El Gran Amor De DiosMuestra

Claridad Entre las Nubes

“Será como la luz de la mañana, Como el resplandor del sol en una mañana sin nubes, Como la lluvia que hace brotar la hierba de la tierra” (2 Samuel 23:4 RVR1960)

Cuando experimentamos el amor de Dios, es como la luz del amanecer: delicada, refrescante y rebosante de esperanza. Es un sentir en que la penumbra abre el camino a una luminosidad que cambia nuestra esencia. Este amor se presenta con una dulzura inexplicable, como el alba que abre delicadamente nuestros corazones.

No obstante, en el día pueden aparecer las nubes, y las nubes también son parte de nuestro andar. Las nubes nos confunden y nos hace debatir en que si el día será soleado o lluvioso. Son pruebas y desafíos que muchas veces hacen de nuestras emociones un disparate total, y a pesar de ser complicados, nos brindan la oportunidad de sentir el consuelo y la lealtad de Dios.

Como la lluvia que nutre la tierra, así también nuestras lágrimas preparan nuestras almas para el resplandor de Dios que viene para nuestras vidas. Tras cada tempestad, el amor de Dios resplandece intensamente, sanándonos y revitalizando nuestro ser. Las emociones en estos procesos duros evolucionan: porque adquirimos la habilidad de confiar, ser agradecidos y hallar alegría incluso en tiempos difíciles.

Las nubes y la lluvia no indican falta de la presencia de Dios, sino que son instrumentos para reforzar nuestra fe y fomentar nuestra confianza en aquel que puede calmar la tormenta. Al igual que la luz matutina y el destello después de la lluvia, el amor de Dios siempre brilla. Su lealtad convierte nuestras lágrimas en alegría y nuestras dificultades en bendiciones.

"El Señor es bueno, es refugio en el día de la angustia, y protector de los que en Él confían" (Nahúm 1:7 NVI).