Lectura Con El Pueblo De Dios 8: La PazMuestra

Romanos 8:15

Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! (Romanos 8:15, RVR1960).

Si llamo a Dios “Dios”, estoy hablando con verdad. Si lo llamo “Señor”, estoy hablando con sumisión. Pero, ¿qué pasa si me atrevo a llamarlo “Padre”? Entonces, estoy hablando con una audacia sorprendente, con una familiaridad e intimidad que casi resulta chocante. ¿Acaso nosotros, simples mortales, nos atrevemos a llamar al Maestro del Universo, al Creador Omnipotente, nuestro Padre?

No solo nos atrevemos a hacerlo, sino que somos invitados, incluso mandados, a hacerlo por aquel mismo que nos coloca en la familia de Dios. Cuando los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñara a orar, Él no les dijo: “Cuando oren, digan, ‘Oh Poder Innombrable’ o incluso ‘Señor Dios Todopoderoso’.” No, Él les dijo: “Ustedes oren así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos...’” (Mateo 6:9).

Llamar a Dios “Padre” es vivir en el espacio que Jesús creó para nosotros. Él nos liberó del pecado y de la muerte. Ya no somos esclavos, mendigando por la carne, atados al mal. Su cruz y resurrección son las llaves que abren esas cadenas. En Cristo, liberados de toda condena, somos guiados por el Espíritu de Dios como hijos de Dios (Rom. 8:14).

Somos mucho más que siervos de Dios, mucho más que amigos de nuestro Padre, porque “el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con Él para que juntamente con Él seamos glorificados” (Rom. 8:16-17).

Dios es glorificado cuando los pecadores tienen paz con Él.
Porque en Cristo, Dios se ha convertido en nuestro Abba, nuestro Padre. Ya no temblamos como esclavos atados al temor, sino que con valentía y confianza nos presentamos ante el Señor como hijos, sus hijos e hijas, coherederos con Cristo. Nuestro Padre nos ama como ama a Jesús. Nuestro Padre nos ve como ve a Jesús. Nuestro Padre nos cuida así como cuidó al niño Jesús. Es asombroso. Es emocionante. Y es bello más allá de las palabras, saber que no somos huéspedes ni extraños en la casa de nuestro Padre, sino sus amados hijos.

Padre Celestial, gracias por la fe en tu Hijo que me concede paz contigo y glorifica tu nombre. Amén.