Moisés obedeció. Al instante, Dios envió sobre el país un viento que, desde el este, sopló todo el día y toda la noche. Ese viento trajo tal cantidad de saltamontes, que a la mañana siguiente todo Egipto estaba cubierto de ellos. ¡Nunca antes se había visto algo así! ¡Ni el suelo podía verse! Los saltamontes se comieron todas las plantas y frutas que habían quedado después del granizo.
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