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El Corazón Que Dios No DespreciaMuestra

El Corazón Que Dios No Desprecia

DÍA 5 DE 5

El corazón que Dios no desprecia

«Los sacrificios de Dios son el espíritu contrito;
Al corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás» (Salmo 51:17).

Llegamos al corazón del mensaje de David, la promesa gloriosa que corona este salmo de arrepentimiento: «Al corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás». Después de confesar los pecados más vergonzosos, David tiene absoluta confianza en que Dios lo recibirá. ¿De dónde viene tal certeza?

David conocía el carácter de Dios. Sabía que Dios es «misericordioso y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia» (Sal 103:8). No apela a sus méritos pasados, a sus victorias espirituales o a su posición como rey. Apela únicamente a la naturaleza misericordiosa de Dios.

«Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a lo inmenso de tu compasión, borra mis transgresiones» (Sal 51:1). David comienza y termina con la misma convicción: el perdón nunca se merece, siempre es un regalo de gracia.

Es significativo que David diga que Dios no se deleita en sacrificios externos (v.16). No es que los sacrificios fueran malos; Dios mismo los había instituido. Pero sin un corazón quebrantado, los rituales religiosos son vacíos. Puedes ir a la iglesia, cantar alabanzas, dar ofrendas, servir en ministerios, pero si tu corazón no está quebrantado por tu pecado, todo es en vano.

El corazón contrito es el que reconoce su pobreza espiritual absoluta. Es el corazón del hijo pródigo que regresa diciendo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo» (Lc 15:21). Es el corazón del publicano que no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «Dios, ten piedad de mí, pecador» (Lc 18:13).

Jesús comenzó su ministerio declarando: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5:3). ¿Quiénes son los pobres en espíritu? Son aquellos que, como David, reconocen que no tienen nada que ofrecer a Dios. Vienen con las manos vacías, solo con su necesidad.

Observa los verbos que David usa a lo largo del salmo: ten piedad, borra, lávame, límpiame, purifícame, hazme oír, esconde, crea, renueva, no me eches, restitúyeme, sostenme, líbrame. Todo lo espera de Dios. Todo lo pide a Dios. Nada puede hacer por sí mismo.

David incluso pide algo extraordinario: «Lávame, y seré más blanco que la nieve» (v.7). No pide ser tan blanco como la nieve, sino más blanco que la nieve. ¿Qué puede ser más blanco que la nieve? Solo la pureza que Dios otorga al pecador arrepentido. David creía en una restauración completa, total, abundante.

Esta es la paradoja del evangelio: cuando reconocemos que somos los peores pecadores, recibimos la mejor gracia. Cuando admitimos nuestra total indignidad, recibimos total aceptación. Cuando venimos quebrantados, somos completamente restaurados.

No importa lo que hayas hecho. David era, en ese momento, un adúltero, asesino, mentiroso e hipócrita. Si Dios pudo recibirlo y restaurarlo, puede hacer lo mismo contigo. No hay pecado demasiado grande para su gracia. No hay caída demasiado profunda para su alcance. No hay corazón demasiado duro para su poder transformador.

La única condición es venir con un corazón contrito y humillado. Sin excusas, sin justificaciones, sin orgullo. Solo con tu necesidad y tu quebranto. Ese corazón, Dios no lo desprecia. Nunca lo ha despreciado. Nunca lo despreciará.


Reflexión final

Durante estos cinco días hemos caminado por el valle del arrepentimiento hacia la cumbre de la restauración. Hemos aprendido que todos somos vulnerables al pecado, pero Dios en su amor nos busca. Que debemos asumir responsabilidad por nuestras faltas sin excusas. Que el verdadero arrepentimiento busca transformación, no solo perdón. Y finalmente, que no importa cuán profunda sea nuestra caída, el corazón contrito y humillado nunca será rechazado por Dios. Esta es la gloria del evangelio: donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. ¡A Él sea toda la gloria!

Acerca de este Plan

El Corazón Que Dios No Desprecia

Un viaje transformador de cinco días explorando el Salmo 51 y la extraordinaria gracia de Dios hacia el corazón arrepentido. A través de la experiencia de David, descubriremos que ningún pecado es demasiado grande para el perdón divino cuando venimos con genuina humildad. Basado en el sermón del Pr. Héctor Salcedo: «El corazón que Dios no desprecia”, este plan nos guiará desde el reconocimiento de nuestra vulnerabilidad espiritual hasta la gloriosa restauración que Dios ofrece a todo aquel que se acerca con un corazón contrito y humillado.

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Nos gustaría agradecer a Ministerios Integridad & Sabiduría por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: integridadysabiduria.org