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Hechos 5:12-42

Hechos 5:12-42 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)

Por medio de los apóstoles ocurrían muchas señales y prodigios entre el pueblo; y todos los creyentes se reunían de común acuerdo en el Pórtico de Salomón. Nadie entre el pueblo se atrevía a juntarse con ellos, aunque los elogiaban. Y seguía aumentando el número de los que creían en el Señor. Era tal la multitud de hombres y mujeres que hasta sacaban a los enfermos a las plazas y los ponían en camillas para que, al pasar Pedro, por lo menos su sombra cayera sobre alguno de ellos. También de los pueblos vecinos a Jerusalén acudían multitudes que llevaban personas enfermas y atormentadas por espíritus malignos, y todas eran sanadas. El sumo sacerdote y todos sus partidarios, que pertenecían a la secta de los saduceos, se llenaron de envidia. Entonces arrestaron a los apóstoles y los metieron en la cárcel común. Pero en la noche un ángel del Señor abrió las puertas de la cárcel y los sacó. «Vayan —les dijo—, preséntense en el Templo y comuniquen al pueblo todo sobre esta nueva vida». Conforme a lo que habían oído, al amanecer entraron en el Templo y se pusieron a enseñar. Cuando llegaron el sumo sacerdote y sus partidarios, convocaron al Consejo, es decir, a la asamblea general de los líderes religiosos de Israel, y mandaron traer de la cárcel a los apóstoles. Pero al llegar los guardias a la cárcel, no los encontraron. Así que volvieron con el siguiente informe: «Encontramos la cárcel cerrada, con todas las medidas de seguridad, y a los guardias firmes a las puertas; pero cuando abrimos, no encontramos a nadie adentro». Al oírlo, el capitán de la guardia del Templo y los jefes de los sacerdotes se quedaron perplejos, preguntándose en qué terminaría todo aquello. En esto, se presentó alguien que les informó: «¡Miren! Los hombres que ustedes metieron en la cárcel están en el Templo y siguen enseñando al pueblo». Fue entonces el capitán con sus guardias y trajo a los apóstoles sin recurrir a la fuerza, porque temían ser apedreados por la gente. Los llevaron ante el Consejo y el sumo sacerdote reclamó: —Terminantemente les hemos prohibido enseñar en ese nombre. Sin embargo, ustedes han llenado a Jerusalén con sus enseñanzas, y se han propuesto echarnos la culpa a nosotros de la muerte de ese hombre. —¡Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres! —respondieron Pedro y los demás apóstoles—. El Dios de nuestros antepasados resucitó a Jesús, a quien ustedes mataron colgándolo de un madero. Dios lo exaltó a su derecha como Príncipe y Salvador, para que diera a Israel arrepentimiento y perdón de pecados. Nosotros somos testigos de estos acontecimientos, y también lo es el Espíritu Santo que Dios ha dado a quienes le obedecen. Los que oyeron se enojaron mucho y querían matarlos. Pero un fariseo llamado Gamaliel, maestro de la Ley muy respetado por todo el pueblo, se puso de pie en el Consejo y mandó que hicieran salir por un momento a los apóstoles. Luego dijo: «Hombres de Israel, piensen dos veces en lo que están a punto de hacer con estos hombres. Hace algún tiempo surgió Teudas, jactándose de ser alguien, y se le unieron unos cuatrocientos hombres. Pero lo mataron y todos sus seguidores se dispersaron y allí se acabó todo. Después de él surgió Judas el galileo, en los días del censo, y logró que la gente lo siguiera. A él también lo mataron y todos sus secuaces se dispersaron. En este caso aconsejo que dejen a estos hombres en paz. ¡Suéltenlos! Si lo que se proponen y hacen es de origen humano, fracasará; pero si es de Dios, no podrán destruirlos, y ustedes se encontrarán luchando contra Dios». Se dejaron persuadir por Gamaliel. Entonces llamaron a los apóstoles y, luego de azotarlos, les ordenaron que no hablaran más en el nombre de Jesús. Después de eso los soltaron. Así, pues, los apóstoles salieron del Consejo, llenos de gozo por haber sido considerados dignos de sufrir afrentas por causa del Nombre. Y día tras día, en el Templo y de casa en casa, no dejaban de enseñar y anunciar las buenas noticias de que Jesús es el Cristo.

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Hechos 5:12-42 Traducción en Lenguaje Actual (TLA)

Por medio de los apóstoles, Dios seguía haciendo milagros y señales maravillosas entre la gente. Todos los días, los seguidores de Jesús se reunían en el Portón de Salomón, y aunque los que no eran del grupo no se atrevían a acercarse, todo el mundo los respetaba y hablaba bien de ellos. Cada día se agregaban al grupo más hombres y mujeres que creían en Jesús. La gente sacaba a los enfermos en camas y en camillas, y los ponía en las calles por donde Pedro iba a pasar, con la esperanza de que por lo menos su sombra cayera sobre alguno y lo sanara. Mucha gente de los pueblos cercanos a Jerusalén también llevaba enfermos y gente con espíritus malos, y todos eran sanados. El jefe de los sacerdotes y todos los saduceos que lo acompañaban sintieron mucha envidia de los apóstoles. Por eso mandaron que los arrestaran y los pusieran en la cárcel de la ciudad. Pero en la noche un ángel del Señor se les apareció, abrió las puertas de la cárcel, y los liberó. Luego les dijo: «Vayan al templo y compartan con la gente el mensaje de salvación.» Ya estaba por amanecer cuando los apóstoles llegaron frente al templo y empezaron a hablarle a la gente. Mientras tanto, el jefe de los sacerdotes y sus ayudantes reunieron a toda la Junta Suprema y a los líderes del pueblo. Después mandaron traer a los apóstoles, pero los guardias llegaron a la cárcel y no los encontraron. Así que regresaron y dijeron: «La cárcel estaba bien cerrada, y los soldados vigilaban las entradas, pero cuando abrimos la celda no encontramos a nadie.» Cuando el jefe de los guardias del templo y los sacerdotes principales oyeron eso, no sabían qué pensar, y ni siquiera podían imaginarse lo que había sucedido. De pronto, llegó alguien y dijo: «¡Los hombres que ustedes encerraron en la cárcel están frente al templo, hablándole a la gente!» Entonces el jefe de los guardias y sus ayudantes fueron y arrestaron de nuevo a los apóstoles; pero no los maltrataron, porque tenían miedo de que la gente se enojara y los apedreara. Cuando llegaron ante la Junta Suprema, el jefe de los sacerdotes les dijo: —Ya les habíamos advertido que no enseñaran más acerca de ese hombre Jesús, pero no nos obedecieron. A todos en Jerusalén les han hablado de Jesús, y hasta nos acusan a nosotros de haberlo matado. Pedro y los demás apóstoles respondieron: —Nosotros primero obedecemos a Dios, y después a los humanos. Ustedes mataron a Jesús en una cruz, pero el Dios a quien adoraron nuestros antepasados lo resucitó. Dios ha hecho que Jesús se siente a la derecha de su trono, y lo ha nombrado Jefe y Salvador, para que el pueblo de Israel deje de pecar y Dios le perdone sus pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo. Porque Dios da su Espíritu Santo a todos los que lo obedecen. La Junta Suprema los escuchó, y sus miembros se enojaron tanto que querían matarlos. Pero un fariseo llamado Gamaliel ordenó que sacaran a los apóstoles por un momento. Gamaliel era maestro de la Ley, y los judíos lo respetaban mucho, así que les dijo a sus compañeros: —Israelitas, piensen bien lo que van a hacer con estos hombres. Recuerden que hace algún tiempo apareció un hombre llamado Teudas, quien se creía muy importante, y como cuatrocientos hombres creyeron en él. Luego alguien lo mató, y todos sus seguidores huyeron, y no se volvió a hablar de él. Después apareció un tal Judas, de la región de Galilea, y muchos le hicieron caso. Eso fue en los días en que se estaba haciendo la lista de todos los habitantes de Israel. A ese también lo mataron, y sus seguidores huyeron. »En este caso, yo les aconsejo que dejen en libertad a estos hombres, y que no se preocupen. Si lo que están haciendo lo planearon ellos mismos, esto no durará mucho. Pero si es un plan de Dios, nada ni nadie podrá detenerlos, y ustedes se encontrarán luchando contra Dios.» A todos les pareció bueno el consejo, así que enseguida mandaron traer a los apóstoles, y ordenaron que los azotaran en la espalda con un látigo. Luego les prohibieron hablar de Jesús, y los dejaron en libertad. Y los apóstoles salieron de allí muy contentos, porque Dios les había permitido sufrir por obedecer a Jesús. Los seguidores de Jesús iban al templo todos los días, y también se reunían en las casas. Los apóstoles, por su parte, no dejaban de enseñar y de anunciar la buena noticia acerca de Jesús, el rey elegido por Dios.

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Hechos 5:12-42 Reina Valera Contemporánea (RVC)

Dios hacía muchas señales y prodigios entre el pueblo por medio de los apóstoles, y todos ellos se reunían sin falta en el pórtico de Salomón. Ninguno del pueblo se atrevía a juntarse con ellos, aunque el pueblo los elogiaba mucho. Los hombres y mujeres que creían en el Señor iban aumentando en número, y en sus camas y lechos sacaban a los enfermos a la calle, para que al pasar Pedro por lo menos su sombra cayera sobre alguno de ellos. Aun de las ciudades vecinas venían muchos a Jerusalén, y traían a sus enfermos y a los atormentados por espíritus inmundos, y todos eran sanados. El sumo sacerdote y todos los que estaban de su parte, es decir, los de la secta de los saduceos, reaccionaron llenos de celos y aprehendieron a los apóstoles y los echaron a la cárcel del pueblo. Pero en la noche un ángel del Señor llegó y abrió las puertas de la cárcel. Cuando ellos salieron, el ángel les dijo: «Vayan al templo y anuncien al pueblo todas las enseñanzas acerca de esta vida.» Luego de oír esto, entraron en el templo por la mañana y se pusieron a enseñar. Mientras tanto, el sumo sacerdote y los que estaban de su parte se reunieron para convocar al concilio y a todos los ancianos del pueblo de Israel, y al mismo tiempo mandaron traer de la cárcel a los apóstoles; pero como al llegar los alguaciles no los encontraron, regresaron y dijeron: «Cuando llegamos a la cárcel, esta tenía todos los candados puestos y los guardias estaban afuera, frente a las puertas; pero al abrir la cárcel, vimos que allí adentro no había nadie.» Al oír esto, el sumo sacerdote, el jefe de la guardia del templo y los principales sacerdotes no lograban entender en qué acabaría todo esto. Pero llegó otro y les dijo: «Escuchen: los hombres que ustedes metieron a la cárcel, están ahora en el templo, impartiendo enseñanzas al pueblo.» Entonces el jefe de la guardia se fue con los alguaciles y los aprehendió, aunque sin violencia, porque temían que el pueblo los apedreara. Cuando los llevaron y los presentaron ante el concilio, el sumo sacerdote les dijo: «¿Acaso no les dimos órdenes estrictas de no enseñar en ese nombre? Ahora han llenado a Jerusalén de su doctrina, y quieren culparnos de la muerte de ese hombre.» Pedro y los apóstoles respondieron: «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros antepasados resucitó a Jesús, el mismo al que ustedes mataron y colgaron de un madero. Pero Dios, por su poder, lo ha exaltado y sentado a su derecha como Príncipe y Salvador, dando a Israel la oportunidad de arrepentirse y de que sean perdonados sus pecados. De esto somos testigos nosotros, y también el Espíritu Santo, que Dios ha dado a quienes lo obedecen.» Al oír esto, ellos se enfurecieron tanto que querían matarlos. Entonces Gamaliel, un fariseo que era doctor de la ley y a quien todo el pueblo respetaba, se levantó ante el concilio y ordenó que sacaran por un momento a los apóstoles; luego dijo: «Varones israelitas, piensen bien en lo que van a hacer con estos hombres. Hace ya algún tiempo, se levantó Teudas, quien se jactaba de ser alguien, y logró que se le uniera un grupo como de cuatrocientos hombres; pero lo mataron, y todos los que lo seguían fueron dispersados y exterminados. Después, cuando se hizo el censo, se levantó Judas el galileo y logró que muchos del pueblo lo siguieran. Pero también lo mataron, y todos los que lo seguían fueron dispersados. Por eso les digo ahora: Olvídense de estos hombres. Déjenlos. Porque si esto que hacen es de carácter humano, se desvanecerá; pero si es de Dios, no lo podrán destruir. ¡No vaya a ser que ustedes se encuentren luchando contra Dios!» Todos estuvieron de acuerdo con él, así que llamaron a los apóstoles y, después de azotarlos, les advirtieron que no siguieran hablando en el nombre de Jesús y los pusieron en libertad. Los apóstoles salieron del concilio felices de haber sido dignos de sufrir por causa del Nombre. Y todos los días, no dejaban de enseñar y de anunciar en el templo y por las casas las buenas noticias acerca de Cristo Jesús.

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Hechos 5:12-42 Biblia Dios Habla Hoy (DHH94I)

Por medio de los apóstoles se hacían muchas señales y milagros entre la gente; y todos se reunían en el Pórtico de Salomón. Ninguno de los otros se atrevía a juntarse con ellos, pero la gente los tenía en alta estima. Y aumentó el número de personas, tanto hombres como mujeres, que creyeron en el Señor. Y sacaban los enfermos a las calles, poniéndolos en camas y camillas para que, al pasar Pedro, por lo menos su sombra cayera sobre alguno de ellos. También de los pueblos vecinos a Jerusalén acudía mucha gente trayendo enfermos y personas atormentadas por espíritus impuros; y todos eran sanados. El sumo sacerdote y los del partido de los saduceos que estaban con él, se llenaron de envidia, y arrestaron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero un ángel del Señor abrió de noche las puertas de la cárcel y los sacó, diciéndoles: «Vayan y, de pie en el templo, cuenten al pueblo todo este mensaje de vida.» Conforme a esto que habían oído, al día siguiente entraron temprano en el templo y comenzaron a enseñar. Entonces, el sumo sacerdote y los que estaban con él llamaron a todos los ancianos israelitas a una reunión de la Junta Suprema, y mandaron traer de la cárcel a los apóstoles. Pero cuando los guardias llegaron a la cárcel, no los encontraron. Así que volvieron con la noticia, diciendo: —Encontramos la cárcel perfectamente cerrada, y a los soldados vigilando delante de las puertas; pero cuando abrimos, no encontramos a nadie dentro. Al oírlo, el jefe de la guardia del templo y los principales sacerdotes se preguntaban en qué iría a parar todo aquello. En aquel momento llegó uno, que les dijo: —Los que ustedes metieron en la cárcel, están en el templo enseñando al pueblo. El jefe de la guardia, junto con los guardias, fue a buscarlos; pero no los maltrataron, porque tenían miedo de ser apedreados por la gente. Al llegar, los llevaron ante la Junta Suprema, y el sumo sacerdote les dijo: —Nosotros les habíamos prohibido terminantemente que enseñaran nada relacionado con ese hombre. ¿Y qué han hecho ustedes? Han llenado toda Jerusalén con esas enseñanzas, y encima quieren echarnos la culpa de la muerte de ese hombre. Pedro y los demás apóstoles contestaron: —Es nuestro deber obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros antepasados resucitó a Jesús, el mismo a quien ustedes mataron colgándolo en una cruz. Dios lo ha levantado y lo ha puesto a su derecha, y lo ha hecho Guía y Salvador, para que la nación de Israel se vuelva a Dios y reciba el perdón de sus pecados. De esto somos testigos nosotros, y también lo es el Espíritu Santo, que Dios ha dado a los que le obedecen. Cuando oyeron esto, se enfurecieron y quisieron matarlos. Pero entre aquellas autoridades había un fariseo llamado Gamaliel, que era un maestro de la ley muy respetado por el pueblo. Este se puso de pie y mandó que por un momento sacaran de allí a los apóstoles. Luego dijo a las demás autoridades: —Israelitas, tengan cuidado con lo que van a hacer con estos hombres. Recuerden que hace algún tiempo se levantó Teudas, alegando ser un hombre importante, y unos cuatrocientos hombres lo siguieron. Pero a este lo mataron, y sus seguidores se dispersaron, y allí se acabó todo. Más tarde, en los días del censo, se levantó Judas, el de Galilea, y logró que algunos lo siguieran; pero también lo mataron, y todos sus seguidores se dispersaron. En este caso, yo les aconsejo que dejen a estos hombres y que no se metan con ellos. Porque si este asunto es cosa de los hombres, pasará; pero si es cosa de Dios, no podrán ustedes vencerlos. Tengan cuidado, no se vayan a encontrar luchando contra Dios. Ellos le hicieron caso. Así que llamaron a los apóstoles, los azotaron y les prohibieron seguir hablando en el nombre de Jesús; después los soltaron. Los apóstoles salieron de la presencia de las autoridades muy contentos, porque Dios les había concedido el honor de sufrir injurias por causa del nombre de Jesús. Todos los días enseñaban y anunciaban la buena noticia de Jesús el Mesías, tanto en el templo como por las casas.

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Hechos 5:12-42 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)

Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón. De los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos; mas el pueblo los alababa grandemente. Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres; tanto que sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos. Y aun de las ciudades vecinas muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados. Entonces levantándose el sumo sacerdote y todos los que estaban con él, esto es, la secta de los saduceos, se llenaron de celos; y echaron mano a los apóstoles y los pusieron en la cárcel pública. Mas un ángel del Señor, abriendo de noche las puertas de la cárcel y sacándolos, dijo: Id, y puestos en pie en el templo, anunciad al pueblo todas las palabras de esta vida. Habiendo oído esto, entraron de mañana en el templo, y enseñaban. Entre tanto, vinieron el sumo sacerdote y los que estaban con él, y convocaron al concilio y a todos los ancianos de los hijos de Israel, y enviaron a la cárcel para que fuesen traídos. Pero cuando llegaron los alguaciles, no los hallaron en la cárcel; entonces volvieron y dieron aviso, diciendo: Por cierto, la cárcel hemos hallado cerrada con toda seguridad, y los guardas afuera de pie ante las puertas; mas cuando abrimos, a nadie hallamos dentro. Cuando oyeron estas palabras el sumo sacerdote y el jefe de la guardia del templo y los principales sacerdotes, dudaban en qué vendría a parar aquello. Pero viniendo uno, les dio esta noticia: He aquí, los varones que pusisteis en la cárcel están en el templo, y enseñan al pueblo. Entonces fue el jefe de la guardia con los alguaciles, y los trajo sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo. Cuando los trajeron, los presentaron en el concilio, y el sumo sacerdote les preguntó, diciendo: ¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre? Y ahora habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre. Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A este, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen. Ellos, oyendo esto, se enfurecían y querían matarlos. Entonces levantándose en el concilio un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, venerado de todo el pueblo, mandó que sacasen fuera por un momento a los apóstoles, y luego dijo: Varones israelitas, mirad por vosotros lo que vais a hacer respecto a estos hombres. Porque antes de estos días se levantó Teudas, diciendo que era alguien. A este se unió un número como de cuatrocientos hombres; pero él fue muerto, y todos los que le obedecían fueron dispersados y reducidos a nada. Después de este, se levantó Judas el galileo, en los días del censo, y llevó en pos de sí a mucho pueblo. Pereció también él, y todos los que le obedecían fueron dispersados. Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios. Y convinieron con él; y llamando a los apóstoles, después de azotarlos, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los pusieron en libertad. Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo.

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Hechos 5:12-42 La Biblia de las Américas (LBLA)

Por mano de los apóstoles se realizaban muchas señales y prodigios entre el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón. Pero ninguno de los demás se atrevía a juntarse con ellos; sin embargo, el pueblo los tenía en gran estima. Y más y más creyentes en el Señor, multitud de hombres y de mujeres, se añadían constantemente al número de ellos, a tal punto que aun sacaban los enfermos a las calles y los tendían en lechos y camillas, para que al pasar Pedro, siquiera su sombra cayera sobre alguno de ellos. También la gente de las ciudades en los alrededores de Jerusalén acudía trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos, y todos eran sanados. Pero levantándose el sumo sacerdote, y todos los que estaban con él (es decir, la secta de los saduceos), se llenaron de celo, y echaron mano a los apóstoles y los pusieron en una cárcel pública. Pero un ángel del Señor, durante la noche, abrió las puertas de la cárcel, y sacándolos, dijo: Id, y puestos de pie en el templo, hablad al pueblo todo el mensaje de esta Vida. Habiendo oído esto, entraron al amanecer en el templo y enseñaban. Cuando llegaron el sumo sacerdote y los que estaban con él, convocaron al concilio, es decir, a todo el senado de los hijos de Israel, y enviaron órdenes a la cárcel para que los trajeran. Pero los alguaciles que fueron no los encontraron en la cárcel; volvieron, pues, e informaron, diciendo: Encontramos la cárcel cerrada con toda seguridad y los guardias de pie a las puertas; pero cuando abrimos, a nadie hallamos dentro. Cuando oyeron estas palabras, el capitán de la guardia del templo y los principales sacerdotes se quedaron muy perplejos a causa de ellos, pensando en qué terminaría aquello. Pero alguien se presentó y les informó: Mirad, los hombres que pusisteis en la cárcel están en el templo enseñando al pueblo. Entonces el capitán fue con los alguaciles y los trajo sin violencia (porque temían al pueblo, no fuera que los apedrearan). Cuando los trajeron, los pusieron ante el concilio, y el sumo sacerdote los interrogó, diciendo: Os dimos órdenes estrictas de no continuar enseñando en este nombre, y he aquí, habéis llenado a Jerusalén con vuestras enseñanzas, y queréis traer sobre nosotros la sangre de este hombre. Mas respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros habíais matado colgándole en una cruz. A este Dios exaltó a su diestra como Príncipe y Salvador, para dar arrepentimiento a Israel, y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos de estas cosas; y también el Espíritu Santo, el cual Dios ha dado a los que le obedecen. Cuando ellos oyeron esto, se sintieron profundamente ofendidos y querían matarlos. Pero cierto fariseo llamado Gamaliel, maestro de la ley, respetado por todo el pueblo, se levantó en el concilio y ordenó que sacaran fuera a los hombres por un momento. Y les dijo: Varones de Israel, tened cuidado de lo que vais a hacer con estos hombres. Porque hace algún tiempo Teudas se levantó pretendiendo ser alguien; y un grupo como de cuatrocientos hombres se unió a él. Y fue muerto, y todos los que lo seguían fueron dispersos y reducidos a nada. Después de él, se levantó Judas de Galilea en los días del censo, y llevó mucha gente tras sí; él también pereció, y todos los que lo seguían se dispersaron. Por tanto, en este caso os digo: no tengáis nada que ver con estos hombres y dejadlos en paz, porque si este plan o acción es de los hombres, perecerá; pero si es de Dios, no podréis destruirlos; no sea que os halléis luchando contra Dios. Ellos aceptaron su consejo, y después de llamar a los apóstoles, los azotaron y les ordenaron que no hablaran en el nombre de Jesús y los soltaron. Ellos, pues, salieron de la presencia del concilio, regocijándose de que hubieran sido tenidos por dignos de padecer afrenta por su Nombre. Y todos los días, en el templo y de casa en casa, no cesaban de enseñar y predicar a Jesús como el Cristo.

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Hechos 5:12-42 Nueva Traducción Viviente (NTV)

Los apóstoles hacían muchas señales milagrosas y maravillas entre la gente. Y todos los creyentes se reunían con frecuencia en el templo, en el área conocida como el pórtico de Salomón; pero nadie más se atrevía a unirse a ellos, aunque toda la gente los tenía en alta estima. Sin embargo, cada vez más personas —multitudes de hombres y mujeres— creían y se acercaban al Señor. Como resultado del trabajo de los apóstoles, la gente sacaba a los enfermos a las calles en camas y camillas para que la sombra de Pedro cayera sobre algunos de ellos cuando él pasaba. Multitudes llegaban desde las aldeas que rodeaban a Jerusalén y llevaban a sus enfermos y a los que estaban poseídos por espíritus malignos, y todos eran sanados. El sumo sacerdote y sus funcionarios, que eran saduceos, se llenaron de envidia. Arrestaron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública; pero un ángel del Señor llegó de noche, abrió las puertas de la cárcel y los sacó. Luego les dijo: «¡Vayan al templo y denle a la gente este mensaje de vida!». Así que, al amanecer, los apóstoles entraron en el templo como se les había dicho, y comenzaron a enseñar de inmediato. Cuando llegaron el sumo sacerdote y sus funcionarios, convocaron al Concilio Supremo, es decir, a toda la asamblea de los ancianos de Israel. Luego mandaron a sacar a los apóstoles de la cárcel para llevarlos a juicio; pero cuando los guardias del templo llegaron a la cárcel, los hombres ya no estaban. Entonces regresaron al Concilio y dieron el siguiente informe: «La cárcel estaba bien cerrada, los guardias estaban afuera en sus puestos, pero cuando abrimos las puertas, ¡no había nadie!». Cuando el capitán de la guardia del templo y los sacerdotes principales oyeron esto, quedaron perplejos y se preguntaban en qué iba a terminar todo el asunto. Entonces alguien llegó con noticias sorprendentes: «¡Los hombres que ustedes metieron en la cárcel están en el templo enseñando a la gente!». El capitán fue con los guardias del templo y arrestó a los apóstoles, pero sin violencia, porque tenían miedo de que la gente los apedreara. Después llevaron a los apóstoles ante el Concilio Supremo, donde los confrontó el sumo sacerdote. —¡Les ordenamos estrictamente que no enseñaran nunca más en nombre de ese hombre! —les dijo—. En lugar de eso, han llenado a toda Jerusalén con la enseñanza acerca de él, ¡y quieren hacernos responsables de su muerte! Pero Pedro y los apóstoles respondieron: —Nosotros tenemos que obedecer a Dios antes que a cualquier autoridad humana. El Dios de nuestros antepasados levantó a Jesús de los muertos después de que ustedes lo mataron colgándolo en una cruz. Luego Dios lo puso en el lugar de honor, a su derecha, como Príncipe y Salvador. Lo hizo para que el pueblo de Israel se arrepintiera de sus pecados y fuera perdonado. Nosotros somos testigos de estas cosas y también lo es el Espíritu Santo, dado por Dios a todos los que lo obedecen. Al oír esto, el Concilio Supremo se enfureció y decidió matarlos; pero uno de los miembros, un fariseo llamado Gamaliel, experto en la ley religiosa y respetado por toda la gente, se puso de pie y ordenó que sacaran de la sala del Concilio a los apóstoles por un momento. Entonces les dijo a sus colegas: «Hombres de Israel, ¡tengan cuidado con lo que piensan hacerles a estos hombres! Hace algún tiempo, hubo un tal Teudas, quien fingía ser alguien importante. Unas cuatrocientas personas se le unieron, pero a él lo mataron y todos sus seguidores se fueron cada cual por su camino. Todo el movimiento se redujo a nada. Después de él, en el tiempo en que se llevó a cabo el censo, apareció un tal Judas de Galilea. Logró que gente lo siguiera, pero a él también lo mataron, y todos sus seguidores se dispersaron. »Así que mi consejo es que dejen a esos hombres en paz. Pónganlos en libertad. Si ellos están planeando y actuando por sí solos, pronto su movimiento caerá; pero si es de Dios, ustedes no podrán detenerlos. ¡Tal vez hasta se encuentren peleando contra Dios!». Los otros miembros aceptaron su consejo. Llamaron a los apóstoles y mandaron que los azotaran. Luego les ordenaron que nunca más hablaran en el nombre de Jesús y los pusieron en libertad. Los apóstoles salieron del Concilio Supremo con alegría, porque Dios los había considerado dignos de sufrir deshonra por el nombre de Jesús. Y cada día, en el templo y casa por casa, seguían enseñando y predicando este mensaje: «Jesús es el Mesías».

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