El milagro antes del arrepentimiento

Pedro no estaba en un estado espiritual perfecto cuando Jesús lo llamó. No era un hombre ya transformado, y sin embargo el Señor obró un milagro a través de él. Esto es sorprendente: Dios no esperó a que Pedro fuera “digno” para bendecirlo.

Muchas veces nuestra obediencia vacila porque nos sentimos indignos o incapaces. Pensamos que debemos arreglar nuestra vida antes de poder servir a Dios. Pero Pedro nos enseña algo diferente. Él no dice: “Señor, soy un pecador, así que no puedo echar las redes.” No, primero obedece, luego reconoce su condición delante de Jesús.

Este principio es visible también en la llamada de Isaías. Cuando el profeta ve la gloria de Dios, se siente perdido a causa de su impureza. Pero Dios no lo rechaza: lo purifica y lo envía a cumplir su misión. La santidad no es un requisito para responder al llamado de Dios; es el resultado del encuentro con Él.

También Mateo, el publicano, estaba lejos de ser un hombre perfecto cuando Jesús lo llamó. Y sin embargo, Cristo lo eligió sin esperar un cambio previo. El milagro de la gracia siempre precede al arrepentimiento sincero.

Pedro, después de haber visto la pesca milagrosa, se arroja a los pies de Jesús y confiesa su indignidad. Pero Jesús no lo aparta, al contrario, lo llama a algo aún más grande. Esto nos enseña que Dios no espera que seamos perfectos para usarnos. Nos llama tal como somos, y luego transforma nuestra vida.