El llamado a la gracia

Cuando escuchamos pronunciar nuestro nombre, sucede algo especial dentro de nosotros. Quien pronuncia tu nombre tiene expectativas, espera que puedas prestar atención.

Cuando te llaman tus hijos o tu cónyuge, tu jefe o alguien cercano, prestas atención. Pero si te llama una voz desconocida, nunca pensarías que se está dirigiendo a ti, sino quizás a alguien que tiene tu mismo nombre.

Algo similar sucede cuando Dios nos llama. Estamos distraídos por causa del pecado, no reconocemos la voz que pronuncia nuestro nombre. Pero Dios no se rinde: Él insiste e insiste hasta que logra captar nuestra atención.
Este llamado es el más importante de nuestra vida. El diablo sabe que si respondemos a la voz de Dios, sufrirá una gran derrota, por eso siempre tratará de confundir la voz de Dios con otras voces.

La historia nos cuenta que el primer Adán prefirió la voz de la serpiente a la de Dios. También nos enseña que Dios actuó para silenciar la voz de la serpiente en favor de la voz de su Hijo Jesús.

Jesús hace algo extremadamente revolucionario: nos llama a la gracia, es decir, a la salvación. En otras palabras, nos llama a ser hijos de Dios. Cuando nos identificamos con Jesucristo, ya no solo somos llamados a la existencia y a la vida, sino que somos llamados por nombre a ser hijos de Dios.