Por Qué Oramos Muestra

Perdón constante

Al igual que las Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña, el Padre Nuestro utiliza un recurso literario llamado quiasmo. En un quiasmo, el punto principal se encuentra en la mitad del pasaje. En el Padre Nuestro, el verso central es el que habla del perdón, el que dice: «Y perdónanos nuestras deudas, como nosotros también hemos perdonado a nuestros deudores».

Las primeras palabras de Jesús después del Padre Nuestro enfatizan la importancia de este versículo. El siguiente versículo, el 14, dice: «Porque si perdonan a los demás, su Padre celestial los perdonará a ustedes». Está subrayando el punto principal, el énfasis central de la oración.

¿Por qué el perdón es el punto central de esta oración? El Padre Nuestro nos hace reconocer nuestras deudas y nuestra necesidad de perdón, así como nuestra necesidad de pan diario. Sin embargo, la provisión de Dios no es el punto central. El quiasmo y la enseñanza de Jesús después de la oración, hacen hincapié en el perdón.

Tal vez sea la forma en que Jesús dice que la intimidad con Dios comienza con asumir responsabilidad por nuestras elecciones. El perdón es nuestra propia elección. Se requiere de nosotros como parte de nuestra comunión y camino con Dios. Requiere dejar de lado la ofensa y buscar lo mejor para los demás. Orar el Padre Nuestro correctamente requiere una cierta autorreflexión, ya que estamos pidiendo a Dios que nos trate como tratamos a los demás.

Al conceder el perdón a los demás a lo largo de nuestra vida, se nos promete ese mismo perdón, que conduce a la intimidad. Tal vez eso signifique también que nuestros errores y defectos se han solucionado en esta vida y que, cuando nos presentemos ante el ardiente tribunal de Cristo, nuestras malas acciones ya se habrán quemado mediante el perdón.

Cuando practicamos el perdón y pedimos a Dios que nos ame y perdone como nosotros amamos y perdonamos a los demás, abrimos las llaves del Reino. Empezamos a ver la realidad tal y como es. No estamos ciegos a nuestras faltas ni somos ajenos a nuestras relaciones con los demás. Nos responsabilizamos de la forma en que caminamos con Dios y con los demás. Comenzamos a participar de las grandes recompensas de Dios.