Dios Con Nosotros: El Milagro De La NavidadMuestra

"Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo" (Lucas 2:10 RVR1960).
Querido lector, la Navidad también nos habla de un gozo que no depende de resultados ni de circunstancias externas. Es un gozo que no fluctúa con los cambios del entorno, ni se apaga en medio de la incertidumbre. El gozo que trae Cristo no surge del éxito ni del reconocimiento, sino de la presencia misma de Dios en medio de lo pequeño, de lo ordinario, de lo que el mundo suele pasar por alto.
Los ángeles anunciaron “gran gozo” (Lucas 2:10) en una noche común, a personas que nadie consideraba importantes. No fueron los sabios ni los poderosos quienes recibieron primero el mensaje, sino los pastores: hombres sencillos, cansados del trabajo, invisibles para la sociedad. En esa escena humilde, el cielo irrumpió con canto y luz. La llegada del Salvador revela que el verdadero gozo florece cuando reconocemos que nuestra mayor riqueza consiste en que Dios ha venido a encontrarnos donde estamos. No necesitamos subir al cielo; el cielo descendió hacia nosotros.
Algo maravilloso que nos revela el misterio de la Navidad, es mostrarnos el contraste que hay entre el gozo del Reino, en comparación con nuestras expectativas humanas. La humanidad esperaba a un Mesías en un palacio, rodeado de privilegio y poder. Sin embargo, Jesús nació en un pesebre, dentro de un escenario de pobreza y fragilidad. Esta elección divina revela un principio espiritual central: Dios se deleita en exaltar lo humilde y transformar lo despreciado (1 Corintios 1:27-29). En la lógica del Reino, la debilidad no es obstáculo, sino el escenario perfecto para que brille la gracia. El gozo navideño nace cuando descubrimos que el amor de Dios no sigue los criterios del mérito, sino los caminos de la misericordia.
María, al escuchar la noticia del ángel, no negó su pequeñez. Ella reconoció: “Ha puesto sus ojos en la bajeza de su sierva” (Lucas 1:48). En lugar de temer o dudar, respondió con gratitud y fe: “Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lucas 1:47). El gozo brotó de la conciencia del favor inmerecido. Así sucede también con nosotros: el gozo cristiano no nace de la autosuficiencia, sino de sabernos amados sin medida, sin condiciones, sin reservas.
Ese gozo se vincula directamente con la salvación. El anuncio angelical fue claro: “Os ha nacido hoy… un Salvador” (Lucas 2:11). No se trataba solo del nacimiento de un niño, sino de la irrupción de la gracia que cambia el destino humano. Cuando comprendemos que Cristo vino a rescatarnos de la culpa, del vacío y de la muerte, la vida adquiere un brillo distinto. Aun en medio del dolor, el gozo permanece, porque su raíz no está en lo que sentimos, sino en lo que Cristo hizo. Pedro lo expresó con profunda certeza: los creyentes pueden “regocijarse con gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8), incluso cuando atraviesan pruebas temporales.
Recuerda: el gozo que nace en Navidad no teme a la realidad humana. Puede coexistir con las lágrimas, el cansancio o la espera. Es un gozo firme, porque descansa en un Salvador presente y activo. Jesús no prometió una vida sin dificultades, pero sí garantizó una presencia constante: “Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en vosotros” (Juan 15:11).
Que esta Navidad el Señor te abra los ojos para reconocer la gloria escondida en lo pequeño, la visita divina en lo cotidiano y la celebración del cielo sobre tu vida. Que aprendas a descubrir que, aunque los caminos sean estrechos, su gozo es ancho, profundo y suficiente.
Dedica unos minutos para agradecer a Dios por un área de tu vida que consideras insignificante. Dile con confianza: “Ahí también se manifiesta tu gloria”. Pídele que te enseñe a reconocer su gozo en lo ordinario y a convertirlo en testimonio vivo. Luego, comparte un mensaje de ánimo con alguien que esté luchando con sensación de insignificancia o pérdida. Haz del gozo recibido una semilla de esperanza para otro.
Escrituras
Acerca de este Plan

La Navidad no comenzó en los palacios ni entre líderes religiosos. Comenzó con un anuncio desde el cielo dirigido a quienes nadie veía: pastores cuidando rebaños en la oscuridad de la noche. Entre el silencio del campo, Dios irrumpió con una proclamación que cambiaría la historia. El cielo se abrió, ángeles cantaron, y la luz envolvió lo cotidiano. El mensaje no fue una advertencia ni un juicio, fue una declaración de paz. Una paz que no se negocia en tratados, ni se conquista con armas, sino que nace como un regalo divino.
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