La Fuerza de Dios en la Batalla

Nuestras fuerzas humanas ya no son suficientes. Nos enfrentamos a una realidad que excede lo que podemos afrontar con nuestro intelecto o voluntad.

La batalla que libramos cada día no es contra carne ni sangre, sino contra potestades oscuras, como nos enseña el apóstol Pablo.

Él nos advierte que detrás del mal del mundo se oculta una inteligencia maligna, un reino de espíritus que supera las capacidades humanas de comprensión y resistencia.

Pablo nos exhorta a revestirnos de la armadura de Dios, porque nuestra lucha es contra los gobernantes de este mundo de tinieblas y contra los poderes espirituales del mal.

Esta batalla no se combate con la mera fuerza física o la sabiduría humana, sino con armas espirituales: fe, justicia y verdad.

La armadura de Dios nos brinda protección y fortaleza para resistir en los días más difíciles, cuando el mal parece prevalecer.

Además, se nos recuerda que nuestro enemigo, el diablo, está siempre al acecho, como un león rugiente, listo para atacar a los vulnerables.

Por eso estamos llamados a ser vigilantes y sobrios, conscientes de que la batalla espiritual es constante.

Sólo con plena conciencia y cercanía a Dios podemos evitar caer en las trampas del enemigo.

Nuestra fuerza, por lo tanto, no está en nosotros mismos, sino en el poder de Dios.

Con Su armadura y Su protección, podemos resistir y vencer, confiando en Su guía y en Su amor.