HECHOS 21:27-40
HECHOS 21:27-40 Reina Valera 2020 (RV2020)
Cuando estaban a punto de cumplirse los siete días, unos judíos de Asia vieron a Pablo en el templo, alborotaron a toda la multitud y le echaron mano, dando voces: —¡Israelitas, ayudadnos! Este es el hombre que va por todas partes enseñando contra nuestra nación, nuestra ley y este lugar. Además, ha metido a griegos en el templo y profanado así este santo lugar. Decían esto porque antes habían visto con él en la ciudad a Trófimo, de Éfeso, a quien pensaban que Pablo había metido en el templo. Toda la ciudad se alborotó y la gente se agolpó y agarraron a Pablo, lo sacaron a rastras fuera del templo y cerraron sus puertas inmediatamente. Y como intentaban matarle, se avisó al comandante del batallón romano que toda la ciudad de Jerusalén estaba alborotada. Este inmediatamente tomó soldados y centuriones y corrió hacia ellos. Cuando ellos vieron al comandante y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo. Y el comandante, habiéndose acercado, arrestó a Pablo, mandó atarle con dos cadenas y le preguntó quién era y qué había hecho. Entre la multitud, unos gritaban una cosa, y otros, otra, así que, como no podía entender nada con claridad a causa del alboroto, mandó que le llevaran a la fortaleza. Al llegar a las gradas, los soldados le llevaron en volandas debido a la violencia de la multitud que venía detrás gritando: —¡Mátalo! Cuando estaban a punto de meterle en la fortaleza, Pablo dijo al comandante: —¿Se me permite decir algo? Él preguntó: —¿Sabes hablar griego? ¿No eres tú aquel egipcio que en otro tiempo levantó una sedición y condujo al desierto a cuatro mil sicarios? Pablo respondió: —No. Soy judío, y nací en Tarso, una ciudad importante de Cilicia. Te ruego que me permitas hablar al pueblo. Concedido el permiso, Pablo se puso de pie sobre las gradas e hizo señal con la mano al pueblo. Se hizo un profundo silencio y comenzó a hablar en lengua hebrea diciendo
HECHOS 21:27-40 La Palabra (versión española) (BLP)
A punto de cumplirse los siete días, unos judíos de la provincia de Asia vieron a Pablo en el Templo y, amotinando a la gente, se abalanzaron sobre él mientras gritaban: —¡Israelitas, ayudadnos! ¡Este es el individuo que va por todas partes difamando nuestra nación, nuestra ley y este sagrado recinto! Por si fuera poco, ha introducido extranjeros en el Templo, profanando así este santo lugar. Es que habían visto antes a Pablo andar por la ciudad en compañía de Trófimo, de Éfeso, y suponían que también lo había llevado al Templo. La ciudad entera se alborotó; y la gente acudió en masa. Agarraron a Pablo, lo sacaron fuera del Templo y cerraron sus puertas inmediatamente. Estaban dispuestos a matarlo, cuando llegó al comandante de la guarnición la noticia de que toda Jerusalén estaba alborotada. Al momento movilizó un grupo de soldados y oficiales y corrió a cargar contra los agitadores. A la vista del comandante y sus soldados, la gente dejó de golpear a Pablo. Se adelantó luego el comandante, arrestó a Pablo y dio orden de atarlo con dos cadenas. Preguntó después quién era y qué había hecho. Pero entre aquella masa, unos gritaban una cosa, y otros, otra. Así que, al no poder el comandante conseguir algún dato cierto en medio de aquel tumulto, ordenó conducir a Pablo a la fortaleza. Cuando llegaron a la escalinata, la multitud estaba tan enardecida, que los soldados tuvieron que llevar en volandas a Pablo; detrás, el pueblo en masa vociferaba sin cesar: —¡Mátalo! Estaban ya a punto de introducirlo en el interior de la fortaleza, cuando Pablo dijo al comandante: —¿Puedo hablar un momento contigo? —¿Sabes hablar griego? —le dijo extrañado el comandante—. Entonces, ¿no eres tú el egipcio que hace unos días provocó una revuelta y se fue al desierto con cuatro mil guerrilleros? —Yo soy judío —respondió Pablo—, natural de Tarso de Cilicia, una ciudad importante. Te ruego que me permitas hablar al pueblo. Concedido el permiso, Pablo se situó en lo alto de la escalinata e hizo con la mano un ademán para conseguir la atención del pueblo. Se hizo un profundo silencio y Pablo comenzó a hablar en arameo
HECHOS 21:27-40 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
A punto de cumplirse los siete días, unos judíos de la provincia de Asia vieron a Pablo en el templo y alborotaron a la gente. Se lanzaron contra Pablo gritando: –¡Israelitas, ayudadnos! Este es el hombre que anda por todas partes enseñando a la gente cosas que van contra nuestro pueblo, contra la ley de Moisés y contra este lugar. Además ha metido ahora en el templo a unos griegos, profanando este lugar santo. Decían esto porque antes le habían visto en la ciudad en compañía de Trófimo de Éfeso, y pensaban que Pablo lo había introducido en el templo. Toda la ciudad se alborotó y la gente llegó corriendo. Agarraron a Pablo y lo arrastraron fuera del templo, cerrando inmediatamente las puertas. Estaban a punto de matarlo, cuando al comandante del batallón romano le llegó la noticia de que toda la ciudad de Jerusalén se había alborotado. El comandante reunió a sus soldados y centuriones, y fue corriendo a donde estaba la gente. Cuando vieron al comandante y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo. Entonces el comandante se acercó, detuvo a Pablo y mandó que lo sujetaran con dos cadenas. Después preguntó quién era y qué había hecho, pero unos gritaban una cosa y otros otra, y como el comandante no lograba aclarar nada a causa del ruido, ordenó que lo llevaran al cuartel. Al llegar a la escalinata, los soldados tuvieron que llevar en volandas a Pablo, debido a la violencia de la gente, porque todos iban detrás, gritando: “¡Muera!” Cuando ya estaban a punto de meterle en el cuartel, Pablo preguntó al comandante del batallón: –¿Puedo hablar contigo un momento? El comandante le contestó: –¿Sabes hablar griego? Entonces, ¿no eres tú aquel egipcio que hace algún tiempo organizó una rebelión y se echó al desierto con cuatro mil guerrilleros? Pablo le dijo: –Yo soy judío, natural de Tarso de Cilicia, ciudadano de una población importante. Pero, por favor, permíteme hablar a la gente. El comandante le dio permiso, y Pablo, de pie en lo alto de la escalinata, con la mano pidió que la gente se callase. Cuando se hizo el silencio, les habló en hebreo diciendo
HECHOS 21:27-40 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Cuando estaban a punto de cumplirse los siete días, unos judíos de la provincia de Asia vieron a Pablo en el templo. Alborotaron a toda la multitud y le echaron mano, gritando: «¡Israelitas! ¡Ayudadnos! Este es el hombre que anda por todas partes enseñando a toda la gente contra nuestro pueblo, nuestra ley y este lugar. Además, hasta ha metido a unos griegos en el templo, y ha profanado este lugar santo». Y es que antes habían visto en la ciudad a Trófimo el efesio en compañía de Pablo, y suponían que Pablo lo había metido en el templo. Toda la ciudad se alborotó. La gente se precipitó en masa, agarró a Pablo y lo sacó del templo a rastras, e inmediatamente se cerraron las puertas. Iban a matarlo, cuando se le informó al comandante del batallón romano que toda la ciudad de Jerusalén estaba amotinada. En seguida tomó algunos centuriones con sus tropas y bajó corriendo hacia la multitud. Al ver al comandante y a sus soldados, los amotinados dejaron de golpear a Pablo. El comandante se abrió paso, lo arrestó y ordenó que lo sujetaran con dos cadenas. Luego preguntó quién era y qué había hecho. Entre la multitud cada uno gritaba una cosa distinta. Como el comandante no pudo averiguar la verdad a causa del alboroto, mandó que condujeran a Pablo al cuartel. Cuando Pablo llegó a las gradas, los soldados tuvieron que llevárselo en vilo debido a la violencia de la turba. El pueblo en masa iba detrás gritando: «¡Que lo maten!» Cuando los soldados estaban a punto de meterlo en el cuartel, Pablo le preguntó al comandante: ―¿Me permites decirte algo? ―¿Hablas griego? —replicó el comandante—. ¿No eres el egipcio que hace algún tiempo provocó una rebelión y llevó al desierto a cuatro mil guerrilleros? ―No, yo soy judío, natural de Tarso, una ciudad muy importante de Cilicia —le respondió Pablo—. Por favor, permíteme que hable al pueblo. Con el permiso del comandante, Pablo se puso de pie en las gradas e hizo una señal con la mano a la multitud. Cuando todos guardaron silencio, les dijo en arameo