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Nehemías 13

13
Reformas de Nehemías
1Aquel día se leyó a oídos del pueblo el libro de Moisés, y fue hallado escrito en él que los amonitas y moabitas no debían entrar jamás en la congregación de Dios, 2por cuanto no salieron a recibir a los hijos de Israel con pan y agua, sino que dieron dinero a Balaam para que los maldijera; pero nuestro Dios volvió la maldición en bendición. 3Cuando oyeron, pues, la Ley, separaron de Israel a todos los mezclados con extranjeros.
LOS PERSAS
Los persas eran un pueblo nómada que emigró de la parte sur de Rusia a Irán, cerca del año 1000 a.C. Se establecieron al este del Golfo Pérsico, en un área llamada Farsistán. El primer rey persa del que tenemos noticia es Ciro I, quien reinó a mediados del s. VII.
Ciro el Grande
Los persas entran dramáticamente en la historia bíblica cuando el nieto de Ciro I, Ciro II el Grande, entró triunfante en Babilonia.
En el año 550 a.C. Ciro se apoderó de Ecbatana, la capital de los medos. Conquistó la actual Turquía y movió sus ejércitos hacia el este, entrando hasta el noroeste de la India. Diez años más tarde estaría listo para retar el poderío del imperio neobabilónico (véase la tabla Los babilonios).
La caída de Babilonia
El «Cilindro de Ciro», enterrado en las bases de un edificio en Babilonia, contiene el relato, contado por el rey, de cómo capturó la ciudad. La tomó, sin que presentaran batalla, en el año 539 a.C. El curso del río Éufrates había cambiado, lo que permitió a los invasores entrar a la ciudad por el cauce seco del río. No hubo destrucción (Dn 5). De hecho, Ciro restauró los templos y edificios principales.
Cambio de política administrativa
Los asirios y babilonios habían deportado a los pueblos conquistados. Ciro revirtió el proceso: Reunió a los prisioneros de guerra y los devolvió a sus países, junto con las imágenes de los dioses nacionales que se habían llevado a Babilonia.
Así, en el año 538 a.C. se les permitió a los judíos regresar a Israel. Llevaron consigo los tesoros del templo de Jerusalén, el cual debían reconstruir.
El imperio persa
El imperio persa bajo Ciro y los reyes que lo sucedieron constituye el trasfondo histórico de los libros de Esdras, Nehemías, Ester y parte del de Daniel.
Los reyes persas ampliaron las fronteras de su imperio. Sus tierras al este se extendían hasta la India; Turquía y Egipto les pertenecían. El rey Darío I (522-486 a.C.), quien construyó la espléndida nueva capital en Persépolis, conquistó Macedonia, al norte de Grecia, en el 513 a.C. Después de la derrota de Maratón (490 a.C.), el nuevo rey, Jerjes I (486-465), conquistó las tierras hacia el sur hasta llegar a Atenas, antes de caer derrotado en la batalla marítima de Salamina.
A pesar de los ataques de Egipto y Grecia, el poderío persa se mantuvo por 200 años. En el año 333 a.C. Alejandro Magno cruzó el Helesponto y en pocos años convirtió a Grecia en el imperio dominante.
Gobierno ilustrado
Persia pudo controlar territorios extensos gracias a la sabia administración de su gobierno. Ciro el Grande dividió el imperio en provincias (o satrapías), y cada una tenía su propio gobernante (o sátrapa). Estos eran nobles persas o medos, pero bajo ellos había nacionales que mantenían cierta cuota de poder. Se permitía y alentaba a los pueblos a seguir con sus costumbres y a adorar a sus dioses, lo cual contribuía a mantenerlos contentos. Darío I (cf. Esd 6) mejoró el sistema gubernamental. También introdujo el uso de la moneda y un sistema legal. El sistema postal que estableció fue vital para la comunicación a lo largo del imperio.
Otro factor unificador fue el uso del arameo como lengua diplomática del imperio. El arameo se hablaba aun en la lejana Judá desde los tiempos del imperio asirio: «Háblenos usted en arameo», dijeron los oficiales de Ezequías a los mensajeros asirios, «pues nosotros lo entendemos» (2 R 18.26).
Arte y cultura
El imperio creó mucha riqueza, y aumentó el número de artesanos. El libro de Ester nos permite entrever la lujosa vida palaciega en Persia. Las ruinas de Persépolis y Pasargade muestran la magnificencia de las capitales persas. Los platos dorados y las joyas del famoso Tesoro de Oxus revelan la habilidad de los artesanos del imperio y la belleza de los productos de lujo.
4Antes de esto, el sacerdote Eliasib, encargado de los aposentos de la casa de nuestro Dios, había emparentado con Tobías, 5y le había hecho una gran habitación, en la cual guardaban antes las ofrendas, el incienso, los utensilios, el diezmo del grano, del vino y del aceite que se había mandado dar a los levitas, a los cantores y a los porteros, y la ofrenda de los sacerdotes. 6Pero cuando ocurrió esto, yo no estaba en Jerusalén, porque en el año treinta y dos de Artajerjes, rey de Babilonia, había ido adonde el rey estaba; pero al cabo de algunos días pedí permiso al rey 7para volver a Jerusalén; y entonces supe del mal que había hecho Eliasib por consideración a Tobías, haciendo para él una habitación en los atrios de la casa de Dios. 8Esto me dolió mucho, y arrojé todos los muebles de la casa de Tobías fuera de la habitación. 9Luego mandé que limpiaran las habitaciones e hice volver allí los utensilios de la casa de Dios, las ofrendas y el incienso.
10Encontré asimismo que las porciones para los levitas no les habían sido dadas, y que los levitas y cantores que hacían el servicio habían huido cada uno a su heredad. 11Entonces reprendí a los oficiales diciéndoles: «¿Por qué está la casa de Dios abandonada?» Después los reuní y los puse en sus puestos. 12Y todo Judá trajo el diezmo del grano, del vino y del aceite, a los almacenes. 13Luego puse por mayordomos de ellos al sacerdote Selemías y al escriba Sadoc, y de los levitas a Pedaías; y al servicio de ellos a Hanán hijo de Zacur hijo de Matanías; pues eran tenidos por fieles. Ellos se encargarían de repartir las porciones a sus hermanos.
14«¡Acuérdate de mí por esto, Dios mío, y no borres las misericordias que hice en la casa de mi Dios, y en su servicio!»
15En aquellos días vi en Judá a algunos que pisaban en lagares en sábado, que acarreaban manojos de trigo y cargaban los asnos con vino, y también de uvas, de higos y toda suerte de carga, para traerlo a Jerusalén en sábado; y los amonesté acerca del día en que vendían las provisiones. 16También había en la ciudad tirios que traían pescado y toda mercadería, y vendían en sábado a los hijos de Judá en Jerusalén. 17Entonces reprendí a los señores de Judá y les dije: «¿Qué mala cosa es esta que vosotros hacéis, profanando así el sábado? 18¿No hicieron así vuestros padres, y trajo nuestro Dios todo este mal sobre nosotros y sobre esta ciudad? ¿Y vosotros añadís ira sobre Israel profanando el sábado?»
19Sucedió, pues, que al caer la tarde, antes del sábado, ordené que se cerraran las puertas de Jerusalén y que no las abrieran hasta después del sábado; y puse a las puertas algunos de mis criados, para que no dejaran entrar carga alguna en sábado. 20Una o dos veces, se quedaron fuera de Jerusalén los negociantes y los que vendían toda especie de mercancía. 21Pero yo les amonesté diciéndoles: «¿Por qué os quedáis vosotros delante del muro? Si lo hacéis otra vez, os echaré mano.» Desde entonces no volvieron en sábado. 22Y dije a los levitas que se purificaran y fueran a guardar las puertas, para santificar el sábado.
«¡También por esto acuérdate de mí, Dios mío, y perdóname según la grandeza de tu misericordia!»
23Vi asimismo en aquellos días a judíos que habían tomado mujeres de Asdod, amonitas, y moabitas; 24y la mitad de sus hijos hablaban la lengua de Asdod, porque no sabían hablar judaico, sino que hablaban conforme a la lengua de cada pueblo. 25Reñí con ellos y los maldije, hice azotar a algunos de ellos y arrancarles los cabellos, y les hice jurar, diciendo: «No daréis vuestras hijas a sus hijos, ni tomaréis de sus hijas para vuestros hijos, ni para vosotros mismos. 26¿No pecó por esto Salomón, rey de Israel? Aunque en muchas naciones no hubo rey como él, que era amado de su Dios y Dios lo había puesto por rey sobre todo Israel, aun a él lo hicieron pecar las mujeres extranjeras. 27¿Os vamos a obedecer ahora cometiendo todo este mal tan grande de prevaricar contra nuestro Dios, tomando mujeres extranjeras?»
28Uno de los hijos de Joiada, hijo del sumo sacerdote Eliasib, era yerno de Sanbalat, el horonita; por tanto, lo eché de mi lado.
29«¡Acuérdate de ellos, Dios mío, de los que contaminan el sacerdocio y el pacto del sacerdocio y de los levitas!»
30Los limpié, pues, de todo extranjero, y puse a los sacerdotes y levitas por sus grupos, a cada uno en su servicio; 31lo mismo hice para la ofrenda de la leña en los tiempos señalados, y para las primicias.
«¡Acuérdate de mí, Dios mío, para bien!»

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Nehemías 13: RVR95

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