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PROVERBIOS 23:19-35

PROVERBIOS 23:19-35 Reina Valera 2020 (RV2020)

Escucha, hijo mío, y sé sabio: endereza tu corazón al buen camino. No te juntes con los bebedores de vino ni con los comilones de carne, porque el bebedor y el comilón se empobrecerán, y el mucho dormir los hará vestir de harapos. Escucha a tu padre, que te engendró; y cuando tu madre envejezca, no la menosprecies. Compra la verdad y no la vendas; y la sabiduría, la enseñanza y la inteligencia. Mucho se alegrará el padre del justo, y el que engendra a un sabio se gozará con él. ¡Alégrense tu padre y tu madre! ¡Gócese la que te dio a luz! Dame, hijo mío, tu corazón y miren tus ojos mis caminos. Porque abismo profundo es la ramera, pozo profundo la extraña. También ella, como un ladrón, acecha, y multiplica entre los hombres la infidelidad. ¿Para quién serán los lamentos? ¿Para quién el dolor? ¿Para quién las rencillas? ¿Para quién las quejas? ¿Para quién las heridas sin razón? ¿Para quién los ojos enrojecidos? Para los que se pasan con el vino, y no cesan de catar bebidas. ¡No mires el vino cuando rojea, cuando resplandece su color en la copa! Entra suavemente, pero al fin muerde como una serpiente, causa dolor como un áspid. Tus ojos verán cosas extrañas y tu corazón dirá cosas perversas. Será como si flotaras en medio del mar o como si te bamboleases en la punta de un mástil. Y dirás: «Me hirieron, mas no me dolió; me azotaron, pero no lo sentí; cuando despierte, volveré por más».

PROVERBIOS 23:19-35 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Hijo mío, presta atención y sé sabio; mantén tu corazón en el camino recto. No te juntes con los que beben mucho vino, ni con los que se hartan de carne, pues borrachos y glotones, por su indolencia, acaban harapientos y en la pobreza. Escucha a tu padre, que te engendró, y no desprecies a tu madre cuando sea anciana. Adquiere la verdad y la sabiduría, la disciplina y el discernimiento, ¡y no los vendas! El padre del justo experimenta gran regocijo; quien tiene un hijo sabio se solaza en él. ¡Que se alegren tu padre y tu madre! ¡Que se regocije la que te dio la vida! Dame, hijo mío, tu corazón y no pierdas de vista mis caminos. Porque fosa profunda es la prostituta, y estrecho pozo, la mujer ajena. Se pone al acecho, como un bandido, y multiplica la infidelidad de los hombres. ¿De quién son los lamentos? ¿De quién los pesares? ¿De quién son los pleitos? ¿De quién las quejas? ¿De quién son las heridas gratuitas? ¿De quién los ojos morados? ¡Del que no suelta la botella de vino ni deja de probar licores! No te fijes en lo rojo que es el vino, ni en cómo brilla en la copa, ni en la suavidad con que se desliza; porque acaba mordiendo como serpiente y envenenando como víbora. Tus ojos verán alucinaciones, y tu mente imaginará estupideces. Te parecerá estar durmiendo en alta mar, acostado sobre el mástil mayor. Y dirás: «Me han herido, pero no me duele. Me han golpeado, pero no lo siento. ¿Cuándo despertaré de este sueño para ir a buscar otro trago?»