—¡Oh, muchas gracias! —exclamó ella. Así que se fue, comenzó a comer de nuevo y ya no estuvo triste. Temprano a la mañana siguiente, la familia se levantó y una vez más fue a adorar al SEÑOR. Después regresaron a su casa en Ramá. Ahora bien, cuando Elcana se acostó con Ana, el SEÑOR se acordó de la súplica de ella, y a su debido tiempo dio a luz un hijo a quien le puso por nombre Samuel, porque dijo: «Se lo pedí al SEÑOR». Al año siguiente, Elcana y su familia hicieron su viaje anual para ofrecer sacrificio al SEÑOR y para cumplir su voto. Pero Ana no los acompañó y le dijo a su esposo: —Esperemos hasta que el niño sea destetado. Entonces lo llevaré al tabernáculo y lo dejaré allí con el SEÑOR para siempre. —Haz lo que mejor te parezca —acordó Elcana—. Quédate aquí por ahora, y que el SEÑOR te ayude a cumplir tu promesa. Así que ella se quedó en casa y amamantó al niño hasta que lo destetó. Cuando el niño fue destetado, Ana lo llevó al tabernáculo en Silo. Ellos llevaron un toro de tres años para el sacrificio, una canasta de harina y un poco de vino. Después de sacrificar el toro, llevaron al niño a Elí. «Señor, ¿se acuerda de mí? —preguntó Ana—. Soy aquella misma mujer que estuvo aquí hace varios años orando al SEÑOR. Le pedí al SEÑOR que me diera este niño, y él concedió mi petición. Ahora se lo entrego al SEÑOR, y le pertenecerá a él toda su vida». Y allí ellos adoraron al SEÑOR.
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