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JEREMÍAS JEREMÍAS

JEREMÍAS
INTRODUCCIÓN
Jeremías, oriundo de Anatot, una aldea situada a unos 5 km. al noreste de Jerusalén, pertenecía a una familia sacerdotal, pero cuando era todavía muy joven, Dios lo llamó a ejercer la misión profética (Jer 1.1-2). En esa época, Asiria estaba llegando a su ocaso y Babilonia aún no había empezado a someter los territorios que se habían liberado de la dominación asiria. Ayudado por esas circunstancias externas favorables, el rey Josías de Judá empezó a promover su reforma religiosa y a desarrollar una política independiente (véase 2$Cr 34.3$n.). Pero este proceso de restauración quedó trágicamente interrumpido por la muerte del joven rey en Meguido, el año 609$a.C. (2$R 23.29-30). Los reyes que le sucedieron en el trono, mal asesorados por sus funcionarios, cometieron un desacierto tras otro, y el resultado final de la desintegración política y moral fue la destrucción de Jerusalén en el 587$a.C.
Desde el momento en que Jeremías llegó a Jerusalén, hasta su muerte en Egipto, transcurrieron unos cuarenta años. En ese tiempo, el panorama político del Oriente próximo cambió radicalmente. Nínive, la orgullosa capital de Asiria, fue destruida en el 612$a.C. (cf. Nah 1–3). Egipto trató de aprovecharse de aquel momentáneo vacío de poder, pero su intento terminó en fracaso. En cambio, la victoria de Carquemis aseguró la supremacía de Nabucodonosor, rey de Babilonia, quien no tardó mucho tiempo en someter los territorios vecinos (véanse Jer 25.12$n.; 46.2 nota$ c). El peso de esta dominación se dejó sentir también en el reino de Judá, que hasta el momento de su caída se vio internamente dividido por dos corrientes contrarias: unos aceptaban someterse, al menos de modo temporal, al yugo de Babilonia; otros, los nacionalistas a ultranza, opusieron una obstinada resistencia a la potencia dominadora. Jeremías, como profeta del Señor, tuvo que tomar partido frente a los acontecimientos de su época (cf. 27.6-8), y esta firme toma de posición le ocasionó innumerables padecimientos (cf. 38.1-13).
Con sus 52 capítulos, el libro de Jeremías (=Jer) es una de las colecciones más extensas de escritos proféticos. Por tanto, para facilitar la lectura, es conveniente tener una idea de cómo están agrupados los textos en las distintas secciones.
Los caps. 1–25 son en su mayoría poéticos y corresponden a la predicación de Jeremías en las dos primeras décadas de su actividad profética. En esa etapa, su principal preocupación fue lograr que Israel tomara conciencia de sus pecados. De ahí la insistencia con que el profeta denuncia la mentira, la violencia, la injusticia con el prójimo, la dureza de corazón (11.8; 16.12) y, sobre todo, el pecado que está en la raíz de todos estos males: el abandono de Dios (2.13; 9.3 nota$ f). En lugar de mantenerse fiel al Señor, que lo había liberado de la esclavitud en Egipto, el pueblo le dio la espalda (2.27; 7.24), lo abandonó (2.19) y se prostituyó sirviendo a otros dioses (3.1; 13.10). Esta infidelidad al pacto debía traer como consecuencia inevitable el juicio divino. Por eso, al mismo tiempo que condenaba la gravedad del pecado y llamaba a la conversión, Jeremías anunció la inminencia del desastre, y hasta se atrevió a predecir públicamente la destrucción del templo de Jerusalén (7.14).
Esta predicación de Jeremías, especialmente después de la muerte del rey Josías, encontró una resistencia cada vez más obstinada por parte de sus compatriotas (cf. 11.18-19). El pueblo y sus gobernantes no atinaban a encontrar el verdadero camino, y ni siquiera eran capaces de reaccionar cuando la voz de los profetas los llamaba a la reflexión. La experiencia de este rechazo, repetida una y otra vez, hizo que Jeremías se interrogara dolorosamente sobre el porqué de aquella resistencia a la palabra de Dios, y sus conclusiones fueron francamente pesimistas: el corazón humano es duro y rebelde (5.23), y el pecado está grabado en él con cincel de hierro y con punta de diamante (17.1). La cigüeña conoce el curso de las estaciones, pero Israel no comprende el mandato del Señor (8.7). Y así como el leopardo no puede sacarse las manchas de la piel, así tampoco los habitantes de Judá, demasiado habituados al mal, eran capaces de hacer lo que es bueno (13.23).
La expresión más conmovedora de estas dolorosas experiencias son las llamadas “Confesiones de Jeremías”, que se encuentran diseminadas en esta sección (véase 11.18–12.6$n.). La lectura de esos pasajes, que tienen algunas semejanzas con los Salmos de lamentación, deja entrever la sinceridad y profundidad del diálogo que el profeta mantuvo con el Señor en sus momentos de crisis. Jeremías expresa su decepción y amargura por los innumerables sufrimientos que le había reportado el cumplimiento de su misión, y las respuestas que le da el Señor resultan a primera vista desconcertantes: unas veces le responde con nuevas preguntas, y otras le da a entender que las pruebas aún no han terminado y que deberá afrontar otras todavía más duras. Así el Señor le fue revelando poco a poco que el sufrimiento por la fidelidad a la Palabra es inseparable del ministerio profético.
La sección comprendida por los caps. 26–45 está redactada predominantemente en prosa. Allí se narran varios incidentes de la vida del profeta, y en medio de los relatos se insertan algunos resúmenes de su predicación. Estos caps. muestran la oposición de que fue objeto y la tenacidad con que se mantuvo fiel a su misión. También hay referencias a Baruc, el fiel compañero y secretario de Jeremías. Tales referencias ofrecen datos importantes para reconstruir el proceso de redacción de este libro profético (cf. 36.1-4,27-32).
Pero Jeremías no fue enviado solamente para arrancar y derribar, sino también para construir y plantar (1.10). Por eso, esta serie de relatos se interrumpe con varias promesas de salvación, que forman lo que se ha dado en llamar “el libro de la consolación” o “de la esperanza” (caps. 30–33). La ubicación de estos anuncios en el conjunto del libro es muy significativa, porque tienen como contexto inmediato los relatos que evocan el asedio de Jerusalén por el ejército de Babilonia y la situación dolorosa del profeta. Así se pone de manifiesto que, aun en medio de la desgracia, el pueblo debía seguir confiando en la misericordia del Señor.
Entre estas promesas de salvación se destaca el anuncio del nuevo pacto: Dios va a restablecer su lazo de unión con Israel, que había sido roto por los pecados del pueblo; pero ese nuevo pacto no será como el antiguo, ya que el Señor no grabará su ley sobre tablas de piedra, como lo había hecho en el monte Sinaí, sino que la escribirá en los corazones, produciendo así en el interior de cada uno la capacidad de conocer a Dios y de serle fiel (31.31-34). Este anuncio del nuevo pacto, que tuvo una gran repercusión en el NT (cf. Mt 26.28; Heb 8.7-13), era la respuesta a las afirmaciones de Jeremías sobre la dureza del corazón humano: Dios tiene que transformarlo radicalmente, porque de lo contrario el pueblo no sería capaz de dar el primer paso.
Como otros escritos proféticos, el libro de Jeremías contiene también una serie de mensajes contra las naciones paganas (Jer 46–51), cuya introducción se encuentra en 25.15-38. Jeremías, en efecto, había sido constituido profeta de las naciones (1.5), y si bien debió hablar ante todo a los habitantes de Judá y de Jerusalén, tuvo que hacerlo en un contexto donde los pueblos vecinos de Israel desempeñaban un papel importante (cf. 27.1-3). Además, en todos estos pasajes se pone de relieve una misma convicción: el Dios de Israel es el Señor de la historia; su señorío no se limita al pueblo elegido, sino que se extiende más allá de las fronteras de Israel. Hay que notar, asimismo, que los mensajes contra las naciones extranjeras también contienen anuncios de salvación para algunas de ellas (46.26; 48.47; 49.6; 49.39).
Por último, el cap. 52 reproduce con algunas variantes el relato de 2$R 24.18–25.30 sobre la caída de Jerusalén. Así queda demostrado que Jeremías era un verdadero profeta, ya que el Señor dio pleno cumplimiento a sus anuncios (cf. Dt 18.21-22).
El siguiente esquema presenta una visión global de este libro profético:
I. Mensajes proféticos sobre Judá y Jerusalén (1–25)
II. Relatos biográficos y anuncios de salvación (26–45)
III. Mensajes contra las naciones (46–51)
IV. Apéndice histórico: la caída de Jerusalén (52)

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