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IGLESIA Y LAS ADICCIONES

En nuestro último encuentro, reflexionamos sobre la importancia de tener amigos que nos acompañen en los momentos difíciles, sosteniendo nuestros brazos y doblando sus rodillas junto a nosotros en oración. Reconocimos que Dios tiene un propósito para cada uno de nosotros y que contar con amigos así nos ayuda a mantenernos firmes en la fe mientras enfrentamos las adversidades.

Hoy, quiero adentrarnos en el papel vital que desempeña la iglesia en la prevención y recuperación de las adicciones. La Iglesia de Cristo, formada por creyentes de todas las naciones, es llamada a ser la luz en medio de la oscuridad, llevando el amor y la esperanza de Cristo a aquellos que sufren.

En el Evangelio de Mateo, Jesús nos encomienda la gran comisión de hacer discípulos de todas las naciones, bautizándolos y enseñándoles a obedecer sus mandamientos. Este llamado nos coloca en una posición privilegiada para acompañar a las familias en todas las etapas de sus vidas, desde la unión matrimonial hasta la graduación de hombres y mujeres de fe.

Es inspirador ver cómo la Iglesia trabaja en unidad para cumplir esta misión, desarrollando una pastoral intergeneracional que acompaña a las personas en cada etapa de su vida. Como dijo el teólogo René Padilla, el evangelismo y la acción social son dos alas del mismo avión, lo que nos impulsa a involucrarnos activamente en las problemáticas sociales que afectan al mundo.

Es doloroso ver a personas atrapadas en las garras de las adicciones, perdiendo todo en su camino hacia la autodestrucción. Muchos han perdido la esperanza y se aferran a sus adicciones como única salida a su dolor. Pero como iglesia, no podemos quedarnos de brazos cruzados mientras ven a nuestras comunidades de fe en busca de ayuda.

Recordemos la historia de aquellos que nos llevaron el mensaje de Cristo cuando más lo necesitábamos. Personalmente, solo dos veces me hablaron de Jesús durante mis años en la calle. Una de esas veces, una mujer se acercó a mí mientras inhalaba sustancias tóxicas, llevando consigo el amor de Dios y un mensaje de esperanza que cambió mi vida para siempre.

La Iglesia debe ser un faro de esperanza en medio de la oscuridad, yendo más allá de las paredes de nuestras congregaciones para alcanzar a aquellos que están en riesgo debido a las adicciones. No debemos temer, pues Jesús prometió estar con nosotros siempre, hasta el fin de los tiempos.

Una Iglesia que está presente tanto dentro como fuera de las congregaciones puede marcar la diferencia en la prevención de las adicciones. Que no nos falte valor para ser la voz de esperanza y sanidad en un mundo necesitado de la luz de Cristo.