El lavado de las redes

Pedro y sus compañeros estaban lavando las redes después de una noche de pesca fallida. No habían atrapado nada, y sin embargo las redes estaban sucias. Es un detalle interesante: no habían pescado peces, pero seguramente algo quedó enredado, algas, desechos, basura.

Las redes representan nuestra vida. ¿Cuántas veces nos esforzamos para obtener resultados, para “pescar” algo con nuestras propias fuerzas, pero al final solo nos quedamos con cansancio y desilusión? Sin la guía de Dios, nuestros esfuerzos pueden parecer intensos, pero son estériles. Y, como esas redes vacías pero sucias, también nosotros podemos encontrarnos sin frutos, pero cargados de pesos inútiles.

Lavar las redes es el intento humano de arreglar la propia conciencia, de limpiarse por sí mismo. Un poco como Adán y Eva que, después de pecar, intentan cubrirse con hojas de higuera, pensando que podían resolver la situación por sí solos. Pero el verdadero cambio ocurre solo cuando dejamos que sea Dios quien obre en nosotros.

Otro ejemplo es el joven rico, que quería “lavar su red” con las buenas obras. Se sentía bien, pero al final comprendió que le faltaba algo: un verdadero encuentro con Dios.

Pedro, después de haber lavado las redes, recibe el mandato de Jesús de lanzarlas de nuevo. Él obedece, y esta vez la red se llena. Este es el punto: no basta con “lavar” nuestra vida con nuestros propios esfuerzos. Necesitamos confiar en Jesús y obedecer Su voz. Solo entonces la red se llenará de lo que realmente importa.