Día 2 – Cuando María dijo “sí”

En la aldea silenciosa de Nazaret, una joven común se encuentra cara a cara con una misión imposible. El ángel Gabriel se le aparece con palabras que alterarán el curso de la historia: Dios la ha escogido para llevar en su vientre al Hijo del Altísimo. María, asombrada, pregunta cómo puede ser esto. El ángel le responde que el Espíritu Santo vendrá sobre ella y que lo que nacerá será santo. En ese momento de reverencia y temor, María pronuncia una frase que atraviesa los siglos: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lucas 1:38, NBLA).

María no entendía todos los detalles, pero comprendía algo esencial: si Dios lo dijo, era suficiente. Su obediencia no fue producto del impulso, sino de una confianza profunda en el carácter de Dios. Ella creyó que el poder del Altísimo podía lograr lo que para el hombre era imposible. Ese “sí” humilde y valiente marcó el comienzo de la redención visible.

Isaías 9:6 (NBLA) había anunciado siglos antes que nacería un niño que sería llamado “Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”. Ahora, esa profecía se cumplía en el vientre de una joven que no tenía influencia ni reconocimiento. El “sí” de María no fue emocional, sino teológico: una rendición total ante la soberanía divina. En su disponibilidad, vemos reflejada la fe que descansa en promesas eternas más que en circunstancias presentes.

El salmista expresó el mismo espíritu de obediencia cuando dijo: “He aquí, vengo… para hacer Tu voluntad, oh Dios mío” (Salmo 40:7–8, NBLA). Y en 1 Samuel 15:22 (NBLA) se nos recuerda que “obedecer es mejor que un sacrificio”. María encarna esa verdad: Dios no busca grandeza exterior, sino corazones dispuestos a decir “sí” incluso cuando el costo es alto.

Su entrega prefigura la obediencia de Cristo mismo. Filipenses 2:5–8 (NBLA) nos exhorta: “Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús… el cual se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo”. María se sometió a la voluntad de Dios, y su Hijo haría lo mismo al cargar la cruz. En ambos, la gloria de Dios se manifestó a través de la humildad.

Romanos 12:1 nos invita a presentar nuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Cada día, el seguidor de Cristo tiene la oportunidad de responder como María: “Hágase conmigo conforme a Tu palabra”. Vivir en el Espíritu, como enseña Gálatas 5:25, significa someter nuestros deseos, decisiones y temores a la dirección divina.

María no pidió garantías ni condiciones. No exigió comprenderlo todo. Su confianza reposó en quien la llamó. Como enseña Tim Keller: “La fe no consiste en cuán fuerte crees, sino en Aquel en quien crees”. María no confió en su virtud ni en su comprensión, sino en la fidelidad del Dios que cumple lo que promete.

Su “sí” nos desafía hoy. El Adviento no solo celebra el nacimiento de Cristo, sino también la fe que le da espacio para nacer en nosotros. En un mundo que exalta la independencia, María nos enseña que la verdadera libertad se encuentra en la rendición. Su historia nos recuerda que la fe genuina no busca controlar a Dios, sino descansar en Él.

Reflexión práctica:

• ¿Qué áreas de tu vida necesitan un “sí” a la voluntad de Dios?
• ¿Estás dispuesto a obedecer incluso cuando no comprendes el resultado?

Ora hoy:

“Señor, que se haga conmigo conforme a Tu palabra. Enséñame a confiar más en Tu promesa que en mi entendimiento”.