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1 JUAN INTRODUCCIÓN

INTRODUCCIÓN
1. Marco histórico
Los tres escritos del NT conocidos como cartas de Juan (en adelante se utilizará preferentemente las abreviaturas 1 Jn; 2 Jn; 3 Jn) integran, junto con el cuarto evangelio y el libro del Apocalipsis, la llamada tradición joánica. Desde antiguo se ha venido atribuyendo la composición de todos estos escritos al apóstol Juan, el hijo de Zebedeo. La verdad es que no existen demasiadas probabilidades de que sea correcta tal atribución. Sí parece cierto, en cambio, que su origen está ligado a los avatares por los que pasaron a finales del siglo I una serie de iglesias cristianas estrechamente relacionadas con la persona y la actividad evangelizadora de Juan apóstol.
En concreto, hay razones para pensar que una lectura radicalizada del cuarto evangelio condujo a determinados miembros de estas comunidades joánicas a conclusiones inaceptables en relación con la persona de Cristo, con la moral cristiana y con la doctrina sobre el Espíritu Santo. Para hacer frente a tales interpretaciones radicalizadas, un miembro de la comunidad, de reconocido prestigio dentro de ella —en 2 Jn 1 y 3 Jn 1 recibe el título de “anciano”, lit. “presbítero”—, escribió estas tres cartas que la tradición cristiana no tardó en colocar a la sombra del apóstol Juan. No fue igual, sin embargo, para las tres cartas el nivel de aceptación como Escritura inspirada; de hecho la segunda y tercera carta encontraron ciertas dificultades para entrar en la lista de libros sagrados.
Aunque los destinatarios de las tres cartas no sean exactamente los mismos, sí es probable que lo sea al autor que, además, las debió escribir y enviar en un orden inverso al de su actual colocación en la Biblia. Se trata de un autor que conoce perfectamente el cuarto evangelio (ver 1 Jn 4,16 y Jn 14,21; 1 Jn 3,24 y Jn 14,20; 1 Jn 1,9 y Jn 15,3; 1 Jn 2,29 y Jn 17,2; etc.), pero que no tiene por qué ser necesariamente la misma persona. Bastantes estudiosos modernos del tema sugieren que el autor de las cartas bien pudo ser el redactor final del cuarto evangelio (ver Introducción al evangelio de Juan). El lugar desde donde escribe es prácticamente imposible de precisar.
2. Género y características literarias
El carácter epistolar de 2 Jn y 3 Jn es evidente: remitente y destinatarios concretos, abundantes referencias personales en ambas cartas, saludos finales personalizados. No es tan evidente en la primera carta, cuyo encabezamiento y conclusión están desprovistos de rasgos epistolares y en la que no se menciona ningún nombre concreto. Sin embargo, el autor se dirige por escrito a un círculo de lectores bien conocidos cuya fe está pasando por un grave peligro (1 Jn 2,21; 4,16). Unos lectores a los que llama cariñosamente “hijos míos” (1 Jn 2,1) haciendo memoria de la fe común y exhortándolos a permanecer fieles. Puede hablarse, por tanto, de una especie de carta pastoral dirigida a las comunidades joánicas aludidas en el apartado anterior. Las tres cartas, pero sobre todo la primera, dejan traslucir un claro planteamiento polémico. Han hecho acto de presencia unos peligrosos enemigos de la fe y es preciso combatirlos sin miramientos. Se ha querido ver en esos enemigos a los precursores del movimiento gnóstico que habría de conocer un amplio desarrollo a lo largo del siglo II. En todo caso, el autor de las cartas trata a estos adversarios con extrema dureza llamándolos anticristos, falsos profetas, mentirosos, mundanos, seductores, hijos de Caín e hijos del diablo.
Aunque, propiamente hablando, sólo encontramos en las cartas una única referencia expresa al AT (1 Jn 3,12), las alusiones más o menos veladas a las Escrituras hebreas son numerosas: por ejemplo las expresiones “fiel y justo” (1 Jn 1,19), “víctima de expiación por los pecados” (1 Jn 2,2; 4,10), “conocer a Dios” (1 Jn 12,3; 4,6-8); y sobre todo el tema central de 1 Jn —comunión y conocimiento de Dios— remite a lo que el profeta Jeremías presenta como signo distintivo de la nueva alianza (ver Jr 31,31-34 y 1 Jn 2,3-13; 3,9; 5,20-21). Subrayemos, finalmente, la semejanza entre el vocabulario de las cartas y el de la literatura extrabíblica del judaísmo contemporáneo, particularmente la literatura de Qumrán. Pueden citarse, a modo de ejemplo, las expresiones “practicar (caminar en) la verdad” (1 Jn 1,6; 3 Jn 4), “el espíritu de la verdad y el del error” (1 Jn 4,6), o el uso de antítesis tales como “luz-tinieblas” (1 Jn 1,5-7; 2,10-11), “verdad-mentira” (1 Jn 2,21.27), “Dios-mundo” (1 Jn 1,15-16; 3,1; 4,4-6), “hijos de Dios-hijos del diablo” (1 Jn 13,10).
3. Mensaje doctrinal de las cartas
No debe extrañar que, habida cuenta de su respectiva extensión, la primera carta recoja y amplíe los elementos doctrinales de las otras dos. En realidad la tercera carta apenas contiene doctrina propiamente tal; se limita a elogiar la fidelidad a la verdad y la hospitalidad para con los hermanos creyentes (probablemente se refiera el autor a miembros de la comunidad joánica que no compartían las posturas radicales de los secesionistas y actuaban como predicadores itinerantes tratando de combatirlas: 3 Jn 3-4.6-8.10). La segunda carta, a pesar de su brevedad, ofrece un contenido más denso. Un contenido del que la primera carta se hace eco en su totalidad explicitándolo y subrayando los siguientes puntos:
— La vida del verdadero creyente debe girar en torno a la comunión-conocimiento de Dios Padre y de su Hijo Jesucristo (1 Jn 1,3; 2,3-6.14; 3,24; 4,6-8.15-16; 5,12-13.20).
— Esta comunión-conocimiento implica conocer y experimentar a Dios como lo que verdaderamente es, como luz y amor eterno que se comunican a los seres humanos a través de su Hijo Jesucristo (1 Jn 1 1,5-7; 3,1.16; 4,7-10.16.19).
— El amor de Dios a sus criaturas humanas debe ser correspondido por el amor de estas a Dios (1 Jn 4,19) a través de la observancia de los mandamientos (1 Jn 2,3-5; 3,22.24; 5,3; ver 2 Jn 6) y sobre todo a través de la práctica del amor fraterno (1 Jn 2,7-10; 3,11-18.23; 4,7.11-12.20-21; 5,1-2; ver 2 Jn 3.5-6).
— Creer en Cristo como verdadero Hijo de Dios (1 Jn 1,3; 3,8; 4,15; 5,10-12.20) no debe hacer olvidar su también verdadera dimensión humana (1 Jn 1,1-3; 2,22; 4,2-3; 5,1; ver 2 Jn 7), que le permite ofrecerse en sacrificio por nuestros pecados (1 Jn 2,1-2; 3,16; 5,6).
— Los creyentes viven bajo la constante amenaza del mal (1 Jn 2,13-16; 3,12; 5,19; ver 3 Jn 11). No todo en el mundo es luz, amor, vida y verdad. El creyente tiene que habérselas también con las tinieblas, el odio, la muerte y la mentira; tiene que enfrentarse a anticristos y falsos profetas de todo tipo (1 Jn 2,18-19; 4,1-3; ver 2 Jn 7); y tiene que contar con la sangrante realidad del pecado (1 Jn 1,8-10; 2,1.12.15-16; 3,4-10; 5,16-17).
— Y todo ello deben aceptarlo y vivirlo los creyentes porque esa es la enseñanza recibida desde el principio (1 Jn 1,5; 2,7.24; 3,11). Frente a interpretaciones radicalizadas y aparentemente progresistas del mensaje, es preciso regresar a las fuentes, no perder jamás de vista los orígenes.
4. Estructura
Cae de su peso que la brevedad de 2-3 Jn impide hablar en ellas ni siquiera de una mínima estructura literaria. En cuanto a la primera carta, podría decirse que no avanza en forma rectilínea, sino más bien siguiendo un movimiento en espiral. Los principales temas de la carta reaparecen una y otra vez en el curso de la exposición, girando siempre en torno al dato central de la “unión” (comunión) con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1 Jn 1,4; 5,20). Con las reservas del caso, podrían distinguirse estas partes:
— Introducción (1,1-4)
I.— LUZ EN MEDIO DE LAS TINIEBLAS (1,5—2,29)
II.— COMPORTARNOS COMO HIJOS DE DIOS (3,1—4,6)
III.— EL AMOR Y LA FE (4,7—5,12)
— Conclusión (5,13-21)
PRIMERA CARTA DE JUAN

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1 JUAN INTRODUCCIÓN: BHTI

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