Por esos días, Juan el Bautista apareció en el desierto. Se vestía con ropa hecha de pelo de camello y usaba un taparrabos de cuero. Comía saltamontes y miel silvestre. Juan le decía a la gente: «¡Bautícense y demuestren que ya no quieren hacer lo malo! Solo así Dios los perdonará.» También decía: «Después de mí viene alguien más poderoso que yo. ¡Ni siquiera merezco ser su esclavo! Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo.» Todos los que vivían en la región de Judea, y en Jerusalén, iban al desierto para oír a Juan. Muchos confesaban sus pecados y Juan los bautizaba en el río Jordán. En esos días, Jesús estaba en la región de Galilea, en un pueblo llamado Nazaret. Desde allí viajó hasta el río Jordán, donde Juan lo bautizó. Cuando Jesús salió del agua, vio que se abría el cielo, y que el Espíritu de Dios bajaba sobre él en forma de paloma. En ese momento, una voz que venía del cielo le dijo: «Tú eres mi Hijo, a quien quiero mucho. Estoy muy contento contigo.»
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El Evangelio según Marcos es uno de los más dinámicos y precisos. Se parece a una película de acción que no pierde tiempo y nos conduce directamente al corazón del mensaje: Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. Cada escena, cada palabra, cada testimonio nos muestra de forma contundente quién es Él.
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Hay momentos en los que Dios no responde de la manera en que nosotros esperamos, es entonces cuando dudamos o flaqueamos, sin embargo, en estos días meditemos en la Palabra de Dios y permanezcamos en Él a pesar de que Su respuesta sea distinta a lo que queremos.
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