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DÍA 2 DE 7

Jesús lloró



¿Alguna vez te ha dolido tanto que no hay palabras que te ayuden? Quizás hayas experimentado un dolor y una pena inimaginables. O tal vez estás tratando de consolar a otro. Pero en esos momentos, rara vez son las palabras adecuadas las que arreglan nuestros corazones rotos. Suele ser alguien que está junto a nosotros en nuestro dolor el que hace la diferencia. 



Por eso solo dos palabras forman uno de los versículos más poderosos de toda la Escritura: 



"Jesús lloró" (Juan 11:35 NVI).



Jesús mismo experimentó dolor, pérdida, sufrimiento y tristeza. Y aunque Él sabía cómo terminaría la historia, igual lloró en medio de ella. 



Retrocedamos para contextualizar esta increíble historia. Jesús se entera que uno de Sus mejores amigos, Lázaro, está enfermo. Jesús proclama que él no morirá. Pero no va a sanarlo. 



Más adelante, Jesús sabe que Lázaro ha muerto, y viaja a visitar a él y a su familia. Jesús habla con dos de las hermanas de Lázaro y las ve llorar. ¿Cómo respondió? 



No minimiza su dolor. No les ofrece respuestas fáciles ni frases hechas. Está con ellas y llora. 



Poco después, Jesús resucita a Lázaro de entre los muertos en un increíble milagro, presagiando Su propia resurrección que nos daría a todos la oportunidad de ser amigos de Dios. 



La resurrección de Lázaro es un milagro que nos recuerda que Dios puede resucitar nuestra decepción, nuestro dolor y nuestra pena. Él puede tomar lo que se ha perdido y rehacerlo completo. Pero muchos de nosotros vivimos más a menudo en la mitad de la historia. Estamos atascados entre el milagro y viviendo en la espera. 



La historia de Lázaro nos da esperanza no solo por su final feliz, sino porque servimos a un Dios que está con nosotros en cada fase de la historia. Dios está cerca de los corazones rotos. Cuando lloramos, Jesús está con nosotros. Él nos entiende. Nos ve y sale a nuestro encuentro en nuestro dolor y decepción.  



Nuestras emociones son un regalo de Dios para recordarnos que debemos estar cerca de Él. Por eso, cuando experimentamos el dolor, no tenemos que dejarlo de lado. Aunque sepamos cómo termina la historia, está bien llorar en el medio, porque el llanto puede seguir siendo una adoración cuando invitamos a Dios a participar en él. 



Oración: Jesús, gracias por mostrarme cómo puedo procesar el dolor. Gracias por estar conmigo en el llanto, en la espera y en la adoración. Te invito a entrar en mi dolor. Ayúdame a no ignorarlo, sino a experimentar Tu gozo aún en medio de él. Te entrego todo. En el nombre de Jesús, amén.


Día 1Día 3

Acerca de este Plan

Emotions

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