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El Tamborilero

Este villancico nos coloca en movimiento: un camino que desciende hacia Belén, donde la humildad del pesebre se encuentra con el deseo ardiente de ver al Rey. La peregrinación de los pastorcillos y los dones sencillos del zurrón revelan que la verdadera adoración nace del corazón, no del lujo. Belén cumple la promesa antigua: en un lugar pequeño, Dios realiza algo inmenso y cercano. El ritmo repetido del “ropoponpon” evoca una ofrenda simple y constante: llegar, postrarse y ofrecer lo que somos ante el Niño Dios.

Todos tenemos un “camino a Belén”: trayectos ordinarios que, recorridos con fe, se convierten en encuentro. La adoración auténtica no requiere grandeza externa, sino un corazón disponible que trae su zurrón: tiempo, atención, servicio, recursos, heridas y gratitudes. El pesebre nos enseña que la presencia de Dios dignifica lo pequeño y transforma límites en lugar de gracia. Ofrecer alabanzas y buenas obras, de forma perseverante, es el “latido” que mantiene vivo nuestro amor por Cristo. Cuando el camino se hace cuesta arriba, la memoria de la promesa —Dios nace y está con nosotros— sostiene la marcha y orienta nuestras decisiones hacia la entrega y la alegría.

Preguntas para reflexionar

1. Ofrenda: ¿Qué puedo poner hoy en mi “zurrón” para ofrecer a Jesús —tiempo, habilidades, reconciliación, generosidad— de manera concreta?
2. Adoración: ¿Cómo puedo transformar mis rutinas diarias en un camino de encuentro y adoración, sin esperar momentos “perfectos”?
3. Humildad: ¿Qué aspecto de mi vida necesita el pesebre de Belén —simplicidad y confianza— para dejar de aparentar y empezar a servir con sinceridad?

Escucha el villancico “El tamborilero” aquí: https://youtu.be/-Gmm_6cV45k?si=1k3KZMPNUSyXMSVJ