Al día siguiente, de nuevo estaba Juan con dos de sus discípulos y, al ver a Jesús que pasaba por allí, dijo:
—Ahí tenéis al Cordero de Dios.
Los dos discípulos, que se lo oyeron decir, fueron en pos de Jesús, quien al ver que lo seguían, les preguntó:
—¿Qué buscáis?
Ellos contestaron:
—Rabí (que significa «Maestro»), ¿dónde vives?
Él les respondió:
—Venid a verlo.
Se fueron, pues, con él, vieron dónde vivía y pasaron con él el resto de aquel día. Eran como las cuatro de la tarde.
Uno de los dos que habían escuchado a Juan y habían seguido a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Lo primero que hizo Andrés fue ir en busca de su hermano Simón para decirle:
—Hemos hallado al Mesías (palabra que quiere decir «Cristo»).
Y se lo presentó a Jesús, quien, fijando en él la mirada, le dijo:
—Tú eres Simón, hijo de Juan; en adelante te llamarás Cefas (es decir, Pedro).
Al día siguiente, Jesús decidió partir para Galilea. Encontró a Felipe y le dijo:
—Sígueme.
Felipe, que era de Betsaida, el pueblo de Andrés y Pedro, se encontró con Natanael y le dijo:
—Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en el Libro de la Ley y del que hablaron también los profetas: Jesús, hijo de José y natural de Nazaret.
Natanael exclamó:
—¿Es que puede salir algo bueno de Nazaret?
Felipe le contestó:
—Ven y verás.
Al ver Jesús que Natanael venía a su encuentro, comentó:
—Ahí tenéis a un verdadero israelita en quien no cabe falsedad.
Natanael le preguntó:
—¿De qué me conoces?
Jesús respondió:
—Antes que Felipe te llamara, ya te había visto yo cuando estabas debajo de la higuera.
Natanael exclamó:
—Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel.
Jesús le dijo:
—¿Te basta para creer el haberte dicho que te vi debajo de la higuera? ¡Cosas mucho más grandes has de ver!
Y añadió:
—Os aseguro que veréis cómo se abren los cielos y los ángeles de Dios suben y bajan sobre el Hijo del hombre.