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Jesús en NavidadMuestra

Jesús en Navidad

DÍA 4 DE 5

La crisis de la Navidad en la comunidad cristiana, dicho de manera llana, es una crisis de fe. La fe es el compromiso con la Verdad, que es Jesucristo. La fe es la dedicación a la Realidad, que es Jesucristo. Cuando mi mente le da a las cosas la importancia que tienen en realidad, vivo en la verdad. Pero cuando las normas sociales, las distracciones artificiales y las exigencias superficiales del mundo ficticio, que es pasajero, dominan mi tiempo, mis intereses y mi atención, vivo en la mentira.


La confesión de fe primitiva “Jesús es el Señor” no es una frase teológica abstracta sino una declaración sumamente personal. Pone mi integridad en riesgo y afecta profundamente el modo en que celebro la preparación para el nacimiento de Cristo. Si Jesús es el Señor de mi vida y de mi Navidad, estoy desafiándome a poner todas las prioridades de mi vida personal y profesional por debajo de esta realidad primaria.


Parafraseando a Pablo: “Debes despojarte de tu antiguo ser y de tu forma de celebrar la Navidad… y renovar tu forma de pensar espiritual”.


¿Cómo sería la época navideña si Jesús realmente me gobernara?


Si lo hiciera, es decir, si mi fe fuese profunda, ardiente, poderosa y apasionada, mi vida sería muy diferente. Mi autoestima dejaría de basarse en los valores mundanos (las posesiones, el prestigio, la clase social y los privilegios) y en los grupos de pertenencia (la familia, la raza, la clase, la religión y la nación). Ya que hacer de estos mis valores supremos significaría no tener nada en común con Jesús. Con ardiente fe hablaría de Él, no como un ser distante sino como un amigo cercano con quien tengo una relación personal. El mundo invisible se volvería más real que el visible, el mundo de lo que creo sería más real que el mundo de lo que veo, Cristo más real que mi mismo ser.


La Navidad sería más que el agitado final de una época frenética de compras, más que una melodía sentimental, más que los adornos en un árbol, más que un espectáculo fantasioso y un brindis de buenos deseos con el mundo. Sí, la vida sería radicalmente distinta si Jesucristo fuera el soberano de ella, si mi fe tuviese la fuerza de una convicción apasionada.


La crisis de la Navidad en la comunidad cristiana es realmente una crisis de fe. Muchos de nosotros seguiremos ignorando la invitación, esquivando la verdad, evadiendo la realidad y postergando nuestra decisión acerca de Jesús.


Sin embargo, la Navidad es el nacimiento del Hijo de Dios. Lo que va a distinguir a los hombres de los niños, a las mujeres de las niñas, a los místicos de los románticos la próxima Navidad será la profundidad y la calidad de nuestra pasión por Jesús. El insensible comerá, beberá y hará fiesta; el superficial seguirá las costumbres sociales en una ambiente religioso; el derrotado será perseguido por los fantasmas del pasado.


Y la minoría victoriosa que no deja intimidarse por los patrones culturales de una mayoría monótona, anónima y no creyente, celebrará como si Él estuviese cerca, cerca en el tiempo, cerca en el espacio, siendo testigo de nuestros movimientos, de nuestras palabras, de nuestro comportamiento. Como de hecho lo es.


El mundo los ignorará. Puede que a algunos cristianos y piadosos los llamen fanáticos religiosos. Pero los victoriosos estarán en contacto con la verdad y la realidad viviente. Su pasión y su compromiso serio con la Navidad será un microcosmo, una muestra, un anticipo de sus vidas en Cristo Jesús a lo largo del año siguiente.

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