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Lucas 8:36-50

Lucas 8:36-50 NVI

Los que habían presenciado estas cosas contaron a la gente cómo el endemoniado había sido sanado. Entonces toda la gente de la región de los gerasenos pidió a Jesús que se fuera de allí, porque les había entrado mucho miedo. Así que él subió a la barca para irse. Ahora bien, el hombre de quien habían salido los demonios rogaba que le permitiera acompañarlo, pero Jesús lo despidió y dijo: —Vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho por ti. Así que el hombre se fue y proclamó por todo el pueblo lo mucho que Jesús había hecho por él. Cuando Jesús regresó, la multitud se alegró de verlo, pues todos estaban esperándolo. En esto llegó un hombre llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga. Se arrojó a los pies de Jesús y le suplicó que fuera a su casa porque su única hija, de unos doce años, estaba muriendo. Jesús se puso en camino y las multitudes se agolpaban sobre él. Había entre la gente una mujer que hacía doce años padecía de hemorragias, sin que nadie pudiera sanarla. Había gastado todo lo que tenía en médicos. Ella se le acercó por detrás, tocó el borde de su manto y al instante cesó su hemorragia. —¿Quién me ha tocado? —preguntó Jesús. Como todos negaban haberlo tocado, Pedro le dijo: —Maestro, son multitudes las que te aprietan y te oprimen. —No, alguien me ha tocado —respondió Jesús—; yo sé que de mí ha salido poder. La mujer, al ver que no podía pasar inadvertida, se acercó temblando y se arrojó a sus pies. En presencia de toda la gente, contó por qué lo había tocado y cómo había sido sanada al instante. —¡Hija, tu fe te ha sanado! —dijo Jesús—. Vete en paz. Todavía estaba hablando Jesús cuando alguien llegó de la casa de Jairo, jefe de la sinagoga, para decirle: —Tu hija ha muerto. No molestes más al Maestro. Al oír esto, Jesús dijo a Jairo: —No tengas miedo; nada más cree y ella será sanada.

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