Escuchad, hijos, las advertencias paternas,
atended para adquirir inteligencia;
puesto que os doy buena enseñanza,
no abandonéis mis instrucciones.
También yo fui hijo de mi padre,
amado con ternura por mi madre.
Él me instruía diciéndome:
«Guarda mis palabras en tu mente,
cumple mis mandatos y vivirás.
Adquiere sabiduría e inteligencia,
no te olvides ni te apartes de mis palabras.
No la abandones y ella cuidará de ti,
ámala y ella te protegerá.
Antes que nada adquiere sabiduría,
con toda tu fortuna adquiere inteligencia.
Apréciala y ella te engrandecerá;
abrázala y ella te dará prestigio;
adornará tu cabeza con una diadema preciosa,
te obsequiará con una corona de gloria».
Escucha, hijo mío, acoge mis palabras
y vivirás muchos años.
Te he enseñado el camino de la sabiduría,
te he orientado por sendas de honradez.
Cuando camines, no se trabarán tus pasos;
cuando corras, no tropezarás.
Agárrate a la instrucción y no la sueltes;
consérvala, pues te va la vida en ello.
No te adentres en senda de malvados,
ni pises en camino de perversos;
evítalo, no lo transites;
apártate y sigue adelante.
Solo cuando hacen daño,
duermen tranquilos los malvados;
solo haciendo caer a alguien,
logran conciliar el sueño;
comen el pan del delito
y beben el vino de la violencia.
La senda de los justos es como amanecer
que va clareando hasta pleno día;
el camino de los malvados es noche oscura,
van a tropezar y no saben dónde.
Presta, hijo mío, oído a mi discurso,
pon atención a mis palabras.
No las pierdas de vista,
consérvalas en tu corazón,
pues son vida para quien las descubre
y salud para todo su cuerpo.
Vigila atentamente tu interior,
pues de él brotan fuentes de vida.
Aparta de tu boca el engaño
y aleja la falsedad de tus labios.
Que tus ojos miren de frente,
que sea franca tu mirada.
Observa el sendero que pisas
y todos tus caminos serán firmes.
No te desvíes a ningún lado
y aleja tus pasos del mal.