielo, el ángel del SEÑOR ascendía en la llama. Al ver eso, Manoa y su esposa se postraron en tierra sobre sus rostros. Y el ángel del SEÑOR no se volvió a aparecer a Manoa y a su esposa. Entonces Manoa se dio cuenta de que aquel era el ángel del SEÑOR. ―¡Estamos condenados a morir! —le dijo a su esposa—. ¡Hemos visto a Dios! Pero su esposa respondió: ―Si el SEÑOR hubiera querido matarnos, no nos habría aceptado el holocausto ni la ofrenda de cereales de nuestras manos; tampoco nos habría mostrado todas esas cosas ni anunciado todo esto. La mujer dio a luz un niño y lo llamó Sansón. El niño creció y el SEÑOR lo bendijo. Y el Espíritu del SEÑOR comenzó a manifestarse en él mientras estaba en Majané Dan, entre Zora y Estaol.

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