HECHOS 5:1-23
HECHOS 5:1-23 Reina Valera 2020 (RV2020)
Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira, su mujer, vendió un terreno. Con el conocimiento de su mujer sustrajo parte del precio y solo puso el resto a disposición de los apóstoles. Pedro le dijo: —Ananías, ¿por qué has dejado que Satanás te convenciera para que mintieras al Espíritu Santo y sustrajeras para ti una parte del precio del terreno? ¿Acaso no era tuya la heredad antes de venderla? Y cuando la vendiste, ¿no obraba en tu poder el dinero de la venta? ¿Cómo se te ha ocurrido hacer una cosa semejante? No has mentido a los hombres sino a Dios. Al oír Ananías estas palabras, cayó muerto al suelo. Un gran temor sobrecogió a todos los que se enteraron de lo ocurrido. Luego se levantaron unos jóvenes, le envolvieron y le sacaron para darle sepultura. Unas tres horas más tarde, entró su mujer sin saber lo que había acontecido. Pedro le preguntó: —Dime, ¿vendisteis en este precio el terreno? Ella respondió: —Sí, en ese precio. Pedro le dijo: —¿Por qué os habéis puesto de acuerdo para provocar al Espíritu del Señor? En la puerta resuenan los pasos de quienes han sepultado a tu marido y lo mismo van a hacer contigo. Al instante Safira cayó muerta a los pies de Pedro. Cuando entraron los jóvenes, la hallaron muerta. La sacaron y la sepultaron junto a su marido. Un gran temor sobrecogió a toda la iglesia y a todos los que oyeron estas cosas. Por medio de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo. Todos se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón. Pero nadie más se atrevía a juntarse con ellos, aunque el pueblo los tenía en gran estima. El número de los que creían en el Señor, tanto hombres como mujeres, iba en aumento, incluso sacaban a los enfermos a las calles en sus camas y camillas para que, al pasar Pedro, al menos su sombra cayera sobre alguno de ellos. De las ciudades vecinas a Jerusalén venían también muchos trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos, y todos eran sanados. Entonces el sumo sacerdote y todos los que estaban de su parte, esto es, la secta de los saduceos, movidos por los celos, apresaron a los apóstoles y los pusieron en la cárcel pública. Pero un ángel del Señor abrió de noche las puertas de la cárcel y liberándolos les dijo: —Id, y puestos en pie en el templo, anunciad al pueblo todas las enseñanzas acerca de esta vida. Ellos, tras escuchar su mandato, se dirigieron de mañana al templo, donde se pusieron a enseñar. Entre tanto, el sumo sacerdote y quienes estaban de su parte convocaron al Sanedrín y al Concilio de los ancianos de los hijos de Israel y ordenaron traer de la cárcel a los apóstoles. Mas cuando los guardias llegaron a la cárcel, no los hallaron allí. Se volvieron e informaron del hecho diciendo: —Hemos hallado la cárcel cerrada con toda seguridad y a los vigilantes de pie ante las puertas, mas cuando las abrimos no encontramos a nadie dentro.
HECHOS 5:1-23 La Palabra (versión española) (BLP)
Pero un hombre llamado Ananías, junto con su mujer, de nombre Safira, vendió una finca y, de acuerdo con la esposa, retuvo una parte del precio y puso lo restante a disposición de los apóstoles. Pedro le dijo: —Ananías, ¿por qué has permitido que Satanás te convenciera para mentir al Espíritu Santo, guardando para ti parte del precio de la finca? Tuya era antes de venderla y, una vez vendida, tuyo era el producto de la venta. ¿Cómo se te ha ocurrido hacer una cosa semejante? No has mentido a los hombres sino a Dios. Escuchar Ananías estas palabras y caer muerto al suelo fue todo uno, por lo que cuantos lo oyeron quedaron sobrecogidos de temor. Enseguida se acercaron unos jóvenes, amortajaron el cadáver y lo llevaron a enterrar. Unas tres horas más tarde llegó su mujer, que ignoraba lo sucedido. Pedro le preguntó: —Dime, ¿es este el valor total de la finca que vendisteis? Ella contestó: —Sí, ese es. Pedro le replicó: —¿Por qué os habéis confabulado para provocar al Espíritu del Señor? Escucha, ya se oyen a la puerta los pasos de los que vuelven de enterrar a tu marido; ahora te llevarán a ti. Al instante cayó a sus pies y expiró. Cuando entraron los jóvenes, era ya cadáver; así que se la llevaron y la enterraron junto a su marido. Como resultado de esto, la Iglesia entera y todos los que llegaron a saberlo quedaron sobrecogidos de temor. Eran muchos los milagros y prodigios que se producían entre el pueblo por medio de los apóstoles. Los fieles, por su parte, se reunían todos formando una piña en el pórtico de Salomón. Pero nadie más se atrevía a juntarse con ellos, aunque el pueblo los tenía en gran estima. Sin embargo, pronto fueron multitud los hombres y mujeres que creyeron en el Señor. Incluso sacaban a los enfermos a la calle y los ponían en lechos y camillas para que, al pasar Pedro, por lo menos su sombra tocara a alguno de ellos. De los pueblos próximos a Jerusalén acudían también muchedumbres de gentes llevando enfermos y personas atormentadas por espíritus malignos, y todos eran curados. Entonces, el sumo sacerdote y todos los de su partido, que era el de los saduceos, ciegos de furor, apresaron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero un ángel del Señor abrió por la noche la puerta de la prisión y los hizo salir diciéndoles: —Id y anunciad al pueblo, en medio del Templo, todo lo referente a esta forma de vida. Oído este mandato, se dirigieron de mañana al Templo, donde empezaron a enseñar. Entre tanto, llegaron el sumo sacerdote y los de su partido, convocaron al Consejo Supremo y al pleno de los dirigentes israelitas, y mandaron traer de la cárcel a los presos. Fueron los guardias, pero no encontraron a los apóstoles en la prisión; así que se volvieron e informaron del hecho con estas palabras: —Hemos hallado la cárcel cuidadosamente cerrada, y a los vigilantes en su puesto ante la puerta; pero al abrirla no hemos encontrado a nadie dentro.
HECHOS 5:1-23 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Pero hubo un hombre llamado Ananías, que junto con Safira, su esposa, vendió un terreno. Este hombre, de acuerdo con su esposa, se quedó con una parte del dinero y puso la otra parte a disposición de los apóstoles. Pedro le dijo: –Ananías, ¿cómo dejaste que Satanás entrase en tu corazón para que te hiciera mentir al Espíritu Santo quedándote con parte del dinero que te pagaron por el terreno? ¿Acaso el terreno no era tuyo? Y puesto que lo vendiste, ¿no era tuyo el dinero? ¿Cómo se te ocurrió hacer eso? No has mentido a los hombres, sino a Dios. Al oir esto, Ananías cayó muerto. Y todos los que lo supieron se llenaron de miedo. Vinieron entonces unos jóvenes, envolvieron el cuerpo y se lo llevaron a enterrar. Como unas tres horas después entró la esposa de Ananías, sin saber lo que había sucedido. Pedro le preguntó: –Dime, ¿vendisteis el terreno en el precio que habéis declarado? –Sí, en ese precio –contestó ella. Pedro le dijo: –¿Por qué os pusisteis de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? Ahí llegan los que llevaron a enterrar a tu esposo, y ahora van a llevarte también a ti. En aquel mismo momento, Safira cayó muerta a los pies de Pedro. Cuando los jóvenes entraron la encontraron muerta, y se la llevaron a enterrar al lado de su esposo. Todos los de la iglesia y todos los que supieron lo ocurrido se llenaron de temor. Por medio de los apóstoles se hacían muchas señales y milagros entre la gente, y todos se reunían en el pórtico de Salomón. Ninguno de los demás se atrevía a juntarse con ellos; sin embargo, la gente los estimaba mucho. Y aumentó el número de personas, tanto hombres como mujeres, que creían en el Señor. Y sacaban los enfermos a las calles, poniéndolos en camas y camillas para que, al pasar Pedro, al menos su sombra cayera sobre alguno. También de los pueblos vecinos acudía mucha gente a Jerusalén trayendo enfermos y personas atormentadas por espíritus impuros. Y todos eran sanados. El sumo sacerdote y los del partido saduceo que estaban con él se llenaron de envidia, y apresaron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero un ángel del Señor abrió de noche las puertas de la cárcel, los sacó y les dijo: “Id, y puestos de pie en el templo contad al pueblo todo lo referente a esta vida nueva.” Conforme a estas palabras, al día siguiente entraron temprano en el templo y comenzaron a enseñar. Mientras tanto, el sumo sacerdote y los que estaban con él llamaron a todos los ancianos israelitas a una reunión de la Junta Suprema, y mandaron traer de la cárcel a los apóstoles. Pero cuando los guardias llegaron a la cárcel no los encontraron. Así que volvieron con la noticia, diciendo: –Hemos encontrado la cárcel perfectamente cerrada y a los soldados vigilando ante las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro.
HECHOS 5:1-23 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Un hombre llamado Ananías también vendió una propiedad y, en complicidad con su esposa Safira, se quedó con parte del dinero y puso el resto a disposición de los apóstoles. ―Ananías —le dijo Pedro—, ¿cómo es posible que Satanás haya llenado tu corazón para que le mintieras al Espíritu Santo y te quedaras con parte del dinero que recibiste por el terreno? ¿Acaso no era tuyo antes de venderlo? Y una vez vendido, ¿no estaba el dinero en tu poder? ¿Cómo se te ocurrió hacer esto? ¡No has mentido a los hombres, sino a Dios! Al oír estas palabras, Ananías cayó muerto. Y un gran temor se apoderó de todos los que se enteraron de lo sucedido. Entonces se acercaron los más jóvenes, envolvieron el cuerpo, se lo llevaron y le dieron sepultura. Unas tres horas más tarde, entró su esposa, sin saber lo que había ocurrido. ―Dime —le preguntó Pedro—, ¿vendisteis el terreno por tal precio? ―Sí —dijo ella—, por tal precio. ―¿Por qué os pusisteis de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? —le recriminó Pedro—. ¡Mira! Los que sepultaron a tu esposo acaban de regresar y ahora te llevarán a ti. En ese mismo instante ella cayó muerta a los pies de Pedro. Entonces entraron los jóvenes y, al verla muerta, se la llevaron y le dieron sepultura al lado de su esposo. Y un gran temor se apoderó de toda la iglesia y de todos los que se enteraron de estos sucesos. Por medio de los apóstoles ocurrían muchas señales y prodigios entre el pueblo; y todos los creyentes se reunían de común acuerdo en el Pórtico de Salomón. Nadie entre el pueblo se atrevía a juntarse con ellos, aunque los elogiaban. Y seguía aumentando el número de los que confiaban en el Señor. Era tal la multitud de hombres y mujeres que hasta sacaban a los enfermos a las plazas y los ponían en camillas para que, al pasar Pedro, por lo menos su sombra cayera sobre alguno de ellos. También de los pueblos vecinos a Jerusalén acudían multitudes que llevaban personas enfermas y atormentadas por espíritus malignos, y todas eran sanadas. El sumo sacerdote y todos sus partidarios, que pertenecían a la secta de los saduceos, se llenaron de envidia. Entonces arrestaron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero en la noche un ángel del Señor abrió las puertas de la cárcel y los sacó. «Id —les dijo—, presentaos en el templo y comunicad al pueblo todo este mensaje de vida». Conforme a lo que habían oído, al amanecer entraron en el templo y se pusieron a enseñar. Cuando llegaron el sumo sacerdote y sus partidarios, convocaron al Consejo, es decir, a la asamblea general de los ancianos de Israel, y mandaron traer de la cárcel a los apóstoles. Pero, al llegar los guardias a la cárcel, no los encontraron. Así que volvieron con el siguiente informe: «Encontramos la cárcel cerrada, con todas las medidas de seguridad, y a los guardias firmes a las puertas; pero, cuando abrimos, no encontramos a nadie dentro».