Sadrac, Mesac y Abednego respondieron:
―No hace falta que nos defendamos ante Su Majestad. Si somos arrojados al horno de fuego ardiente, el Dios a quien servimos puede librarnos del horno y de cualquier otro castigo que Su Majestad nos imponga. Y aunque no lo hiciera, Su Majestad debe entender que nunca honraremos a sus dioses ni rendiremos homenaje a su estatua.
Entonces Nabucodonosor se puso furioso, y su rostro estaba irreconocible de la cólera contra Sadrac, Mesac y Abednego. Mandó que el horno ardiente fuera calentado siete veces más de lo normal, y llamó a algunos de los hombres más fuertes de su ejército para que ataran a Sadrac, Mesac y Abednego, y los arrojaran en el fuego.
Fueron, pues, bien atados con sogas y arrojados al horno, con todo y su ropa puesta. Y por estar el horno demasiado caliente, por la orden que había dado el rey en su gran cólera, ¡las llamaradas mataron a los soldados al acercarse al horno para arrojar a los tres jóvenes! Así Sadrac, Mesac y Abednego cayeron atados en medio de las llamas.
Pero de pronto, asombrado Nabucodonosor, se levantó a toda prisa y preguntó a sus consejeros:
―¿No atamos y arrojamos a tres hombres al horno?
Ellos le respondieron:
―Así es, Su Majestad.
―¡Pero miren!, gritó el rey Nabucodonosor, ¡yo estoy viendo cuatro hombres sueltos, paseándose en medio del fuego, y ni siquiera han sufrido daño de las llamas! ¡Y el cuarto se parece a un dios!
Luego Nabucodonosor se acercó lo más posible a la puerta abierta del horno ardiente y gritó:
―¡Sadrac, Mesac y Abednego, servidores del Dios Altísimo, salgan y vengan aquí!
Entonces ellos salieron de en medio del fuego. Los príncipes, gobernadores, capitanes y consejeros se juntaron a su alrededor y comprobaron que el fuego no los había tocado, ni siquiera un pelo de sus cabezas se había chamuscado, su ropa estaba intacta, ¡ni el olor a quemado se les había pegado! Entonces Nabucodonosor dijo:
«Digno de todo elogio sea el Dios de Sadrac, Mesac y Abednego, pues envió su ángel para librar a sus servidores que confiaron en él y desobedecieron la orden del rey, y estaban dispuestos a morir antes que servir o rendir homenaje a cualquier dios que no fuera el de ellos. Por lo tanto doy esta orden: Que cualquier persona de la nación, lengua o pueblo que sea, que hable contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abednego, sea descuartizado y su casa quemada. Pues ningún otro dios es capaz de salvar de esta manera».
Luego el rey les dio a Sadrac, Mesac y Abednego una mejor posición que la que tenían antes en la provincia de Babilonia.