Cómo conocer al Hijo de DiosMuestra

Aceptar a nuestro Consolador

Eran las 3:00 a.m., Amsterdam, 1965. No podía dormir. Caminaba de un lado al otro de nuestro apartamento como un león enjaulado. Mi cuerpo estaba más que listo para dormir, pero mi mente se negaba a apagarse.

Había pasado ese día estudiando la doctrina de la ascensión de Cristo, el momento culminante de Su partida de este mundo. Una declaración de Jesús se clavó en mi mente. La declaración fue parte del discurso de despedida de Jesús a Sus discípulos en el aposento alto. Él dijo: «Pero les digo la verdad: Les conviene que me vaya porque, si no lo hago, el Consolador no vendrá a ustedes; en cambio, si me voy, se lo enviaré a ustedes.» (Jn 16:7 NVI).

Caminaba lentamente reflexionando acerca de esta asombrosa declaración. ¿Cómo podría ser mejor para la Iglesia experimentar a un Señor ausente? Separarse de los seres queridos no es una «dulce tristeza». Uno pensaría que separarse del Jesús encarnado sería un dolor completamente amargo, una disolución total para el alma.

No obstante, Jesús habló de cierta «conveniencia» de Su partida. La palabra traducida como «ventaja» o «conveniente» en Juan 16 es la palabra sumpherei, la misma palabra empleada por Caifás en su irónica profecía (Jn 18:14).

La ventaja de la partida de Jesús de la tierra se encuentra parcialmente en la respuesta a la pregunta anterior de Pedro: «Señor, ¿adónde vas?» (Quo vadis?). Podríamos decir que todo el discurso de despedida de Juan 14 se dio en respuesta a esa pregunta. Pero es igualmente importante que Jesús le respondió a Pedro al decirle no solo adónde iba sino también por qué.

Cuando Jesús dejó este mundo, fue al Padre. Su ascensión fue a cierto lugar por una razón particular. Ascender no significaba sencillamente «subir». Estaba siendo elevado a la diestra del Padre. El asiento que ocupa desde Su partida es el trono real de la autoridad cósmica. Es el despacho del Rey de reyes y el Señor de señores.

Coram Deo: vivir delante del rostro de Dios

Regocíjate en este hecho: el Espíritu Santo, el Consolador que Jesús prometió, está listo para ayudarte hoy.