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Las Malas Obras
Nuestra naturaleza está viciada de engaño, infidelidad, deslealtad, trampa, odio, resentimiento, insensibilidad, celos, chismes, envidia y mucho más. Todo esto recibe el nombre de malas obras. Son esas mismas obras las que llevaron a Caín, poco a poco y en un proceso interno de tiempo y deterioro emocional, a cometer el primer homicidio registrado en la historia de la humanidad. ¡Una verdadera desgracia! Un hombre que termina asesinando a su propio hermano, a su propia sangre.
Por eso dice la Escritura: "No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas." (1 JUAN 3:12 RVR1960)
Caín representa al hombre que se deja dominar por su “miserable de mí”, ese impulso interior que se activa cuando la envidia, la comparación o la amargura encuentran espacio en el corazón. Ninguno de nosotros está exento de esa batalla interna. Todos tenemos un “Caín” dentro que debemos aprender a someter antes de que actúe, porque una mala obra siempre comienza con un mal pensamiento que no se detuvo a tiempo.
Somos responsables de lo que hacemos, ya que tenemos libre albedrío. No somos marionetas de las circunstancias ni esclavos de las emociones: somos responsables. Por eso, es urgente que tratemos con nuestro “miserable de mí” adecuadamente, sin justificarlo, sin alimentarlo, sin permitir que tome el control. No debemos estimularlo con obras de maldad, porque su naturaleza es despiadada, insensible y cruel. Es egoísta, centrada en el “falso yo”, en ese personaje interior que busca tener razón, dominar, poseer, herir o ganar.
El apóstol Pablo también fue confrontado por esa misma lucha interior. En su carta a los Romanos lo confiesa con profunda honestidad: "Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo." (ROMANOS 7:18 RVR1960). Pablo revela que dentro de nosotros hay una dualidad: el deseo de hacer el bien y la incapacidad de realizarlo por causa de la naturaleza humana corrompida. Si nos miramos en este espejo, debemos reconocer lo mismo que él: estamos llenos de buenas intenciones, pero esas intenciones se evaporan ante la presión del pecado que mora en nuestros miembros.
"Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago." (ROMANOS 7:19 RVR1960). Estas palabras revelan una ley interna: una fuerza espiritual que gobierna desde dentro, repitiendo patrones de conducta una y otra vez. Pablo la llama “la ley del pecado que mora en mis miembros”. Y como toda ley, actúa de manera constante y predecible. Es una regla que busca oponerse a otra ley: la ley de la mente, que desea agradar a Dios. Entre ambas leyes hay un conflicto permanente que nos mantiene en tensión.
Pablo, en medio de esa lucha, vive un momento de desesperación y confusión. Reconoce que muchas veces no entiende sus propias acciones: "Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago." (ROMANOS 7:15 RVR1960). Finalmente, llega a la raíz del problema y declara: "De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí." (ROMANOS 7:17 RVR1960)
Cuando el apóstol llega a esta conclusión, se ve al borde del colapso emocional y espiritual. Su grito es el clamor del alma humana que ha tocado fondo: "¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?" (ROMANOS 7:24 RVR1960). Es un grito que todos, en algún momento, hemos sentido. La lucha con las malas obras, los pensamientos oscuros y las intenciones equivocadas nos ha hecho clamar igual.
¿Te identificas con Pablo? ¿Con Caín? ¿Con alguien que ha sido vencido por su naturaleza humana? Todos tenemos dentro de nosotros un “miserable de mí” que nos tienta, nos provoca y nos confronta. Pero la historia no termina en la miseria, sino en la gracia. Pablo no se queda en el lamento, sino que encuentra la respuesta: "Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado." (ROMANOS 7:25 RVR1960)
Esa es la esperanza. Jesús no nos descalifica, ni nos abandona. Aunque la gente nos juzgue, nos critique o se avergüence de nosotros, Él jamás lo hará. Su perdón, su restauración y su poder transformador siguen vigentes hoy.
Pregunta de reflexión
¿Estás alimentando tu “miserable de mí” con malas obras, o estás dejando que la gracia de Cristo transforme tus impulsos y renueve tu mente cada día?
Oración final:
Señor Jesús, reconozco que en mí no mora el bien. He luchado con mis pensamientos, mis reacciones y mis malas obras. Pero hoy te entrego mi “miserable de mí” para que lo transformes. Líbrame de la ley del pecado que opera en mis miembros y renueva mi mente con tu Espíritu. Hazme sensible a tu voz, firme en tu voluntad y lleno de tu gracia. En tu nombre, Jesús. Amén.
Acerca de este Plan

Naturaleza Frágil, te invita a reconocer la vulnerabilidad de nuestras emociones y cómo, sin dirección espiritual, pueden volverse inestables y dañinas. Aprenderás a comprender tus sentimientos desde la sabiduría divina, permitiendo que el Espíritu Santo sane y fortalezca tu interior. A través de reflexiones profundas y prácticas, descubrirás que tu fragilidad no es debilidad, sino una oportunidad para depender de Dios y formar una vida emocional más firme, sana y guiada por su presencia.
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Nos gustaría agradecer a Willington Ortiz por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: willingtonortiz.org









