¿Cómo Se ve La Bendición?Muestra

En contraste con Abraham, los habitantes de Mesopotamia se hablaban unos a otros, tomando decisiones basadas en lo que su sociedad consideraba bueno, saludable y próspero. Su manera de pensar dependía de las normas cambiantes de su época. Hoy no es muy diferente:nosotros también vivimos en un mundo que dicta constantemente qué es correcto, qué es éxito, qué es moral o aceptable. Pero esas normas cambian de una generación a otra, y lo que ayer se consideraba bueno, hoy se rechaza.

Sin embargo, la voz de Dios no cambia. Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos (hebreos 13:8). Su palabra es verdad eterna. Y aunque el mundo nos empuje a seguir su discurso cambiante, Dios sigue llamándonos a permanecer en Su verdad inmutable. Lo que realmente nos convierte en una bendición para esta generación es aprender a oír la voz de Dios y obedecerla.

Escuchar una palabra de Dios no solo transforma nuestra vida, sino que nos capacita para ser instrumentos de transformación en la vida de otros. Mientras el mundo corre de un lado a otro buscando nuevas filosofías, discursos, ideologías y causas, nosotros estamos llamados a permanecer firmes en la Palabra que nunca pasa. Jesús dijo:

“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35).

Cuando esa palabra se vuelve vida en nosotros, también nos volvemos vida para nuestra comunidad, esperanza para nuestra familia y bendición para nuestra sociedad.

Por eso Dios le dijo a Abraham:

“Sal de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre” (Génesis 12:1).

Ese llamado no solo implicaba un cambio de lugar, sino un cambio de mentalidad. Abraham debía salir de una cultura que pensaba igual, hablaba igual y creía lo mismo. En Mesopotamia “todos hablaban una misma lengua”, es decir, compartían un mismo discurso, una misma forma de pensar. Pero Dios lo llama a salir de esa uniformidad, a dejar la idolatría de su tiempo, a diferenciarse, a ser distinto.

Hoy, Dios sigue diciéndonos lo mismo: “Sal de ahí”. Sal de los pensamientos que dominan este siglo, sal de las voces que quieren moldear tu fe, sal de la presión de encajar. No necesitas repetir lo que todos dicen, ni bailar al ritmo que marca la sociedad. Porque quien pertenece a Dios no se conforma al mundo, sino que se transforma por medio de la renovación de su mente (Romanos 12:2).

Y esto también incluye nuestras estructuras religiosas. No basta con no hablar como el mundo; debemos cuidar de no adoptar la misma mentalidad en la iglesia: una fe vacía de obediencia, un mensaje diluido para agradar. La voz de Dios nos distingue. Tenemos una palabra distinta, una verdad eterna, un mensaje que no se negocia.

A lo largo de la Biblia, los profetas fueron silenciados por hablar esa verdad. Algunos fueron echados en cisternas —lugares oscuros y llenos de inmundicia— simplemente por no repetir lo que todos querían oír. Y hoy ocurre algo similar: se espera que hablemos “el mismo idioma” sobre temas como moralidad, familia o identidad. Pero Dios nos llama a mantenernos firmes, a sostener Su Palabra, aunque eso signifique no encajar.

El mundo cambia sus discursos cada día, pero la verdad de Dios permanece. Y cuando decidimos creer que lo que Él dijo ayer sigue siendo verdad hoy, entonces nos convertimos, como Abraham, en una voz viva de bendición para nuestra generación.