Luces y sombras en nuestro vivir: nuestros deseos

Fragmento del relato “El deseo”, del libro Armonias (Jorge L. Zárate):

“Qué es el deseo, sino el ardor del alma intangible (pero insaciable) por alcanzar aquello que busca y espera? ¿A partir de que nace y a partir de qué muere? Será el deseo el enigmático motor del hombre y de Dios (el misterioso deseo de Dios en Cristo)”.

El dominio propio es esencial para vivir nuestra cristiandad en santidad. La santidad es una cualidad excluyente del cristiano para poder ver y conocer a Dios. El dominio propio puede ser ejercido solamente cuando tenemos nuestro corazón ejercitado en lo que está bien y está mal. Entonces, a partir de los deseos que “suben” a nuestro corazón, lo ejerceremos o no de acuerdo a la esencia de aquellos anhelos. Seguramente, habrá oportunidades en que encontremos luces en nuestra alma cuando lo que deseamos es acorde a la voluntad de Dios y, muchas otras, hallaremos sombras allí. No nos debe vencer la desesperación, eso es común a toda persona que quiera vivir en comunión con el Señor. No obstante, en aquel momento de sombras, debemos ejercer el dominio propio, sujetar nuestro deseo y dominarnos para no darle lugar a la oscuridad de nuestra alma. Recordemos que Jesús dijo que allí nace la maldad.Debemos tener temor de Dios incluso en lo mínimo que deseamos.

Una vez, caminando por la calle, vi a un hombre que llevaba un carro lleno de cartones. Sobre el carro se leía:“Dios es fiel”. En ese momento me puse a pensar en qué es la fidelidad de Dios y cómo muchas veces catalogamos ciertas cosas como necesarias, cuando en realidad no lo son. La Palabra de Dios dice que estemos contentos teniendo ropa y comida. El resto entonces… ¿es necesario? Debemos exhortar a nuestro propio corazón, dominarlo. Tengamos cuidado porque por superficiales o deseos materialistas podemos llegar a pensar que Dios no es fiel, al no darnos lo “necesario”. Cuando, en realidad, su Palabra afirma y reafirma que Él es fiel y nos dará todo (todo lo necesario).

En conclusión, vivamos atentos a nosotros mismos, a aquellos deseos que surgen en nuestro corazón y dominarlos, tal como afirma el Salmo. Así, exclusivamente por la gracia de Dios y las fuerzas del Espíritu, podremos vencer y vivir en Santidad.