Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar al acordarnos de Sión. Sobre los sauces de la ciudad colgamos nuestras arpas. Los que nos capturaron, nos pedían que cantáramos. Nuestros opresores nos pedían estar contentos. Decían: «¡Canten algunos de sus cánticos de Sión!» ¿Y cómo podríamos cantarle al Señor en un país extranjero? Jerusalén, si acaso llego a olvidarme de ti, ¡que la mano derecha se me tulla! Jerusalén, ¡que la lengua se me pegue al paladar, si acaso no llego a recordarte ni te pongo por encima de mis alegrías!
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