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2 Reyes 4:8-32

2 Reyes 4:8-32 RVC

En cierta ocasión, una mujer importante de Sunén invitó a Eliseo a comer en su casa. Y cada vez que Eliseo pasaba por allí, la mujer le insistía que se quedara a comer. A su marido le dijo: «¿Sabes de qué me he dado cuenta? ¡Pues de que este hombre que siempre pasa por nuestra casa es un santo varón de Dios! Debiéramos hacerle un pequeño aposento en la azotea, y poner allí una cama y una mesa, y una silla y un candelero, para que cuando pase por aquí pueda quedarse con nosotros.» Un día en que Eliseo pasó por allí, se quedó a dormir en ese aposento, pero le dijo a Guejazí, su criado: «Llama a la sunamita.» Guejazí la llamó, y cuando ella se presentó ante Eliseo, este, dirigiéndose a Guejazí, dijo: «Esta mujer ha sido muy amable con nosotros. Pregúntale qué quiere que haga yo en su favor. ¿Necesita que hable por ella al rey, o al general del ejército?» Y la mujer respondió: «En medio de mi pueblo, yo vivo como una reina.» Pero Eliseo insistió: «Entonces, ¿qué podemos hacer por ella?» Y Guejazí respondió: «Su marido ya es anciano, y ella no tiene hijos todavía.» Eliseo le ordenó entonces a su criado que la llamara. Guejazí la llamó y, cuando ella se detuvo en la puerta, Eliseo le dijo: «Dentro de un año, por estos días, tendrás un hijo en tus brazos.» Pero ella protestó: «¡No, mi señor, varón de Dios! ¡No te burles de esta sierva tuya!» Sin embargo, la mujer concibió y un año después, por el tiempo que Eliseo le había dicho, dio a luz un hijo. Y el niño creció. Pero un día que fue a ver a su padre, que andaba con los segadores, de pronto gritó: «¡Padre, mi cabeza! ¡Me duele la cabeza!» Enseguida el padre ordenó a uno de sus criados que lo llevara con su madre. El criado así lo hizo. Pero al mediodía, mientras el niño estaba sentado en el regazo de su madre, murió. Entonces ella subió al aposento del varón de Dios, lo puso sobre la cama, y cerrando la puerta salió de allí. Luego fue a llamar a su marido, y le dijo: «Te ruego que me prestes a uno de los criados y una de tus asnas. Quiero ir corriendo a ver al varón de Dios, para que regrese.» Pero su marido objetó: «¿Y para qué vas a verlo hoy? Si no es nueva luna, ni día de reposo.» Pero ella simplemente se despidió. Mandó aparejar el asna, y le dijo al criado: «¡En marcha! ¡Tú nos diriges! ¡Pero no me detengas en el camino, a menos que yo te lo ordene!» Y así, la mujer partió y se fue al monte Carmelo, donde estaba el varón de Dios. Y cuando este la vio a la distancia, le dijo a su criado Guejazí: «Aquí viene la sunamita. Hazme el favor de ir corriendo a recibirla, y pregúntale cómo está ella, y su marido y su hijo.» Ella respondió que estaba bien, pero en cuanto llegó al monte, donde estaba el varón de Dios, se arrojó a sus pies. Guejazí se acercó y trató de levantarla, pero el varón de Dios le dijo: «Déjala, que se encuentra muy amargada. Pero el Señor no me ha dicho qué es lo que pasa, sino que me ha encubierto el motivo.» Entonces ella dijo: «¿Acaso yo le pedí un hijo a mi señor? ¿No dije, más bien, que no te burlaras de mí?» Entonces Eliseo le dijo a Guejazí: «Cíñete la ropa, toma mi bastón, y ponte en marcha. Si te encuentras con alguien, no lo saludes, y si alguien te saluda, no le respondas. Al llegar, pon mi bastón sobre el rostro del niño.» Pero la madre del niño le dijo: «Juro por el Señor, y por tu vida, que no voy a dejarte aquí.» Entonces Eliseo se levantó y la siguió. Guejazí, que se había adelantado, llegó y puso el bastón sobre el rostro del niño; pero el niño no había dado señales de vida, así que Guejazí se había vuelto para encontrarse con Eliseo, y cuando lo encontró le dijo: «El niño no despierta.» Cuando Eliseo llegó a la casa, el niño yacía tendido sobre la cama, sin vida.

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