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1 SAMUEL 14:1-52

1 SAMUEL 14:1-52 Reina Valera 2020 (RV2020)

Aconteció un día, que Jonatán hijo de Saúl, dijo al criado que le traía las armas: —Ven y pasemos a la guarnición de los filisteos, que está de aquel lado. Pero no lo hizo saber a su padre. Saúl se hallaba al extremo de Gabaa, debajo de un granado que hay en Migrón, y las gentes que estaban con él eran como seiscientos hombres. Ahías hijo de Ahitob, hermano de Icabod hijo de Finees hijo de Elí, sacerdote del Señor en Silo, llevaba el efod. El pueblo no sabía que Jonatán se había ido. Entre los desfiladeros por donde Jonatán procuraba pasar a la guarnición de los filisteos, había un peñasco agudo de un lado, y otro del otro lado; uno se llamaba Boses y el otro Sene. El primer peñasco estaba situado al norte, hacia Micmas, y el segundo al sur, hacia Gabaa. Dijo, pues, Jonatán a su paje de armas: —Ven, pasemos a la guarnición de estos incircuncisos; quizá haga algo el Señor por nosotros, pues no es difícil para el Señor dar la victoria, sea con muchos o con pocos. Su paje de armas le respondió: —Haz todo lo que tu corazón te dicte; ve, pues aquí estoy a tu disposición. Dijo entonces Jonatán: —Vamos a pasar hacia esos hombres para que ellos nos vean. Si nos dicen: «Esperad hasta que lleguemos a vosotros», entonces nos quedaremos en nuestro lugar, y no subiremos adonde están ellos. Pero si nos dicen: «Subid hacia nosotros», entonces subiremos, porque el Señor los ha entregado en nuestras manos; esto nos servirá de señal. Los dos se dejaron ver por la guarnición de los filisteos, y estos dijeron: «Mirad los hebreos que salen de las cavernas donde se habían escondido». Y los hombres de la guarnición se dirigieron a Jonatán y a su paje de armas, y les dijeron: —Subid a nosotros, y os haremos saber una cosa. Entonces Jonatán dijo a su paje de armas: —Sube detrás de mí, porque el Señor los ha entregado en manos de Israel. Subió Jonatán, que trepaba con sus manos y sus pies, seguido de su paje de armas. A los que caían delante de Jonatán, su paje de armas, que iba detrás de él, los remataba. En esta primera matanza que hicieron Jonatán y su paje de armas cayeron como veinte hombres en una corta extensión de terreno. Cundió el pánico en el campamento y por el campo, y entre toda la gente de la guarnición; a los que habían salido en la avanzada también los asaltó el pánico, y la tierra tembló; hubo, pues, gran consternación. Los centinelas de Saúl vieron desde Gabaa de Benjamín cómo la multitud estaba turbada, iba de un lado a otro y se dispersaba. Entonces Saúl dijo al pueblo que estaba con él: —Pasad ahora revista y ved quién se ha ido de los nuestros. Pasaron revista, y vieron que faltaban Jonatán y su paje de armas. Entonces Saúl dijo a Ahías: —Trae el arca de Dios. Pues el arca de Dios estaba entonces con los hijos de Israel. Pero aconteció que mientras aún hablaba Saúl con el sacerdote, el alboroto que había en el campamento de los filisteos era cada vez más fuerte. Entonces dijo Saúl al sacerdote: —Detén tu mano. Luego Saúl reunió a todo el pueblo que con él estaba y llegaron hasta el lugar de la batalla. Allí vieron que cada uno había desenvainado su espada contra su compañero y que había gran confusión. Los hebreos que desde tiempo antes habían estado con los filisteos, y que desde los alrededores habían subido con ellos al campamento, se pusieron también del lado de los israelitas que estaban con Saúl y con Jonatán. Asimismo, todos los israelitas que se habían escondido en los montes de Efraín, al oír que los filisteos huían, también los persiguieron en aquella batalla, que se extendió hasta Bet-avén. Así salvó el Señor aquel día a Israel. Pero los hombres de Israel fueron puestos en apuro aquel día, porque Saúl había hecho jurar al pueblo: «Cualquiera que coma pan antes de caer la noche, antes que me haya vengado de mis enemigos, sea maldito». Y nadie había probado bocado. Todo el pueblo llegó a un bosque, donde había miel en la superficie del campo. Entró, pues, el pueblo en el bosque, y vieron que allí corría la miel; pero no hubo quien la probara, porque el pueblo temía al juramento. Jonatán, que no había oído cuando su padre había hecho jurar al pueblo, alargó la punta de una vara que traía en su mano, la mojó en un panal de miel y se llevó la mano a la boca y le brillaron los ojos. Uno del pueblo le dijo: —Tu padre ha hecho jurar solemnemente al pueblo: «Maldito sea el hombre que tome hoy alimento». Y el pueblo desfallecía. Respondió Jonatán: —Mi padre ha turbado al país. Ved ahora cómo han sido aclarados mis ojos por haber probado un poco de esta miel. ¿Cuánto más si el pueblo hubiera comido libremente hoy del botín tomado a sus enemigos? ¿No hubiera sido mayor el estrago entre los filisteos? Aquel día derrotaron a los filisteos desde Micmas hasta Ajalón, pero el pueblo estaba muy cansado. Así que se lanzó sobre el botín, tomaron ovejas, vacas y becerros, y los degollaron en el suelo; y el pueblo los comió con la sangre. Entonces le avisaron a Saúl: —El pueblo está pecando contra el Señor, porque come carne con sangre. Él dijo: —¡Vosotros habéis sido infieles! Rodadme ahora acá una piedra grande. Esparcíos por el pueblo —añadió—, y decidles que me traiga cada uno su vaca y cada cual su oveja; degolladlas aquí y comed, sin pecar contra el Señor por comer la carne con la sangre. Aquella noche cada uno llevó su propio buey y lo sacrificaron allí. Edificó Saúl un altar al Señor, y ese fue el primero que edificó al Señor. Dijo Saúl: —Descendamos esta noche contra los filisteos y ataquémoslos hasta la mañana; no dejaremos a ninguno con vida. Ellos dijeron: —Haz lo que bien te parezca. Dijo luego el sacerdote: —Acerquémonos aquí a Dios. Y Saúl consultó a Dios: —¿Debo descender tras los filisteos? ¿Los entregarás en manos de Israel? Pero el Señor no le dio respuesta aquel día. Entonces dijo Saúl: —Venid acá todos los principales del pueblo, averiguad y ved en qué ha consistido este pecado de hoy. ¡Vive el Señor!, que ha salvado a Israel, que aunque se trate de mi hijo Jonatán, de seguro morirá. Y no hubo en todo el pueblo quien le respondiera. Dijo luego a todo Israel: —Vosotros estaréis a un lado, y yo y Jonatán, mi hijo, estaremos al otro lado. —Haz lo que bien te parezca —respondió el pueblo a Saúl. Entonces dijo Saúl al Señor, Dios de Israel: —Da a conocer la verdad. La suerte cayó sobre Jonatán y Saúl, con lo que el pueblo quedó libre. Saúl dijo: —Echad suertes entre mí y mi hijo Jonatán. Y la suerte cayó sobre Jonatán. Entonces Saúl dijo a Jonatán: —Cuéntame lo que has hecho. Jonatán respondió: —Ciertamente, gusté un poco de miel con la punta de la vara que traía en mi mano; ¿y he de morir? Saúl le dijo: —Traiga Dios sobre mí el peor de los castigos, si no te hago morir, Jonatán. Pero el pueblo dijo a Saúl: —¿Ha de morir Jonatán, el que ha logrado esta gran victoria en Israel? ¡No será así! ¡Vive el Señor!, que no caerá en tierra ni un cabello de su cabeza, pues lo hizo con ayuda de Dios. Así el pueblo libró de morir a Jonatán. Saúl dejó de perseguir a los filisteos, y los filisteos se fueron a su tierra. Después de haber tomado posesión del reino de Israel, Saúl luchó contra todos los enemigos que lo rodeaban: contra Moab, contra los hijos de Amón, contra Edom, contra los reyes de Soba y contra los filisteos; dondequiera que iba, salía vencedor. Reunió un ejército, derrotó a Amalec y libró a Israel de manos de los que lo saqueaban. Los hijos de Saúl fueron Jonatán, Isúi y Malquisúa. Los nombres de sus dos hijas eran, el de la mayor, Merab, y el de la menor, Mical. El nombre de la mujer de Saúl era Ahinoam, hija de Ahimaas. El nombre del general de su ejército era Abner hijo de Ner, tío de Saúl. Porque Cis, padre de Saúl, y Ner, padre de Abner, fueron hijos de Abiel. Todo el tiempo de Saúl hubo guerra encarnizada contra los filisteos; y a todo el que Saúl veía que era hombre esforzado y apto para combatir, lo reclutaba para sí.

1 SAMUEL 14:1-52 La Palabra (versión española) (BLP)

Cierto día Jonatán, hijo de Saúl, dijo a su escudero: —Vamos a pasar hasta el destacamento filisteo que está al otro lado. Pero no dijo nada a su padre. Saúl estaba acampado en el término de Guibeá, bajo el granado que hay en Migrón, con un ejército de unos seiscientos hombres. Ajías, hijo de Ajitub, hermano de Icabod, hijos de Finés, el hijo de Elí, el sacerdote del Señor en Siló, llevaba el efod. La gente no sabía que Jonatán se había marchado. Flanqueando los vados por los que Jonatán intentaba cruzar hasta el destacamento filisteo había dos peñascos: uno se llamaba Boses y el otro Sene. Uno de los salientes estaba al norte, frente a Micmás; el otro estaba al sur, frente a Guibeá. Jonatán dijo a su escudero: —Vamos a cruzar hasta el destacamento de esos incircuncisos. A ver si el Señor nos ayuda, pues a él le da igual salvar con muchos o con pocos. El escudero respondió: —Actúa como te parezca. Me tienes a tu disposición. Jonatán le dijo: —Vamos a cruzar en dirección a esos hombres, para que nos vean. Si nos dicen: «¡Alto ahí, hasta que nos acerquemos!», nosotros nos quedaremos quietos, sin llegar a ellos. Pero si nos dicen: «Subid hasta aquí», entonces subiremos, pues esa será la señal de que el Señor nos los ha entregado. Los dos se dejaron ver por el destacamento de los filisteos y estos comentaron: —Mirad, unos hebreos salen de las cuevas donde estaban escondidos. Los hombres del destacamento dijeron a Jonatán y a su escudero: —Subid hasta aquí, que tenemos algo que deciros. Entonces Jonatán le dijo a su escudero: —Sígueme, porque el Señor los ha entregado en poder de Israel. Jonatán subió trepando con manos y pies, seguido de su escudero. Los filisteos iban cayendo ante Jonatán mientras su escudero, por detrás, los iba rematando. En este primer ataque Jonatán y su escudero mataron a unos veinte hombres en una corta extensión de terreno. El pánico cundió en el campamento, en el campo abierto y entre toda la gente; también se asustaron el destacamento y la patrulla de asalto. La tierra tembló y se produjo un pánico sobrecogedor. Desde Guibeá de Benjamín los centinelas de Saúl vieron que la multitud se dispersaba en desbandada. Saúl dijo a la tropa que lo acompañaba: —Pasad revista y comprobad si nos falta alguien. Pasaron revista y echaron en falta a Jonatán y a su escudero. Entonces Saúl dijo a Ajías: —Trae aquí el Arca de Dios. (Pues aquel día el Arca de Dios estaba con los israelitas). Mientras Saúl hablaba con el sacerdote el tumulto en el campamento filisteo iba en aumento. Saúl dijo al sacerdote: —Retira tu mano. Saúl y la tropa que lo acompañaba se congregaron y se lanzaron hacia el campo de batalla y allí vieron que la gente se atacaba entre sí en medio de un completo caos. Los hebreos que vivían desde hacía tiempo con los filisteos y que habían subido con ellos al campamento se pasaron también a los israelitas que acompañaban a Saúl y a Jonatán. Cuando todos los israelitas que se habían escondido en los montes de Efraín se enteraron de la huida de los filisteos, se sumaron también a su persecución. El Señor salvó aquel día a Israel y la batalla llegó hasta Bet-Avén. Los israelitas terminaron aquel día agotados, pues no habían probado bocado. Y es que Saúl los había juramentado, diciendo: —¡Maldito el que coma algo antes de la tarde, hasta que yo me haya vengado de mis enemigos! La tropa llegó a un bosque donde había miel por el suelo. Cuando la gente entró en el bosque, vio destilar la miel, pero nadie llegó a probarla por respeto al juramento. Jonatán, en cambio, no se había enterado del juramento que su padre había impuesto al pueblo. Así que alargó la vara que llevaba en la mano, mojó la punta en un panal de miel, se la llevó a la boca y se le iluminó el semblante. Alguien de los presentes le comentó: —Tu padre ha juramentado al pueblo, maldiciendo al que coma algo hoy. Por eso la gente está agotada. Jonatán le respondió: —Mi padre ha perjudicado al país. Observa cómo se me ha iluminado el semblante al probar solo un poco de miel. A buen seguro que si la gente hubiera comido hoy del botín capturado al enemigo, la derrota de los filisteos habría sido mucho mayor. Aquel día el pueblo derrotó a los filisteos desde Micmás hasta Ayalón, pero estaba completamente agotado. Entonces la gente se lanzó sobre el botín, echaron mano a ovejas, vacas y terneros, los sacrificaron en el suelo y se comieron hasta la sangre. Avisaron a Saúl: —La gente está ofendiendo al Señor, comiendo sangre. Él contestó: —¡Estáis siendo infieles! Traed hasta aquí ahora mismo una piedra grande. Luego añadió: —Dispersaos entre la gente y decidles que cada uno me traiga su res o su oveja. Luego las sacrificáis aquí y coméis. Pero no ofendáis al Señor comiendo la sangre. Aquella misma noche toda la gente aportó su propia res y las sacrificaron allí. Luego Saúl levantó un altar al Señor. Este fue el primer altar que construyó al Señor. Después dijo: —Vamos a perseguir esta noche a los filisteos y a saquearlos hasta el amanecer sin dejar ni un superviviente. Le respondieron: —Haz como mejor te parezca. Pero el sacerdote dijo: —Vamos a consultar al Señor. Entonces Saúl consultó al Señor: —¿Puedo perseguir a los filisteos? ¿Los entregarás en poder de Israel? Pero aquel día no le respondió. Saúl ordenó: —Acercaos todos los jefes del pueblo e investigad quién ha pecado hoy. Porque os juro por el Señor, el Salvador de Israel, que, aunque se trate de mi hijo Jonatán, tendrá que morir. Pero ninguno de los presentes le respondió. Entonces Saúl dijo a todos los israelitas: —Poneos todos vosotros a un lado, y yo y mi hijo Jonatán nos pondremos al otro. La gente respondió: —Haz lo que te parezca mejor. Saúl invocó al Señor, Dios de Israel: —Muéstranos la verdad. La suerte recayó en Saúl y Jonatán, y el pueblo quedó libre. Saúl dijo: —Echad la suerte entre mi hijo Jonatán y yo. Y la suerte recayó en Jonatán. Entonces Saúl dijo a Jonatán: —Dime qué has hecho. Jonatán le respondió: —Ciertamente probé un poco de miel con la punta de mi vara. Aquí estoy, dispuesto a morir. Saúl sentenció: —Que Dios me castigue si no mueres, Jonatán. Pero el pueblo dijo a Saúl: —¿Cómo va a morir Jonatán que ha proporcionado esta gran victoria a Israel? ¡De ninguna manera! Vive Dios que no caerá en tierra ni un cabello de su cabeza, pues la gesta de hoy la ha realizado con la ayuda de Dios. Y así el pueblo libró de la muerte a Jonatán. Saúl dejó de perseguir a los filisteos, que regresaron a sus casas. Después de asumir la realeza sobre Israel, Saúl combatió contra todos los enemigos de alrededor: Moab, los amonitas, Edom, los reyes de Sobá y los filisteos, venciendo en todas sus campañas y haciendo proezas. También derrotó a Amalec y salvó a Israel del poder de sus opresores. Los hijos de Saúl fueron Jonatán, Jisví y Malquisúa. La mayor de sus hijas se llamaba Merab y la pequeña Mical. Su mujer se llamaba Ajinoán, hija de Ajimás; y el general de su ejército se llamaba Abner, hijo de Ner, tío de Saúl. Quis, el padre de Saúl, y Ner, el padre de Abner, eran hijos de Abiel. A lo largo de todo el reinado de Saúl hubo guerra encarnizada contra los filisteos. Por eso Saúl reclutaba a todos los hombres fuertes y valientes que encontraba.

1 SAMUEL 14:1-52 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Cierto día, Jonatán, el hijo de Saúl, dijo a su ayudante: –Ven, crucemos el río y ataquemos al destacamento filisteo que está al otro lado. Pero Jonatán no dijo nada de esto a su padre, que, acampado al extremo de una colina, estaba debajo de un granado, en una era, acompañado de una tropa formada por seiscientos hombres. El encargado de llevar el efod era Ahías, hijo de Ahitub y sobrino de Icabod, que era hijo de Finees y nieto de Elí, el sacerdote del Señor en Siló. La gente no sabía que Jonatán se había ido. Mientras tanto, él trataba de llegar hasta donde estaba el destacamento filisteo. El paso se encontraba entre dos grandes peñascos, llamados Bosés y Sene, uno al norte, frente a Micmás, y el otro al sur, frente a Guibeá. Y Jonatán dijo a su ayudante: –Anda, vamos al otro lado, hasta donde se encuentra el destacamento de esos paganos. Quizá el Señor haga algo por nosotros, ya que para él no es difícil darnos la victoria con mucha gente o con poca. –Haz todo lo que tengas en mente, que estoy dispuesto a apoyarte en tus propósitos –respondió su ayudante. Entonces Jonatán le dijo: –Mira, vamos a pasar al otro lado, adonde están esos hombres, y dejaremos que nos vean. Si nos dicen que esperemos a que bajen hasta donde estamos, nos quedaremos allí y no subiremos adonde ellos están. Pero si nos dicen que subamos, lo haremos así, porque eso será una señal de que el Señor nos dará la victoria. Así pues, los dos dejaron que los filisteos del destacamento los vieran. Y estos, al verles, dijeron: “Mirad, los hebreos ya están saliendo de las cuevas en que se habían escondido.” Y en seguida gritaron a Jonatán y a su ayudante: –¡Subid adonde estamos, que os vamos a contar algo! Entonces Jonatán dijo a su ayudante: –Sígueme, porque el Señor va a entregarlos en manos de los israelitas. Jonatán subió trepando con pies y manos, seguido de su ayudante. A los que Jonatán hacía rodar por tierra, su ayudante los remataba en seguida. En este primer ataque, Jonatán y su ayudante mataron a unos veinte hombres en un reducido espacio. Todos los que estaban en el campamento y fuera de él, se llenaron de miedo. Los soldados del destacamento y los grupos de guerrilleros también tuvieron miedo. Al mismo tiempo hubo un temblor de tierra, y se produjo un pánico enorme. Los centinelas de Saúl, que estaban en Guibeá de Benjamín, vieron a los filisteos correr en tropel de un lado a otro. Entonces Saúl dijo al ejército que le acompañaba: –Pasad revista para ver quién falta de los nuestros. Al pasar revista, se vio que faltaban Jonatán y su ayudante. Y como aquel día el efod de Dios se hallaba entre los israelitas, Saúl le dijo a Ahías: –Trae aquí el efod de Dios. Pero mientras Saúl hablaba con el sacerdote, la confusión en el campamento filisteo iba en aumento. Entonces Saúl dijo al sacerdote: –Ya no lo traigas. En seguida Saúl y todas sus tropas se reunieron y se lanzaron a la batalla. Era tal la confusión que había entre los filisteos, que acabaron matándose entre sí. Además, los hebreos que desde hacía tiempo estaban con los filisteos y habían salido con ellos como parte de su ejército, se pasaron al lado de los israelitas que acompañaban a Saúl y Jonatán. Y cuando los israelitas que se habían refugiado en los montes de Efraín supieron que los filisteos huían, se lanzaron a perseguirlos y a presentarles batalla. El combate se extendió hasta Bet-avén, y el Señor libró a Israel en esta ocasión. Sin embargo, los israelitas estaban muy agotados aquel día, pues nadie había probado alimento, porque Saúl había puesto al pueblo bajo juramento, diciendo: “Maldito aquel que coma algo antes de la tarde, antes de que yo me haya vengado de mis enemigos.” Y el ejército llegó a un bosque donde había miel en el suelo. Cuando la gente entró en el bosque, la miel corría como agua; sin embargo, nadie la probó por miedo al juramento. Pero Jonatán, que no había escuchado el juramento bajo el cual su padre había puesto al ejército, extendió la vara que llevaba en la mano, mojó la punta en un panal de miel y comió de ella, con lo cual se reanimó en seguida. Entonces uno de los soldados israelitas le dijo: –Tu padre ha puesto al ejército bajo juramento, y ha dicho que quien hoy coma alguna cosa será maldito. Por eso la gente está muy agotada. Jonatán respondió: –Mi padre ha causado un perjuicio a la nación. Mira qué reanimado estoy después de haber probado un poco de esta miel, y más lo estaría la gente si hubiera comido hoy de lo que le quitó al enemigo. ¡Y qué grande habría sido la derrota de los filisteos! Aquel día los israelitas derrotaron a los filisteos, luchando desde Micmás hasta Aialón. Pero el ejército israelita estaba tan agotado, que finalmente se lanzó sobre el botín que le había arrebatado al enemigo, y tomando ovejas, vacas y becerros, los degollaron en el suelo y comieron la carne con sangre y todo. Pero algunos fueron a decirle a Saúl: –La gente está pecando contra el Señor, porque está comiendo carne con sangre. Entonces Saúl dijo: –¡Sois unos traidores! Traedme aquí rodando una piedra grande. Además, hablad a la gente y decidle que cada uno me traiga aquí su toro o su oveja, para que vosotros los degolléis y comáis, y no pequéis contra el Señor comiendo carne con sangre. Aquella misma noche, cada uno llevó personalmente su toro, y lo degollaron allí. Saúl, por su parte, construyó un altar al Señor, que fue el primero que le dedicó. Después propuso Saúl: –Bajemos esta noche a perseguir a los filisteos y hagamos un saqueo hasta el amanecer, sin dejar vivo a ninguno. Todos respondieron: –Haz lo que te parezca mejor. Pero el sacerdote dijo: –Antes que nada, consultemos a Dios. Entonces Saúl consultó a Dios: –¿Debo perseguir a los filisteos? ¿Los entregarás en manos de los israelitas? Pero el Señor no le respondió aquel día. Por lo tanto, Saúl dijo: –Acercaos aquí todos los jefes del ejército y averiguad quién ha cometido hoy este pecado. ¡Juro por el Señor, el salvador de Israel, que aunque haya sido mi hijo Jonatán, tendrá que morir! Como nadie en el ejército respondía, Saúl dijo a todos los israelitas: –Poneos vosotros a este lado, y al otro nos pondremos mi hijo Jonatán y yo. –Haz lo que te parezca mejor –contestó la tropa. Entonces Saúl exclamó: –Señor y Dios de Israel, ¿por qué no has respondido hoy a tu servidor? Si la culpa es mía o de mi hijo Jonatán, al echar las suertes saldrá el Urim; pero si la culpa es de Israel, tu pueblo, al echar las suertes saldrá el Tumim. La suerte cayó sobre Jonatán y Saúl, y el pueblo quedó libre de culpa. Luego Saúl dijo: –Echad suertes entre mi hijo Jonatán y yo. Y la suerte cayó sobre Jonatán, por lo cual dijo Saúl a Jonatán: –Confiésame lo que has hecho. Jonatán confesó: –Realmente probé un poco de miel con la punta de la vara que llevaba en la mano. Pero aquí estoy, dispuesto a morir. Saúl exclamó: –¡Que Dios me castigue con toda dureza si no mueres, Jonatán! Pero el pueblo respondió a Saúl: –¡Cómo es posible que muera Jonatán, si ha dado una gran victoria a Israel! ¡Nada de eso! ¡Por vida del Señor, que no caerá al suelo ni un pelo de su cabeza! Porque lo que ha hecho hoy, lo ha hecho con la ayuda de Dios. De este modo el pueblo libró de la muerte a Jonatán. Saúl, a su vez, dejó de perseguir a los filisteos, los cuales regresaron a su territorio. Así pues, Saúl tomó posesión del reino de Israel, y en todas partes combatió contra sus enemigos, que eran Moab, Amón, Edom, el rey de Sobá y los filisteos. Y dondequiera que iba, vencía. Reunió un ejército y venció a Amalec, librando así a Israel de las bandas de salteadores. Los hijos de Saúl fueron: Jonatán, Isví y Malquisúa. Sus dos hijas fueron: Merab, la mayor, y Mical, la menor. La mujer de Saúl se llamaba Ahinóam, hija de Ahimaas. El general de su ejército se llamaba Abner, hijo de Ner, tío de Saúl. Quis, padre de Saúl, y Ner, padre de Abner, eran hijos de Abiel. La guerra contra los filisteos fue muy dura durante toda la vida de Saúl; por eso Saúl alistaba en su ejército a todo hombre fuerte y valiente.

1 SAMUEL 14:1-52 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Cierto día, Jonatán hijo de Saúl, sin decirle nada a su padre, le ordenó a su escudero: «Ven acá. Vamos a cruzar al otro lado, donde está el destacamento de los filisteos». Y es que Saúl estaba en las afueras de Guibeá, bajo un granado en Migrón, y tenía con él unos seiscientos hombres. El efod lo llevaba Ahías hijo de Ajitob, que era hermano de Icabod, el hijo de Finés y nieto de Elí, sacerdote del SEÑOR en Siló. Nadie sabía que Jonatán había salido, y para llegar a la guarnición filistea Jonatán tenía que cruzar un paso entre dos peñascos, llamados Bosés y Sene. El primero estaba al norte, frente a Micmás; el otro, al sur, frente a Gueba. Así que Jonatán le dijo a su escudero: ―Vamos a cruzar hacia la guarnición de esos paganos. Espero que el SEÑOR nos ayude, pues para él no es difícil salvarnos, ya sea con muchos o con pocos. ―¡Adelante! —respondió el escudero—. Haz todo lo que tengas pensado hacer, que cuentas con todo mi apoyo. ―Bien —dijo Jonatán—; vamos a cruzar hasta donde están ellos, para que nos vean. Si nos dicen: “¡Esperad a que os alcancemos!”, ahí nos quedaremos, en vez de avanzar. Pero, si nos dicen: “¡Venid acá!”, avanzaremos, pues será señal de que el SEÑOR nos va a dar la victoria. Así pues, los dos se dejaron ver por la guarnición filistea. ―¡Mirad —exclamaron los filisteos—, los hebreos empiezan a salir de las cuevas donde estaban escondidos! Entonces los soldados de la guarnición les gritaron a Jonatán y a su escudero: ―¡Venid acá! Tenemos algo que deciros. ―Ven conmigo —le dijo Jonatán a su escudero—, porque el SEÑOR le ha dado la victoria a Israel. Jonatán trepó con pies y manos, seguido por su escudero. A los filisteos que eran derribados por Jonatán, el escudero los remataba. En ese primer encuentro, que tuvo lugar en un espacio reducido, Jonatán y su escudero mataron a unos veinte hombres. Cundió entonces el pánico en el campamento filisteo y entre el ejército que estaba en el campo abierto. Todos ellos se acobardaron, incluso los soldados de la guarnición y las tropas de asalto. Hasta la tierra tembló, y hubo un pánico extraordinario. Desde Guibeá de Benjamín, los centinelas de Saúl podían ver que el campamento huía en desbandada. Saúl dijo entonces a sus soldados: «Pasad revista, a ver quién de los nuestros falta». Así lo hicieron, y resultó que faltaban Jonatán y su escudero. Entonces Saúl le pidió a Ahías que trajera el arca de Dios. (En aquel tiempo el arca estaba con los israelitas). Pero, mientras hablaban, el desconcierto en el campo filisteo se hizo peor, así que Saúl le dijo al sacerdote: «¡No lo hagas!» En seguida Saúl reunió a su ejército, y todos juntos se lanzaron a la batalla. Era tal la confusión entre los filisteos que se mataban unos a otros. Además, los hebreos que hacía tiempo se habían unido a los filisteos, y que estaban con ellos en el campamento, se pasaron a las filas de los israelitas que estaban con Saúl y Jonatán. Y los israelitas que se habían escondido en los montes de Efraín, al oír que los filisteos huían, se unieron a la batalla para perseguirlos. Así libró el SEÑOR a Israel aquel día, y la batalla se extendió más allá de Bet Avén. Los israelitas desfallecían de hambre, pues Saúl había puesto al ejército bajo este juramento: «¡Maldito el que coma algo antes del anochecer, antes de que pueda vengarme de mis enemigos!» Así que aquel día ninguno de los soldados había probado bocado. Al llegar todos a un bosque, notaron que había miel en el suelo. Cuando el ejército entró en el bosque, vieron que la miel corría como agua, pero por miedo al juramento nadie se atrevió a probarla. Sin embargo, Jonatán, que no había oído a su padre poner al ejército bajo juramento, alargó la vara que llevaba en la mano, hundió la punta en un panal de miel, y se la llevó a la boca. En seguida se le iluminó el rostro. Pero uno de los soldados le advirtió: ―Tu padre puso al ejército bajo un juramento solemne, diciendo: “¡Maldito el que coma algo hoy!” Y por eso los soldados desfallecen. ―Mi padre le ha causado un gran daño al país —respondió Jonatán—. Mirad cómo me volvió el color al rostro cuando probé un poco de esta miel. ¡Imaginaos si todo el ejército hubiera comido del botín que se le arrebató al enemigo! ¡Cuánto mayor habría sido el estrago causado a los filisteos! Aquel día los israelitas mataron filisteos desde Micmás hasta Ayalón. Y, como los soldados estaban exhaustos, echaron mano del botín. Agarraron ovejas, vacas y terneros, los degollaron sobre el suelo, y se comieron la carne con sangre y todo. Entonces le contaron a Saúl: ―Los soldados están pecando contra el SEÑOR, pues están comiendo carne junto con la sangre. ―¡Son unos traidores! —replicó Saúl—. Haced rodar una piedra grande, y traédmela ahora mismo. También les dijo: ―Id y decidle a la gente que cada uno me traiga su toro o su oveja para degollarlos y comerlos aquí; y que no coman ya carne junto con la sangre, para que no pequen contra el SEÑOR. Esa misma noche cada uno llevó su toro, y lo degollaron allí. Luego Saúl construyó un altar al SEÑOR. Este fue el primer altar que levantó. Y dijo: ―Vayamos esta noche tras los filisteos. Antes de que amanezca, quitémosles todo lo que tienen y no dejemos a nadie con vida. ―Haz lo que te parezca mejor —le respondieron. ―Primero debemos consultar a Dios —intervino el sacerdote. Saúl entonces le preguntó a Dios: «¿Debo perseguir a los filisteos? ¿Los entregarás en manos de Israel?» Pero Dios no le respondió aquel día. Así que Saúl dijo: ―Todos vosotros, jefes del ejército, acercaos y averiguad cuál es el pecado que se ha cometido hoy. ¡El SEÑOR y Salvador de Israel me es testigo de que, aunque el culpable sea mi hijo Jonatán, morirá sin remedio! Nadie se atrevió a decirle nada. Les dijo entonces a todos los israelitas: ―Poneos vosotros de un lado, y yo y mi hijo Jonatán nos pondremos del otro. ―Haz lo que te parezca mejor —respondieron ellos. Luego le rogó Saúl al SEÑOR, Dios de Israel, que le diera una respuesta clara. La suerte cayó sobre Jonatán y Saúl, de modo que los demás quedaron libres. Entonces dijo Saúl: ―Echad suertes entre mi hijo Jonatán y yo. Y la suerte cayó sobre Jonatán, así que Saúl le dijo: ―Cuéntame lo que has hecho. ―Es verdad que probé un poco de miel con la punta de mi vara —respondió Jonatán—. ¿Y por eso tengo que morir? ―Jonatán, si tú no mueres, ¡que Dios me castigue sin piedad! —exclamó Saúl. Los soldados le replicaron: ―¡Cómo va a morir Jonatán, siendo que le ha dado esta gran victoria a Israel! ¡Jamás! Tan cierto como que el SEÑOR vive, que ni un pelo de su cabeza caerá al suelo, pues con la ayuda de Dios hizo esta proeza. Así libraron a Jonatán de la muerte. Saúl, a su vez, dejó de perseguir a los filisteos, los cuales regresaron a su tierra. Después de consolidar su reinado sobre Israel, Saúl luchó contra todos los enemigos que lo rodeaban, incluso contra los moabitas, los amonitas, los edomitas, los reyes de Sobá y los filisteos; y a todos los vencía haciendo gala de valor. También derrotó a los amalecitas y libró a Israel de quienes lo saqueaban. Saúl tuvo tres hijos: Jonatán, Isví y Malquisúa. También tuvo dos hijas: la mayor se llamaba Merab, y la menor, Mical. Su esposa era Ajinoán hija de Ajimaz. El general de su ejército era Abner hijo de Ner, tío de Saúl. Ner y Quis, el padre de Saúl, eran hermanos, y ambos eran hijos de Abiel. Durante todo el reinado de Saúl se luchó sin cuartel contra los filisteos. Por eso, siempre que Saúl veía a alguien fuerte y valiente, lo alistaba en su ejército.