Cristo Nuestra VidaMuestra

En nuestra serie Propósito Eterno, disponible en YouVersion, hemos venido reflexionando sobre una verdad fundamental: fuimos salvados no solo para recibir un beneficio personal, sino para vivir bajo el señorío de Cristo. La salvación no es un fin en sí mismo, sino el inicio de una vida gobernada por Aquel que es Señor sobre todo.
Un claro ejemplo de esto lo encontramos en el relato de Pablo y Silas cuando fueron encarcelados. Las Escrituras nos enseñan que, aun en medio de esa injusticia y sufrimiento, comenzaron a alabar a Dios. Pero es importante notar que ellos no alabaron a Dios con el fin de provocar un milagro o que se abrieran las puertas de la prisión. Lo hicieron porque la vida del Espíritu Santo moraba en ellos, y esa vida los impulsaba a adorar, sin importar las circunstancias.
Como resultado de esa adoración genuina, ocurrió un terremoto repentino. Las puertas de la cárcel se abrieron, y el carcelero, al pensar que los prisioneros habían escapado, se desesperó y estuvo a punto de quitarse la vida, convencido de que había fallado en su deber. Pero Pablo lo detuvo a tiempo con una poderosa declaración: "No te hagas ningún daño, pues todos estamos aquí".
Ese momento de crisis se convirtió en una oportunidad divina. El carcelero, conmovido por lo que vio y escuchó, hizo una pregunta que sigue siendo crucial hasta el día de hoy: “¿Qué debo hacer para ser salvo?”. Y Pablo le respondió: “Cree en el Señor Jesús, y serás salvo tú y toda tu casa” (Hechos 16:31 LBLA).
Este pasaje nos lleva a comprender que la salvación está intrínsecamente ligada al señorío de Cristo. No se trata únicamente de creer en un Salvador, sino de rendirse al Señor. Cuando decimos que Cristo es la cabeza, afirmamos que Él es el centro, el origen, y el gobierno de todo. Si Él es la cabeza, nosotros somos su cuerpo. Y como cuerpo, no podemos actuar independientemente de nuestra cabeza. Él dirige, guía, gobierna y ordena cada parte de nuestra existencia.
Sin embargo, muchos de nosotros hemos vivido con un sistema de gobierno propio. Hemos dirigido nuestras vidas según nuestros criterios, deseos y voluntades. Cuando escuchamos que somos el cuerpo de Cristo y que Él es la cabeza, a veces lo reducimos a una imagen simbólica, como un dibujo o una ilustración. Pero para las Escrituras, esta verdad es mucho más profunda. No es una figura poética, sino una realidad espiritual: Cristo es quien debe gobernar nuestras vidas.
Por eso, entender el Propósito Eterno nos lleva a lo esencial. Y lo esencial no es algo superficial o simple; es el fundamento: Cristo mismo. Comprender este propósito implica reconocer que ya no vivimos para nosotros, sino para Aquel que murió y resucitó por nosotros. Como dice Colosenses 1:27: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”(RVR1960). Esa esperanza no es solo futura, es presente. Cristo vive en nosotros y se expresa a través de nosotros.
Entonces, ya no somos nosotros quienes tomamos decisiones de manera autónoma. Cada aspecto de nuestra vida debe estar sometido a Su gobierno. Vivimos bajo una nueva autoridad, y nuestro Gobernador es Cristo. Pero esto no sucede de forma automática; debemos aprender a rendirnos a Su señorío, a caminar en obediencia y en reverencia ante Su gloria.
El desafío es claro: pasar de una vida centrada en nosotros a una vida centrada en Él. No se trata solo de asistir a una iglesia o tener una etiqueta cristiana, sino de permitir que Cristo gobierne cada pensamiento, cada acción, cada decisión. Cuando lo hacemos, descubrimos que vivir bajo Su señorío no es una carga, sino la verdadera libertad, porque hemos sido hechos para Él, y sólo en Él encontramos nuestro propósito eterno.
Acerca de este Plan

"Cristo nuestra vida" enseña que la vida cristiana no se basa en el esfuerzo humano, sino en permitir que la vida de Cristo, se exprese a través de él. Cristo no sólo salva, sino que gobierna como cabeza del cuerpo, que es la Iglesia. Esta vida produce frutos, no por obligación, sino como resultado natural de su presencia. Vivir bajo su gobierno es un privilegio, y nuestra vida refleja su obra, no para ganarnos nada, sino como expresión de su gracia y vida en nosotros.
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